LA HABANA, Cuba.- Uno de los más acuciantes y añejos problemas nunca resueltos en la capital cubana ha sido el del trasporte público. Las causas son innumerables, empezando por la centralización extrema que durante décadas puso en manos del Estado la administración y “control” del transporte –con las funestas consecuencias que ha traído dicha política en todas las esferas de la economía y los servicios–, a lo que se podría añadir una larga lista de adversidades inherentes al sistema, tales como el envejecimiento del parque automotor, la carencia de piezas de repuesto para reparar las constantes averías de los ómnibus, la incongruencia entre el precio del pasaje (subsidiado) y el costo de mantener en funcionamiento el servicio, y la falta de liquidez crónica que dificulta la compra de nuevos autobuses más modernos y efectivos, entre otras limitaciones.
Como si tales dificultades no fueran suficientes, en los últimos tiempos los habaneros que habitualmente utilizan la modalidad de transporte más económica –los ómnibus llamados “P” o “articulados” (40 centavos de CUP por pasajero), que cubren rutas de gran demanda y tienen la mayor capacidad de pasaje–, han advertido una prolongación en los lapsos de espera entre la llegada de un ómnibus y otro, lo que provoca la correspondiente aglomeración en las paradas, el desorden al momento de abordar y todas las molestias del caso.
Esta vez, sin embargo, no se trata de un problema de escasez de carros sino de choferes. La veracidad del creciente rumor popular sobre esta nueva fatalidad acaba de ser confirmada por el director de la Empresa Provincial de Transporte de La Habana (EPTH), según publicó la prensa oficial. El referido directivo declaró que en la actualidad el déficit de la EPTH es de 86 choferes, lo que significa –siempre en sus propias palabras– que diariamente en la capital cubana se dejen de transportar 700 mil pasajeros, se dejen de ingresar unos 600 mil pesos y se dejen de dar un promedio de 500 viajes.
El asunto no es trivial. Entre las cuatro terminales más afectadas por el éxodo de choferes se encuentran dos de las de mayor demanda: la de Alamar y la de San Agustín.
Ahora bien, y siguiendo “la visión de los directivos de esta empresa”, el (nuevo) problema en el servicio de transporte público capitalino, es decir, el déficit de choferes, se debe a “ofertas más tentadoras de salario y de horarios en otros centros de trabajo, así como por el incremento de la exigencia y de las acciones de los inspectores para que se cumpla lo establecido en el sector”. (El subrayado es de esta redactora).
No hubo la menor referencia a cuestiones raigales que afectan al sector transportista, y en particular a los choferes del transporte público, tales como la incompatibilidad de los salarios con la siempre ingrata tarea de conducir un vehículo pesado, cargado de pasajeros irritados, circulando por vías obsoletas, inseguras y repletas de baches; el constante acoso de los inspectores estatales y la obligación de seguir al pie de la letra los sacrosantos mandamientos redactados por burócratas ajenos al oficio desde la comodidad de sus oficinas climatizadas.
No obstante, los sesudos directivos de la EPTH han concebido una solución para “aliviar” la crisis: “en las próximas semanas llegará a la capital un contingente de choferes de varias provincias y se mantiene la convocatoria para todos aquellos que deseen sumarse a la plantilla de la empresa”.
Todo lo cual demuestra la infinita capacidad de los cuadros dirigentes de la empresa estatal socialista para crear, no una solución para cada problema, sino varios problemas para cada solución. Porque, no hay que ser muy sagaz para analizar que –salvo la posible existencia de plantillas infladas– si se derivan choferes de provincias del interior para resolver la crisis del transporte de la capital, ¿no se estarían creando las condiciones para una crisis en el transporte de esas provincias?
Otro punto neurálgico del asunto: ¿acaso no hay en La Habana suficientes problemas de vivienda e insuficiencia de albergues para miles de damnificados que han perdido sus hogares por derrumbes o por desalojo? ¿Cómo se va a garantizar el alojamiento y las condiciones de vida para esos choferes de provincias que acudirán a “salvar” a los pasajeros de la capital por un tiempo indeterminado?
La experiencia de décadas de masivos “contingentes” movilizados hacia la capital –como, por ejemplo, de policías y constructores desde las provincias orientales, fundamentalmente durante los años 70 del pasado siglo, aunque la práctica no ha desaparecido por completo– demuestra que esta es una estrategia de bumerang: no solo acrecienta el problema que se intenta solucionar sino que genera otros nuevos, principalmente en cuanto a la vivienda.
Aunque hay que reconocer que el tema de los contingentes en Cuba es toda una política de Estado: ante cualquier situación de crisis –que en la Isla es norma, no excepción– siempre se propone la creación de un contingente. Un contingente puede servir al gobierno (y solo a él) para casi todo. Así, ha habido también contingentes de maestros, de médicos, de entrenadores deportivos, de instructores culturales, etc., cuyo denominador común es no haber solucionado ningún problema. Más bien todo lo contrario.
Y no podría ser de otra manera porque, como es sabido, la palabra contingente define algo eventual, no definitivo; razón por la cual no se puede enfrentar una crisis –sea de orden público, de vivienda, de transporte u otra cualquiera– con un “contingente”. Es preciso reformar profundamente las raíces del sistema que genera el mal, so pena de que sea éste el que eche raíces.
Pero, volviendo al asunto que nos ocupa, sería interesante conocer cómo suponen los directivos de la EPTH que manteniendo abierta la convocatoria para engrosar la plantilla de la empresa se vaya a resolver el déficit de choferes. ¿Acaso no se trata de la misma convocatoria en virtud de la cual ingresaron también los choferes que después se marcharon a otros destinos laborales en pos de mejores salarios y horarios más cómodos? Entonces, ¿qué les hace suponer que los próximos ingresos de choferes se mantendrán fieles ante el timón y enfrentando el feroz acoso (dizque “exigencia”) de los inspectores, por el mismo salario y con el mismo régimen de horarios que determinó la estampida de los choferes anteriores?
Paradójicamente, en este, como en muchos de los complejos problemas que agobian al cubano de hoy, la solución es muy sencilla y nada novedosa: permítase la creación de cooperativas autónomas de transportistas, entréguese el parque automotor a esas cooperativas, permítase a esos cooperativistas la compra de combustible a precios razonables y la importación de carros y piezas de repuesto y aplíquese una carga tributaria justa que incentive el trabajo del sector. En resumen, permítanse las libertades y derechos de los trabajadores del sector. Solo así desaparecerá la eterna crisis del transporte, no ya en la capital, sino en toda la Isla.
Porque problema, lo que se llama “problema”, los cubanos tenemos solo uno: un sistema político obtuso y fallido con sesenta años de antigüedad, que amenaza con eternizarse.
Y es que en Cuba todo, hasta una humilde plaza de chofer de ómnibus, es reflejo de la crisis general del sistema político, y como tal constituye una amenaza potencial que debe “solucionarse” desde las estructuras al servicio del Poder. Y mientras el palo va y viene, habrá que decir como nuestros abuelitos: “¡Le zumba el mango!”.