LA HABANA, Cuba. – A dos días de publicados los resultados de las elecciones en Venezuela, y una vez más comprobado el carácter tramposo y violento del chavismo, los venezolanos siguen en las calles defendiendo su derecho a la transparencia, al cambio, a la democracia. La situación se ha ido rápidamente de las manos para el oficialismo que, no contento con haberse robado el sufragio descaradamente, ha expulsado a los diplomáticos de países que no reconocen la legitimidad de las elecciones y exigido el arresto de los líderes opositores María Corina Machado y Edmundo González, presidente electo por voluntad popular, según demuestra el 75% de las actas.
La derrota del chavismo es un hecho, aunque Maduro y su camarilla se nieguen a admitirlo y hayan decidido responder con represión y teorías conspirativas. Su discurso es idéntico al del régimen de La Habana, autor intelectual y material de la tragedia que se apoderó de Venezuela tras la llegada de Hugo Chávez al poder, haciendo de un país libre y próspero un narcoestado, un coto de corrupción y miseria, una nación de migrantes, como lo ha sido Cuba desde hace seis décadas.
Únicamente la lacra regional ha brindado su apoyo a Maduro y diseminado la farsa de que las revueltas en el país sudamericano son alentadas desde Estados Unidos. La Organización de Estados Americanos (OEA) convocó una sesión extraordinaria para abordar la crisis venezolana agravada por el robo de las elecciones y prever lo que podría ocurrir si las hostilidades continúan escalando.
Detrás de lo que hoy ocurre en la tierra de Bolívar se mueven los más oscuros intereses. La ultraizquierda encabezada por la dictadura cubana y apoyada por el Kremlin sabe lo que supondría, tanto a nivel económico como simbólico, la caída del chavismo. En La Habana se ponen nerviosos porque la pérdida de su aliado sería un golpe mortal. A pesar de las sanciones y de lo mucho que han disminuido los envíos en los últimos años, el régimen de Maduro sigue procurando combustible al Gobierno de Miguel Díaz-Canel para evitar que los últimos jirones de la economía cubana terminen de desintegrarse.
Visto así, en las calles de Venezuela no solo se está decidiendo la libertad de un pueblo bravo que ha sufrido más de dos décadas bajo el totalitarismo, sino también la posibilidad de que Cuba esté un paso más cerca en su camino a la democracia que le arrebató Fidel Castro en 1959. Las imágenes de los venezolanos derribando las estatuas de Chávez, echando pecho ante policías armados y paramilitares que prometen reeditar los sucesos de las guarimbas de 2014 y cumplir con el “baño de sangre” que Maduro prometió en una de sus comparecencias previas al sufragio, hoy acaparan la atención de miles de cubanos que siguen los acontecimientos con la esperanza de ver destruido al hospedero del neocastrismo.
En esta hora crucial, y a pesar de que el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, se ha pronunciado a favor de Maduro, complicando aún más la situación, muchos medios de prensa se han hecho eco del resultado anunciado por el Consejo Nacional Electoral (CNE), cuyo presidente es leal al oficialismo. Ese y otros detalles deberían ser suficientes para que los medios internacionales maticen al menos la pretendida victoria y pongan toda su atención en las consecuencias de amañar unos comicios que habían capitalizado las esperanzas de millones de venezolanos.
Maduro es profundamente impopular y lo sabe. Desde el principio le tomó el pelo a todo el mundo, especialmente a Estados Unidos, que levantó sanciones a cambio de elecciones supuestamente libres, mientras el chavismo guardaba bajo la manga las cartas de siempre. Parece mentira tanta ingenuidad en quienes se hacen llamar “tanques pensantes”, sobre todo porque, dadas las circunstancias, es imposible predecir cómo va a terminar el conflicto que concierne únicamente a los venezolanos.
Ahora que el bravo pueblo expresó su voluntad en las urnas y que el poder gobernante insiste en desoír, ¿qué ocurrirá? ¿Qué nación “amiga” va a interponerse entre los panas y las balas que ya les están disparando? ¿Cuál es la cifra de muertos requerida para que la comunidad internacional tome cartas en el asunto?
Maduro habla de injerencia cuando el régimen cubano lleva décadas inoculando los métodos y el hábito del terror en las fuerzas políticas, castrenses y policiales del chavismo, al punto de que cuanto se hace y dice en ese país parece un calco del proceder de los esbirros y del Partido Comunista cubanos.
Ambas dictaduras están indisoluble y fatalmente ligadas. Si cae el chavismo, el régimen de La Habana, que ya agoniza, recibirá otro golpe demoledor. Vladímir Putin, con sus numerosos gastos de guerra, no puede “regalarle” más crudo a su barragana caribeña; ni Andrés Manuel López Obrador puede seguir exprimiendo a la endeudada PEMEX para que sus socios del Comité Central continúen medrando a base de palos y hambruna. Es la hora de cerrar filas con Venezuela, por el bien de ese hermoso país, por el bien de Cuba y el de toda América Latina.
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