Segunda parte Tercera parte
Carlos Wotzkow
Como es costumbre, el Granma, periódico oficial del Partido Comunista
de Cuba, anuncia con sarcasmo el regocijo de su clase dirigente ante cada nuevo
triunfo de la mentira organizada sobre las evidencias que ellos mismos han
clasificado. En este caso, la Dra. Rosa Elena Simeón se felicita por
haber obtenido del PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente) la
confirmación de que el próximo Día Mundial del Medio
Ambiente (5 de junio de 2001) va a ser celebrado en Cuba (Schlachter, 2000), "en
reconocimiento al trabajo desplegado por Cuba en defensa del entorno". Así
las cosas, a los diferentes ejemplos que ya he publicado con relación a
este tema tan claro como escabroso (Wotzkow, 1998a, 1998b, 1998c, 1999, 2000a,
2000b, y Cepero y Wotzkow 2000), adjuntemos hoy estos datos para que se hagan
sentir en ocasión de semejante celebración en un país que
no tiene nada que glorificar en dicho frente.
El reverso de la moneda
La otra perspectiva nos confirma sin tartamudeo que los cambios ambientales
en Cuba han sido dramáticos. En contraste al caos de calor y tormentas, y
la contaminación del aire que impera hoy en el archipiélago, Cuba
poseía bosques y sabanas que durante 15,000 a 20,000 años le
otorgaron dos estaciones climáticas bien definidas para el invierno
(seca) y el verano (lluvia). Las plantas y los animales que hoy existen
demuestran que nuestra flora y fauna se repartió el territorio húmedo
de la montaña y el seco de la sabana por espacio de 13,000 primaveras y
que durante ese tiempo, en el que no molestaron los bípedos (me refiero a
los hombres, claro está), sus comunidades pudieron evolucionar
gradualmente hasta alcanzar su composición actual (Olson, 1982).
Estos patrones ambientales han cambiado bruscamente en Cuba, y no tanto ya
por la presencia humana en sí, como por su actividad agrícola, el
balance demográfico impuesto a su población, y el uso insostenible
e irracional de todos sus recursos naturales, muy limitados en cualquier isla o
archipiélago del planeta. A los patrones ambientales que fueron
modificando nuestros ecosistemas (terremotos, fuegos, huracanes, etc.) se suman
hace unos 500 años otros que permiten cambiar definitivamente el
equilibrio existente a la llegada de Colón. Desde entonces, los
exuberantes bosques que cubrían una buena parte de nuestro archipiélago
con más de 3,000 plantas autóctonas comenzaron a desaparecer.
La tala excesiva empieza por modificar irreparablemente la composición
natural de nuestros bosques, al tiempo que la agricultura y la introducción
de numerosas plantas exóticas provenientes de otros países
tropicales fragmentan las asociaciones botánicas originales hasta
convertir a Cuba en un mosaico interrumpido (cual si fuese un tablero de
ajedrez) de parches boscosos, remanentes empobrecidos de ellos y cultivos heliófilos.
Estos procesos iniciados por el hombre desde la colonización adquieren su
máxima expresión al triunfo de la revolución, donde el
desarrollismo y el voluntarismo de una ideología se impuso como norma a
fin de transformar una economía agrícola de monocultivo en otra de
monocultivos sucesivos en virtud de sus fracasos y caprichos del estado.
Para explicarlo de otra forma, sea suficiente con ilustrar este proceso
degradante de la siguiente manera: los 5,000 tractores que durante el período
republicano roturaron la tierra hasta 1958 para plantar en ella fundamentalmente
caña de azúcar, tabaco y hortalizas, fueron sustituidos de la
noche a la mañana por 68,000 tractores traídos desde la Unión
Soviética. Estos fueron utilizados para cafetalizar (Cordón de La
Habana y sustitución masiva de Café Caturra en todas las montañas
productivas por aquel entonces) a Cuba en los años 60; o para azucararla
(Zafra de los 10 Millones) en los años 70; o para citrificarla (recuérdese
la toronja como paisaje cubano en todo el occidente e Isla de Pinos) en los 80;
o para tabacalizarla (desde que Tabacalera de España hace su entrada en
Cuba en 1989) a partir de los 90 (Wotzkow 1999), según triunfaran las
ideas del momento frente al interés personal del Líder Máximo.
Aquellos magníficos bosques que aún existían en Cuba
entre los 150 y los 600 m de altitud (ya fuera en occidente, en el centro, o el
oriente del país) en sierras como Rosario, Escambray, Maestra, y
Sagua-Baracoa, con árboles de hasta 35 m de alto y casi 3 m de diámetro,
comienzan a desaparecer durante esa cafetalización de los años 60,
pero quedan prácticamente extintos desde la imposición del "Plan
Turquino", la agricultura migratoria implantada por este programa
patrocinado por Raúl Castro, y la aparición de "licencias
ambientales" amparadas por la nueva Ley (Ley 81) del Medio Ambiente que
permiten desde entonces la tabacalización de la agricultura cubana y el "cultivo"
y la "cosecha" de hoteles en los últimos rincones vírgenes
del país.
