LA HABANA, Cuba. — En días recientes ha despertado un justificado interés la exhibición, por la Televisión Cubana, del documental “Canción de barrio”, dirigido por Alejandro Ramírez Anderson. Este realizador toma como pretexto el recorrido que el cantautor Silvio Rodríguez ha venido realizando por los distritos más miserables de Cuba desde hace años, al cual denomina “Gira por los barrios”. Según el mismo músico, las perspectivas de presenciar una mejoría en esas favelas son tan irreales que, en su opinión, el suyo es un empeño que “no terminará jamás”.
En poco menos de una hora y veinte minutos, Ramírez Anderson y sus colaboradores brindan un cuadro desolador de las barriadas en las que filmaron. Estas representan el inacabable archipiélago integrado por los islotes habitados por los cubanos más desfavorecidos. ¡Y esto al cabo de más de sesenta años de una revolución que desde el inicio se presentó como “de los humildes, por los humildes y para los humildes”!
Nada falta en el cuadro que, con trazos firmes, va pintando el cineasta. Casuchas que amenazan ruina, o a las que se les ha caído parte del techo, como el baño de una señora que afirma con sorna que tiene que asearse “bajo las estrellas”. Parajes sin alcantarillado ni acueducto (“el agua nos la presta el vecino”, afirma uno; otros muchos se ven forzados a cargar el preciado líquido en latas).
Hay infelices que han echado la vida en esas sucursales del horror (“yo nací aquí y tengo 41 años”). Niños que tienen que ir a su escuela remando. Personas que son ingresadas en los conventillos (que el régimen denomina con un eufemismo cínico: “comunidades de tránsito”). Pero ellas nada tienen de pasajero, pues algunos han vivido allí durante lustros (“hay personas que llevan 10, 12, 13 años” esperando la solución de sus casos; “nos trajeron por un año” y este “se ha convertido en once”).
Y continúa el cuadro: Calles inundadas de basuras. Animales famélicos. Derrumbes de inmuebles completos. Trillos. Calles que, cuando merecen ese nombre, no están asfaltadas. Desheredados forzados a entrar y salir de su vivienda en cuatro patas. Casas en las que menudean los grandes trozos de nailon en techos y camas, para evitar que, cuando llueve, el agua invada los lechos; simplemente “para poder dormir”. Viviendas que se inundan de aguas albañales cada vez que el río aledaño (en realidad, una gran cloaca) se desborda.
Y todo esto ante un cuadro francamente obsceno: Amillonados mayimbes que no esconden sus irritantes privilegios; que residen en palacetes, al tiempo que cada uno de sus hijos y sus queridas dispone de una lujosa residencia; que disfrutan de suministros especiales de alimentos repartidos a domicilio; que ni se imaginan las desgracias que tienen que sufrir los “humildes” por los cuales —se supone— luchan.
Para la hipotética solución de las calamidades de los desheredados, numerosas “reuniones”, en las que mucho se habla y nada se resuelve; donde lo único que abundan son las “mentiras” (“estoy cansada de que me estén engañando”). Y también las quejas sobre la dura realidad que se padece: “Aquí con el salario no se puede vivir”; “te mueres de hambre”. “Aquí la necesidad es permanente”.
Uno de los entrevistados, utilizando un léxico que pareciera imposible escuchar tras más de medio siglo de un muy publicitado socialismo, describe a sus vecinos como gente “de la clase baja”. Otro afirma: “Hay que ‘inventar’ para poder vivir”. Alguien se pregunta: “¿Para qué luchamos por esta revolución!”.
Pero se nota que el documental es muy anterior a la gesta del pasado 11 de julio. Aunque se palpa el descontento de los vecinos con el estado de cosas imperante, ellos evitan hacer pronunciamientos contestatarios. Algunos aluden a ciertas actividades progobiernistas que han realizado. Un señor grueso de tez negra, tras hacer su crítica, se cuida de advertir: “¡No estoy hablando de política!”.
El cuadro final del documental nos informa que este fue realizado en 2014. ¡Y es sólo al cabo de siete largos años que el Estado-Partido-Gobierno se anima a divulgarlo! ¡Hasta qué extremos de desfachatez llegan estos comunistas! Han privado al público del acceso a esa obra de arte, ¡pero lo hacen ahora, al conjuro de la campaña demagógica que ha conducido al Presidente no electo Díaz-Canel a esos barrios marginales!
Pero ante todo —¡claro!— a aquellos cuyos habitantes se destacaron en las masivas protestas del 11 de julio. Es allí que han menudeado las visitas de los mayimbes. También las pequeñas reparaciones de ocasión para hacer ver que quienes gobiernan se desvelan (¡ahora, al cabo de más de sesenta años!) por los infelices que residen en las villas-miseria del comunismo (entre las cuales, por cierto, figuran ciertas zonas del moderno reparto Alamar, una publicitada obra del castrismo).
Y ya que hemos mencionado la epopeya del 11 de julio, viene al caso que nos asombremos —¡una vez más!— con el descaro de estos comunistas. ¿Ha olvidado usted, amigo lector, la tremebunda acusación formulada por los medios de agitación y propaganda del régimen: que las protestas habían obedecido a instrucciones libradas desde afuera del país; en especial, desde los Estados Unidos!
¿Habrase visto descaro similar! Después de constatar la lúgubre realidad reflejada por “Canción de barrio”, ¿habrá algún verraco que siga creyéndose semejante mentira! ¿Es que los mandones desprecian tanto a sus súbditos que imaginan que ellos van a creer esas calumnias! ¡Como si, para indignarse por las condiciones infrahumanas en que el castrismo los obliga a malvivir, un criollo tuviera que esperar a que venga un extranjero a indicarle que debe protestar ante tamaño atropello!
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 316-2072, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.