LA HABANA, Cuba. – Hasta el momento del anuncio tuve cierta esperanza pero, conociendo lo que les cuesta a los dictadores soltar el poder o reconocer la derrota, me preparé para la canallada. Estuve revisando todo el día y la noche del domingo la prensa y las páginas en redes sociales que reportaron minuto a minuto los acontecimientos en Venezuela y, por la desvergüenza que mostraban los medios del chavismo y de sus aliados —incluidos los del régimen cubano—, era seguro que se robarían las elecciones, que estaba más que planeado el golpe al mismísimo estilo de los chapuceros de por acá, como entrenados en la misma escuelita.
Mensajes de felicitaciones entre chavistas horas antes de los resultados, incluido el de “Madurito” en su cuenta de X; una boleta escandalosamente diseñada para el fraude; negativa de participación a observadores invitados por la oposición en franco incumplimiento del Acuerdo de Barbados; cientos de irregularidades reportadas en los centros de votación antes, durante y después de la contienda; los guapetones de los “colectivos” desatados en las calles como calco de las tácticas de amedrentamiento de los “segurosos” de acá; celebraciones anticipadas incluso en la mismísima “sala situacional” donde las pantallas mostraban que Edmundo González iba ganando por amplio margen a Nicolás Maduro, así hasta el infinito y más allá en un carnaval de desfachateces que incluyó, sin dudas, el posicionamiento amenazante de una flotilla rusa en el puerto de La Habana quizás por si acaso era (y es) necesario ese “baño de sangre” que puso nervioso a Lula en Brasil.
Y es que nadie mejor que un viejo “incondicional” e íntimo de los regímenes totalitarios de la región para saber cuán locos y sangrientos pudieran llegar a mostrarse cuando se sienten acorralados y al mismo tiempo respaldados por Moscú, a quien le conviene desplazar el foco de atención hacia el lado de acá al menos por un tiempo, aunque en realidad estos días “olímpicos” —cuando todos andan entretenidos entre mejorar la posición en el medallero y lo “escandaloso” de la ceremonia de inauguración en París—, son los mejores para volar libremente por debajo del radar de los grandes medios de prensa.
De cierto modo ese “paréntesis deportivo” terminará por favorecer a Maduro y lo que suceda en estas jornadas, lamentablemente, no tendrá la repercusión internacional que debiera, y eso pudiera ayudar en la legitimación del fraude, algo que sin dudas ha estado en los planes.
Planes que, por el modo que se han desarrollado, a muchos que saben de tales relaciones, le huelen demasiado a “fraguados en La Habana”, más cuando, por las caras que se han visto en los propios reportes de la Televisión Cubana, hacia Caracas estuvieron volando a toda prisa unos cuantos de por acá que bien le saben a esos trucos de desinformar, intimidar y, sobre todo, hacer bulto, algo que cada día se vuelve menos espontáneo debido a la impopularidad creciente de Maduro, incluso dentro de las mismas fuerzas del chavismo (y hasta del castrismo), tal como se ha podido apreciar en las más recientes convocatorias a movilizaciones, incluso en el tono demasiado “diplomático” de los mensajes de apoyo a Caracas. Las “felicitaciones” ya no son como las de antes.
Por acá he sabido de algunos que, si bien no han podido negarse a viajar a Venezuela —porque en gran parte su “trabajo” es decir que sí— al menos han esgrimido pretextos para no hacerlo, sobre todo por estos días en que saben que el régimen chavista está necesitado de “fuerza bruta”. Otros desesperados han terminado enrolándose por cuestiones económicas —ese chantaje “subliminal” pocas veces falla—, pero tienen claro en qué dirección huir o cual bandera agitar si la situación se sale de control.
Pero, amén de “movilizaciones”, hay demasiado ambiente de “seguridad” entre los jerarcas de acá para los que el chavismo, aunque demasiado “madurado”, casi podrido, les sirve más vivo que muerto (aunque cadáver también les servirá, a fin de cuentas donde nada hay todo sirve).
Parecen seguros del polvorín encendido como si supieran que en unos días se calmará la situación y que posiblemente habrá “madurismo” por un buen tiempo porque con los populismos no se acaba demasiado fácil y a fuerza de urnas, eso es pura ilusión que apenas sirve para exponerlos una vez más como materia de escándalo y así hasta el infinito, lo cual hasta les funciona como pretexto para jugar ese papel de víctima tan caro a las izquierdas y tan perfecto para justificar la violencia.
Así la esperanza de muchos, incluido el que redacta estas líneas, fue ese milagro venezolano que tal vez llegaría para, incluso como excepción, mostrar que el camino del diálogo con las dictadura es posible. Porque de ese modo, y solo hasta cierto punto, pudiera servir en el caso cubano donde ni siquiera en asuntos de elecciones manipuladas nos han dejado llegar tan lejos, tan “cerquitica” del cambio como estuvieron los venezolanos.
La experiencia de este domingo deja mucha decepción, pero también suficientes lecciones para terminar de comprender cuánto pueden las ilusiones y cuánto nos debilitan frente a la cruda realidad. Sabemos cuánto depende un régimen del otro, pero en la caída de uno no están ni la fórmula para el derribo del otro ni la seguridad de que suceda. Lo que pasó tampoco puede servir para convencernos de que todo lo que hagamos en pos de un cambio político es en vano. Peor que cualquier fraude o derrota es cruzarnos de brazos.
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