PRENSA INTERNACIONAL
Octubre 6, 2003

El día en que Fidel se tomó Naciones Unidas

Terra Colombia, 4 de octubre de 2003.

La presencia del presidente Álvaro Uribe en la Asamblea General de la ONU me ha hecho recordar la ocasión en que acompañé a Fidel Castro, pocos meses después de su entrada triunfal en La Habana, a comparecer en el mismo organismo internacional.

En ese 1959, la asamblea de la ONU era ciertamente una reunión de lujo, a la que acudían figuras de importancia internacional: Nikita Kruschev de la Unión Soviética, Pandit Nehru de la India, 'Tito' de Yugoslavia, Gamal Abdel Nasser de Egipto, Sukarno de Indonesia, Eisenhower de Estados Unidos, entre otros.

A Castro le tocó turno en la sección inicial, luego del discurso de Eisenhower. Llegamos a la ONU a las 3:00 p.m., desde el Hotel Theresa, del barrio negro de Harlem donde nos hospedamos.

La reunión debía comenzar a las 3:10 p.m. en punto y esperamos junto a la puerta del gran salón 'la hora señalada'.

Me tocó acompañar a Castro por el pasillo central hasta la primera fila, reservada a países con las letras A, B, C.

Por cierto, según el orden alfabético nos tocó junto a la delegación Colombiana. Mientras iba con Fidel por la pasarela central, tuvimos que caminar más despacio pues delante de nosotros, bajaba un señor con muletas.

Cuando al fin se sentó me preguntó Fidel: ¿Y ese cojo quién es?Es Herter, le contesté, el Secretario de Estado Norteamericano.

Y respondió Fidel molesto: Debías habérmelo dicho para meterle un empujón...

Al fin ocupamos nuestros asientos en la primera fila, pero se había rezagado Celia Sánchez, la secretaria de Fidel y figura legendaria de la revolución, también nombrada embajadora para esa Asamblea.

Como ninguno de la delegación le invitó a sentarse yo le cedí mi puesto dirigiéndome a la última fila de los invitados especiales.

Al cruzar al espacio ocupado por la delegación soviética vi que Nikita Kruschev me hacía una señal para que me acercara.

¿Usted es de la delegación Cubana?, me preguntó.

Sí, le contesté.

Por favor llevéme a saludar a Fidel Castro, me pidió.

Acompañado por Kruschev, bajé por la misma escalinata que antes había utilizado con Fidel, hasta la primera fila, donde nos recibió sorprendido Castro.

El ruso y el cubano intercambiaron frases cordiales con la ayuda de un traductor, quedando en reunirse esa misma noche en la residencia de la delegación soviética en el Park Avenue.

Cuando todavía no había retornado Kruschev a su escaño, comenzó el discurso del General Eisenhower, vestido con un traje oscuro. Y media hora después la intervención de Fidel.

Para discutir el discurso de Castro en la solemne ocasión, estuvimos reunidos durante tres noches, los presuntos asesores del Primer Ministro: Raúl Roa, Secretario de Relaciones exteriores, Manuel Bisbé, delegado de Cuba ante la ONU, el internacionalista Luis Gómez y yo.

Durante las tres noches hablamos y hablamos como buenos cubanos y Castro nos oía displicentemente.

EL DISCURSO. El día fijado para su intervención, le redacté a Fidel unas tarjetas con puntos que consideraba importante para su discurso.

Fidel se metió las tarjetas en un bolsillo de su uniforme pero sospecho que no las leyó jamás. En su intervención, que duró más de una hora, no hizo el menor caso a mis recomendaciones.

__cita Recuerdo que en una de las tarjetas le advertía que no habiendo tomado posesión todavía el electo presidente Kennedy, no lo mencionara en su discurso.

Fidel no sólo nombró a Kennedy, sino que le hizo ataques furibundos como antes había hecho con Eisenhower.

Al terminar su intervención que improvisó desde el estrado, la Asamblea le dedicó un prolongado aplauso y él más entusiasta fue Nikita Kruschev, que gritaba: ¡Bravo, Bravo!Esa noche acudimos a la embajada soviética. Llegamos con retraso de media hora, pues Fidel no había aprendido nada del protocolo. Kruschev nos esperaba en el balcón conversando con los policías gringos a caballo, que custodiaban la embajada.