Zonas de vida
Los biólogos dividen a Cuba en zonas o regiones caracterizadas por la
presencia de ciertos animales y plantas. Estas "zonas de vida" van
desde las sabanas utilizadas en la actualidad para los cultivos, hasta los
bosques lluviosos de alta montaña. Sin embargo, en la situación
actual en la que se encuentra todo nuestro archipiélago, hay que dejar en
claro un desafortunado balance. Los bosques naturales o secundarios
(concentrados en las regiones montañosas y en algunos cayos aún no
explotados con intensidad) ocupan hoy día no más de un 9 % del
territorio nacional, mientras que los bosques altamente degradados y con una
alteración biológica alterada como consecuencia directa de la
mutación botánica, ocupan, junto a las áreas cultivables
desatendidas (hoy abandonadas por la extrema salinización del suelo), el
resto de ese 21,4 % de reforestación anunciado por el Granma (Schalchter,
2000).
Aún cuando Cuba contaba en 1958 con un 43 % de bosques naturales y áreas
inmensas prácticamente inexploradas, en 1998, o sea, 30 años después,
la isla ha quedado literalmente desmontada en su totalidad para llevar a cabo
los propósitos agrícolas antes mencionados. A pesar de que se
calcula que aún existe un 9 % de bosques naturales, la realidad es que de
ellos sólo la mitad (y soy conservador al manejar el dato) pueden
considerarse inalterados en su composición biológica original. Con
semejantes cambios medioambientales en la flora cubana, cientos de especies
animales han disminuido drásticamente el número de sus poblaciones
o han desaparecido. Sin embargo, y a pesar de encontrarse Cuba en la ruina total
de sus ecosistemas naturales, el gobierno actual no lo considera todavía
un caos, ya que son pocas las especies de animales y plantas que han
desaparecido completamente.
Todos sabemos cuán peligroso es considerar el éxito estatal
cubano pensando de esa manera. Se sabe que cientos de especies (principalmente
musgos e invertebrados) pueden haber resultado extintos en Cayo Coco (sólo
por citar un ejemplo entre los miles de cayos alterados hoy día) sin que
los naturalistas hayan tenido el tiempo de tan siquiera descubrirlos y
describirlos. Pero también es conocido que dos especies "redescubiertas"
por científicos nacionales y extranjeros han desaparecido de nuestra
historia por el mal manejo de sus hábitats (ver Tercera parte). Por
tanto, de nada vale hablar de pocas extinciones si el número de especies
en peligro y amenazadas ha aumentado en más de un 25 % con relación
a la lista roja de especies amenazadas publicada en 1973.
Sin lugar a dudas la extrema fragmentación de hábitats pone a
muchas especies al borde de la extinción, pues las que quedan padecen un
elevado riesgo de desaparición local. Son innumerables los casos de
especies que en Cuba sólo sobreviven en hábitats relictus (microhábitats
aislados) asediados por la presión antrópica y extremadamente
vulnerables al fuego, la tala, o simplemente a la incursión humana. Estas
especies incluyen todas las clases animales y vegetales posibles y van desde los
mamíferos más amenazados como el Almiquí (Solenodon
cubanus) y el Manatí (Trichechus manatus), hasta aves como la Fermina
(Ferminia cerverai) y el Gavilán Colilargo (Accipiter gundlachi),
reptiles como el Carey (Eretmochelys imbricata), insectos como la Mariposa de
alas transparentes (Greta cubana) y el Papilio de Gundlach (Parides
gundlachianus), o árboles como la Acacia (Acacia belairoides) y la
Magnolia (Magnolia cubensis) que son endémicos, sumamente escasos y están
necesitados de protección absoluta (León y Alain 1946-1957, y
Bisse, 1981).
Pero ¡cuidado!, que estas especies o sus poblaciones no sólo están
al borde de la extinción porque sus hábitats sean reducidos o
sufran la imposibilidad de intercambiar genes con los de otras poblaciones
vecinas, sino porque ellas son aún más susceptibles ante cualquier
alteración natural y humana tales como los huracanes, las enfermedades,
el vandalismo, o incluso la tala selectiva. El efecto natural que producía
un huracán al azotar un bosque natural cubano (apertura del dosel
boscoso) y que favorecía la sucesión de desarrollo en otras
plantas, representa hoy día un grave peligro para la supervivencia de
cualquiera de estas especies. Desde que nuestros bosques han sido reducidos a su
mínima expresión, el derribo de un árbol emergente puede
representar un daño incalculable a la nidificación de una especie
de ave, o a la supervivencia de comunidades enteras de microorganismos asociados
a éste.
Por ejemplo, el Gavilán Colilargo fue una especie históricamente
distribuida por toda la isla sin que huracanes o fuegos naturales pudieran poner
en peligro su existencia. Por el contrario, estos fenómenos favorecían
nuevas áreas abiertas donde la rapaz podía cazar con facilidad
otras aves y alimentarse. Pero ahora, cuando este depredador se encuentra
limitado a pequeñas áreas boscosas en la Ciénaga de Zapata,
el Escambray, o algunos cañones de Sagua-Baracoa y la Sierra Maestra, el
impacto de un huracán, o la aparición de un incendio representa un
riesgo mucho mayor y más serio por no tener otro refugio forestal hacia
el cual huir.
