LA HABANA, Cuba.- A raíz de mi reciente aparición en un video donde denuncié a la Seguridad del Estado cubano por prohibirme la salida del país sin causa legal, varios amigos, compañeros de la Universidad y antiguos estudiantes a quienes tuve el placer de impartir clases, se solidarizaron con mi situación.
Leyendo sus palabras en las redes sociales pensé en el hombre o la mujer detrás de cada nombre, especialmente aquellos a quienes conocí mejor. Todos, sin excepción, son admirables; gente de pensamiento y de carácter que se ha ido, como casi todo cubano virtuoso, a hacer su vida en otra parte.
Más allá de las muestras de apoyo, algunos también me han recomendado tener mucho cuidado, otros me han preguntado qué sucedió y cómo dejé de ser Anay Remón, la profe de Arte Cubano, para convertirme en Ana León, periodista independiente. La mayoría ha insistido en que apenas tenga oportunidad, me radique en el extranjero.
Cuando decidí comenzar a trabajar como periodista independiente, estaba convencida de que sería algo transitorio. Me motivaron razones económicas y la compulsiva necesidad de escribir que me ha atormentado desde la adolescencia.
La labor de periodista, sin embargo, me obligó a mirar aspectos de la sociedad cubana que hasta entonces no había apreciado en su justa magnitud, por andar distraída con intelectuales preocupaciones. Comencé a prestar atención no solo a mi propia experiencia como mujer, ciudadana y profesional; también a la vida que han tenido mis padres trabajadores y honrados, que no han conocido tiempos mejores.
He observado el deterioro irreversible del barrio de Jesús María, donde me crié, y la vileza que crece como mala hierba en el corazón de muchos cubanos, cansados de luchar, apáticos y resentidos porque nada es como esperaban, o como alguna vez les prometieron que sería. Cuando comprendí que el caos no solo me rodeaba, sino que de alguna forma se había generalizado, me indigné tanto que ya no pude -ni quise- parar.
El futuro de Cuba peligra porque a estas alturas es imposible hacer renacer la confianza en un proceso desarticulado. La Revolución cubana se nos fue a todos de las manos: al gobierno por haber justificado en su nombre toda clase de abusos, y al pueblo por no haberla sabido defender desde la razón y la humanidad.
Hoy tenemos un sistema político atascado, endofágico, cuya finalidad parece ser el capitalismo largamente rechazado; con la diferencia de que no llegará en una versión actualizada, sino como un software rudimentario para iniciar un nuevo experimento con una población envejecida y jóvenes que al mirarse en el espejo de sus mayores, hacen asco del trabajo duro.
Diariamente observo el derrumbe de lo que alguna vez me pareció noble e inalterable, empezando por la educación. Escucho a niños expresarse con un lenguaje y una violencia impropios de su edad; observo la marcha pesada de un pueblo que ha perdido la capacidad de indignarse y al que he visto perder la decencia por un cartón de huevos. No creo que todo en Cuba sea malo. Sé que hay virtud; pero como el oro en la mina, hay que excavar cada vez más profundo para encontrarla.
A simple vista se han multiplicado la ruina, la hostilidad, el maltrato, la vulgaridad, la holgazanería y la ignorancia. Los jóvenes buenos y trabajadores buscan la forma de emigrar. Casi todos mis amigos y colegas lo han hecho, con gran pena para esta Isla que no puede prescindir de tanta excelencia en el ámbito profesional. Con la partida de cada uno de ellos, Cuba ha dado diez pasos atrás en el camino hacia un futuro mejor.
Cuando en fecha reciente escuché a un diputado a la Asamblea Nacional decir que la ley del matrimonio igualitario le parecía “una idea tan adelantada como de aquí a Hong Kong”, quedé petrificada de horror ante aquella expresión escolar, tonta, con la que el sujeto intentó enmascarar su homofobia y serle grato a Mariela Castro. No pude evitar sentir un profundo disgusto al ver que alguien que se expresa tan pobremente tiene voz y voto para modificar la Constitución cubana; mientras profesionales cuya extraordinaria capacidad conozco ofrecen su competencia en países que no los necesitan, pero están llenos de oportunidades que Cuba les niega.
Es pavoroso pensar con qué material humano podrá contar esta Isla para construir una democracia participativa, si se diera la oportunidad. En comparación con el capital humano y profesional que se ha ido, y aunque duela reconocerlo, predomina la mediocridad.
Tengo razones para quedarme en Cuba porque aquí descansa, como dice Nelda Castillo, “el sentido de mi pertenencia”. También porque un cubano que emigra ya no marca ninguna diferencia. Prefiero hacer lo que pueda desde aquí y como único sé hacerlo: escribiendo, pues estoy segura de que no volveré a impartir docencia mientras dure este sistema.
Pero por esta misma decisión que a todos les parece errada, no acepto que la Seguridad del Estado intente disminuirme acusándome de contrarrevolucionaria. Tengo el derecho de decir lo que pienso en la plataforma que yo libremente elija.
Nunca he cometido delito alguno; así que cualquier causa en mi contra se la tendrán que inventar. Me consta que antes de perder el poder perderán los escrúpulos; pero no creo que la prohibición de viajar sea motivo suficiente para renunciar a mi país. Sería una vergüenza salir huyendo por tan poca cosa.
Agradezco a todos sus muestras de respeto, escritas o verbales. Y también agradezco a CubaNet, por publicar este texto tan personal.