Julio 2, 1997

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Un Madrigal, un Patricio y la Construcción del Tiempo

Por: Manuel David Orrio
Especial para CubaNet
  

LA HABANA, junio - Médico reconocido y oficial del Ministerio del Interior hasta que lo degradaron y encarcelaron por tenencia ilícita de armas y salida ilegal del país, Augusto Madrigal Izaguirre jamás pensó en un sano privilegio reservado a él por el destino: compartir experiencias supraconscientes con el exgeneral Patricio La Guardia en ergástula tremenda del presidio cubano, cátedra de un estilista de las huelgas de hambre como Diosmel Rodríguez.

A diferencia del menudo santiaguero huelguista, el doctor Madrigal fue especializado por fuerza de la vida en el confinamiento solitario, hasta que alguien decidió asignarle la compañía de La Guardia. Si el galeno pensó en algún momento en jurar como catedrático con Rodríguez en las técnicas de vivir en chirona tapiada, hoy confiesa que ante su compañero de prisión no le quedó más camino que el de la reverencia, no obstante hubiera acumulado casi seis meses en soledad, en lugares como La Condesa, o el área especial de la prisión de Guanajay --relató-- sufriendo la censura en placeres tan elementales como ver la luz del sol. Por supuesto, de ver a la familia, ni hablar. Así que para entretenerse, eligió investigarse a sí mismo, y el resultado de la indagación le aconsejó construirse un tiempo.

"Uno está obligado a hacerse de una rutina. Levantarse. Almorzar cuando llegue el almuerzo --verdadera sorpresa cotidiana, con una sonrisa melancólica-- bañarse a diario, aunque sea para estar presentable ante las cucarachas, y hasta afeitarse sin espejo. El tiempo se construye sin tenerse lástima a sí mismo, y a base de pequeñas rutinas de imaginación positiva, pues un ejercicio mental como el de prepararse para interrogatorios postsanción, a mi juicio originados por coyunturas políticas nacionales o internacionales. Porque además de presos, hombres en esa situación son también rehenes, aquí en Cuba".

El doctor Madrigal perdió sus buenas 60 libras en la experiencia --tres años en total-- gracias a una dieta de agua con azúcar como desayuno, espaguetis hervidos y sin sal de almuerzo, cena de caldo con sabe Lucifer cuál producto dentro, y medio pan dos veces a la semana. Por ello, rechaza la llamada calistenia carcelaria, y se inclina por los ejercicios yoga, aderezados con la mayor cantidad de sueño posible, en especial después de tales banquetes, a fin de lograr la mayor absorción de tan nutritivas sustancias. Entre sueño y yoga acumulaba de 12 a 14 horas diarias.

Así estuvo, hasta que Dios o el Diablo le juntó con Patricio La Guardia, con quien perfeccionó sus conocimientos de yoga hasta llegar a unas cuarenta asanas. Unidos, eligieron imágenes de concentración: formas y colores que se iban diferenciando según se abismaban, ¿o ascendían? También seleccionaban episodios específicos hasta recordar de ellos hasta el más mínimo detalle, hallado en lo profundo de la memoria. Diosmel Rodríguez vivió por su lado esos mundos de la rememoración milimétrica en condiciones extremas.

La compañía de La Guardia representó para Madrigal ciertos "lujos", como el de un retrete-inodoro --donde todo cubano de cepa siéntase a filosofar-- luz eléctrica en ciertos horarios, y lecturas y pláticas intensas. El galeno cuenta que su compañero y él no tocaban temas sensibles a menos ya hubieran sido tratados por el exgeneral. "El me cuidaba, no yo a él. Hablábamos mucho de nuestras familias, fracasos y anhelos. Nos dimos cuenta que la vida tiene muchos caminos. No uno, como pensábamos diez años atrás. Y yo me convertí en el crítico de los bocetos de Patricio, quien dibujaba sobre cualquier papel".

Lectores enfebrecidos, La Guardia y Madrigal tuvieron una especie de retorno a la infancia, pues en los inicios de su vivencia en comandita sólo se les permitía la lectura de obras de aventuras en español. Después la cuerda aflojó y pudieron compartir temas de historia y literatura universales, ya en inglés incluso. Repasaron a todo Shakespeare y mucho de Dumas. "Mi esposa se quejaba de que gran parte del tiempo lo invertía en buscar libros de mi gusto admisibles para los carceleros. De paso, quiero expresar una vez más mi gratitud hacia personas que nos enviaron libros, quienes quizás nos repudiarían en público". Off the record, Madrigal mencionó nombres inconfesables... por ahora.

En la prisión, Madrigal retornó a la fe en Dios desde sus orígenes católicos de modo gradual y estimulado por las experiencias místicas, acompañantes de sus ejercicios de yoga profundo. Presintió con exactitud el fallecimiento de su madre, y una voz desconocida le avisó de su repentina puesta en libertad en medio de quién sabe cuál asana. "No te atribules más, al amanecer serás hombre libre", le dijo. Y así fue. Otras historias prefiere callarlas, no importa pugnen por surgir desde unos ojos de mirar jovial, hoy dados a desquitarse de la ausencia del sol, ya en esta libertad a la cual Elizardo Sánchez titula "el patio de la gran cárcel", y sin olvidar el galeno a su hermano de confinamiento, a quien vio, y le habló, en esa extraña liberación que duró para La Guardia lo que un merengue en la puerta de un colegio.

Augusto Madrigal y Patricio de La Guardia fueron capaces de construir su tiempo. Y aunque tapiado, las flores del jardín que ellos cultivaron difícilmente se marchiten, porque aún en las peores circunstancias el agua limpia de una verdadera amistad tiene poderes vivificantes. Siempre. Guste a quien pese, pese a quien pese. No por gusto los amigos no se escogen. Los elige Dios.


Los lectores interesados en comunicarse con Manuel David Orrio puede dirigir su correspondencia a: Requena #8 Apt. 4 (interior), entre Carlos III y Lugareño. Ciudad Habana 10600, Cuba.

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