A pesar que la tala y el desmonte de algunas áreas boscosas tuvo
lugar principalmente durante el inicio del siglo XIX, el ser humano tuvo un
efecto pequeño si lo comparamos a la actividad desempeñada por
este durante el período revolucionario. Aquella actividad eliminó
ciertamente el crecimiento del bosque en las tierras más fértiles
y accesibles del país, pero dejó intactos muchos remanentes
boscosos en cuanta ladera resultó un poco inclinada para la agricultura
(la Sierra Maestra es el mejor ejemplo), en aquellas montañas donde el
substrato rocoso no le permitía cultivar (Sierra de los Órganos),
o en aquellos terrenos pantanosos cuyo acceso y preparación encarecía
demasiado el esfuerzo (Ciénaga de Zapata y Lanier).
Es por eso que se puede afirmar que aún cuando los mejores bosques y
los árboles más desarrollados desaparecieron durante la colonización,
o que cuando los bosques que quedaron del período republicano ya
resultaron muy diferentes a aquellos habitados por nuestros aborígenes,
muchos árboles importantes en especie y en número sobrevivieron la
primera mitad del siglo XX. Hoy sin embargo, son raros los especímenes
que superen los 30 cm de diámetro en el tronco, y aquellos que lo
sobrepasan no tienen valor económico dada la pobre calidad de su madera.
Incluso, en una de nuestras reservas naturales "más protegidas"
por el gobierno actual, la tala de un cedro (Cedrela odorata) centenario fue
llevada a cabo en las cercanías de la Melba (al sur de Moa) para dar
forma a una mesa para Raúl Castro, por lo que la tala selectiva dentro de
dichas áreas "santuarios" continúa alterando la
estructura botánica según sean los intereses privados de la clase
dirigente.
Que conste, que nadie olvida a los Babún y otras familias madereras
de Oriente que se tragaban las más valiosas maderas de la Sierra Maestra
y de Sagua-Baracoa en sus aserríos. De hecho, hay que reconocerlo, parece
que en todas las épocas siempre hubo quien trató mal a nuestros
bosques. Hay evidencias por ejemplo, de que la Santísima Trinidad, el
barco de guerra más poderoso de su tiempo, y otros buques de la famosa "Armada
Invencible" de Felipe II, fueron construidos en gran parte con las maderas
duras de los bosques de San Antonio de los Baños y otros lugares cercanos
a La Habana (Manolo García-Caneiro, comun. pers.). Para comprobarlo,
nosotros, acompañados de un botánico, recorrimos minuciosamente
los bosques del Río Ariguanabo y encontramos cubiertos por la hojarazca
enormes tocones de Cuaba de Ingenio (Hypelate trifoliata) y otras maderas duras
que pueden permanecer siglos enterradas sin podrirse.
Pero con el fin de la Unión Soviética al ocaso del siglo XX,
Cuba deja a un lado la economía agrícola y se lanza desesperada a
buscar recursos en la aventura del turismo. Es en este período en el que
tiene lugar la tabacalización del país y en el cual muchas
cooperativas agrícolas comienzan a quedar abandonadas a medida que la
población campesina migra de manera incontrolable en busca de alimentos y
productos de primera necesidad sólo distribuidos en las ciudades.
Entonces, lejos de reforestar esas tierras abandonadas, el gobierno promueve su
venta para el cultivo del tabaco. Se trata de lotes empobrecidos por la
salinidad, pero que permite el cultivo de esa planta poco exigente. La suma
total de esta agricultura alcanza hoy cerca del 20 % del territorio nacional
gracias a las áreas boscosas transformadas en el país bajo
diferentes permisos, o "licencias ambientales" (premiadas ahora por
Klaus Topfer), y en las que se producen tabacos denominados de "Vueltabajo"
cosechados en medio de la provincia de Camagüey.
Por ello es que creemos que el PNUMA, además de los cubanos, debiera
sentir vergüenza. Porque la cobertura boscosa nacional que clama ser de un
21,4 % queda apenas como un dato más en los anales históricos de
la falacia revolucionaria. Desde 1961 a 1964, el gobierno de Fidel Castro cubrió
algunas hectáreas del país con árboles no indígenas.
La Casuarina (Casuarina equisetifolia) y el Eucaliptus (Eucaliptus sp.) oriundos
de Australia resultaron sus mejores "logros", junto a otras especies
como la Teca (Tectona grandis) del Asia tropical y el Flamboyán Azul (¡nada
más y nada menos que un Jaracanda del Brasil!) que no se quedaron atrás
en aquella campaña de exotización forestal dirigida por el
entonces llamado "arquitecto de la revolución", el compañero
Tonino Quintana, y la ilustre Celia Sánchez Manduley (Wotzkow 1998b).
Bienne, Diciembre 2000
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