En la comida participaron diez soviéticos y diez cubanos. Después de los primeros brindis con vino blanco del Caucaso Fidel empezó a contarle a Kruschev con minuciosos detalles el proceso revolucionario, comenzando desde el asalto al cuartel Moncada y siguiendo por sus peripecias en la cárcel de Isla de Pino, la preparación de la expedición en México y el arribo a la Sierra Maestra, donde comenzaba a contar cada una de la batallas.

Cuando su exposición le tomaba más de hora y media Kruschev le interrumpió con una observación poco diplomática:Estimado Comandante, muy interesante lo que está contando pero recuerde que mañana es un día de mucho trabajo y debemos dejar esa historia para otra ocasión.

Fidel tragó en seco y terminó la reunión.

VISITAS PRESIDENCIALES. Al Theresa de Harlem, el hotel de negros que tuvo en los años 20 gran esplendor, pero que ya se veía ruinoso y abandonado, acudieron más de diez jefes de Estado a saludar a Castro.

El los recibía en su estrecha habitación del quinto piso, teniendo que sentarse en una de las dos camas.

De todos los que lo visitaron el único que le disgustó a Castro fue 'Tito' de Yugoslavia, con quien apenas conversó unos diez minutos y se despidió abruptamente.

En cambio el hindú Pandit Nehru, fue especialmente cordial, conversó con Castro más de una hora y le regaló una bandeja de plata.

A los cinco de nuestra estancia en New York, Fidel nos preguntó que lugares habíamos visitado de la ciudad.

Carlos Franqui le contestó: Ni hemos salido del hotel, pues no tenemos ni un dólar para pagar un taxi.

Fidel le dijo a Celia: Bueno entreguémosle algunos viáticos a estos pobres embajadores, US$25 a cada uno.

Y con estos mínimos viáticos me compré un par de zapatos 'Florsheim' en una tienda en los bajos de Theresa y me quedaron algunos dólares para invitar a comer a la traductora Menia Martínez a un restaurant del barrio Italiano.

Fue Menia, quien había sido bailarina del Teatro Bolsay, la que me reveló que en larga conversación con Kruschov, Fidel había recibido la promesa de que comprarían toda la producción de azúcar de la isla a precios especiales y le garantizaban a él todo el petróleo que necesitara la isla.

CASOS INSÓLITOS. En aquella ocasión en la ONU ocurrieron episodios insólitos.

En una tarde en que los delegados cubanos bajamos al restaurante sin la compañía de Fidel, el ministro Raúl Roa se divertía lanzándole bolitas de pan a Pandit Nehru en una mesa próxima que ocupaban los delegados Hindúes.

Esta irrespetuosa diversión de Roa, produjo el justificado enojo del delegado de la ONU Manuel Bisbe al anunciar que se levantaría de la mesa.

Al día siguiente del discurso de Castro, acudimos al despacho del secretario general Dag Harmans, en el piso 21.

A la entrevista, solo tuvieron acceso el ministro Roa y el delegado Bisbe. El resto de los embajadores quedamos en un salón continuo.

De pronto se apareció un señor de uniforme, el Jefe de la Policía de Nueva York, a quien le abrieron inmediatamente la puerta.

El Jefe de seguridad de Fidel, el comandante Valdés, se le abalanzó diciéndole: Usted aquí no entra.

El Jefe policiaco empujó la puerta y Ramiro sacó su pistola 45 colocándosela en la cabeza: Un paso más y le meto un tiro.

A Fidel fueron a saludarlo al Hotel Theresa, periodistas, fotógrafos y líderes políticos, recuerdo entre otros a Cartier, el gran fotógrafo Francés, a Malcom X, el líder negro americano y a Tad Slucz, periodista del New York Times.

Slucz después viajó a La Habana, escribiendo una larga biografía de Castro, que a Fidel no le gustó ni cinco.

Recordando aquellos días con Castro en la ONU compruebo que casi todos los personajes citados han muerto: Eissemwaer, Tito, Nehrú, Sukarno, Nasser, Malcom X... Y los cubanos Roa, Bisbe, Celia, Menia.

Quedamos pocos para contar la historia.

El Pais


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