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VILLA CLARA, Cuba.- Con el acuchillamiento de Jorge Luis Novoa (45 años) la noche del sábado 22 de abril en los exteriores de una de las más trágicas discotecas caibarienenses, nombrada “La Ruina”, arriban a cuatro los hechos canallescos durante el mes que aún no acaba en un municipio que extiende la violencia ya por varios años sin contención visible. El promedio es uno por semana.
Jorge Luis, quien falleció instantáneamente, era panadero y padre de dos menores, y “tan buena gente” que los lugareños decían de él que era “un pan”. Su asesino, un exconvicto reincidente que mató a parte de su familia antes, llevaba apenas tres semanas de libertad condicional tras liberarse de dos tercios de la condena. Declaró, cuando lo arrestaron, que a lo más en unos años estará suelto de nuevo para prolongar su reinado de odio.
A principios de abril, un imberbe estudiante de preuniversitario se defendió de su agresor en áreas del “Rapidito” nombrado “El Cangrejo”, donde las broncas se han trocado innatas. Terminó herido de gravedad en la riposta.
Días más tarde, una pelea multitudinaria que incluyó a foráneos y trasportistas privados en la cafetería “Villa Blanca”, llenó de sangre los cuerpos de guardia de los dos policlínicos locales cuando las botellas lanzadas hicieron blanco en varias cabezas y rajaron además ventanas y parabrisas. Esos mismos días vecinos del Malecón vieron correr a jóvenes borrachos con punzones, que salieron del bar del mismo grupo estatal conocido por “Piropo” y se refugiaron en el colindante restaurante “El Ranchón”, causando estropicios.
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Otra reyerta que trascendió la localidad provocó un altercado serio y heridos leves en la piscina conocida como Servisa, cuando humoristas nacionales contratados terminaron su habitual espectáculo de viernes y la gente quiso más, sin resultados. Similares enfrentamientos se han sucedido en los concurridos centros remedianos de la cadena Rumbos llamados “Las Leyendas” y “El Golazo”, donde también llevan a estos “comediantes”.
Este mismo sábado en la capital, Santa Clara, un hombre aporreó nada menos que con una pata de cabra a su esposa y a un vecino que intentó defenderla, muriendo ambos en el acto.
Un joven universitario que cursaba el último año de su carrera aguarda por proceso e inexplicable prisión en la famosa Pendiente, por someterse a acusar ante la Fiscalía Militar a un oficial que lo magulló en provincia vecina donde su padre y él echaban pesos extras al bolsillo familiar paseando niños en un burrito durante los carnavales. El motivo del arresto no ha sido esclarecido pero evidentemente no se cuenta con el imparcial apoyo de la PNR que presenció el suceso y desconoció de la desfiguración del rostro y otros maltratos recibidos por los dos a manos del agente. Incluso ayudaron a lavar la ropa ensangrentada para que no quedaran vestigios de la golpiza. La madre del estudiante —que ya ha perdido la posibilidad de graduarse— fue a denunciar el atropello al mismo Consejo de Estado sin inmediata respuesta.
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Los horarios habilitados por la “solemne” Asamblea del Poder Popular para estos fines suelen concluir a media noche —u hora después en el de semana—, justo en la cima del alboroto desenfrenado, por una prohibición que alcanza incluso a bares privados de dejarlos abiertos durante la madrugada. Es esa la hora en que “tarruces”, tronados, insatisfechos taimados y borrachos al fin, aprovechan para desahogar su impotencia agrediendo al prójimo, matando a quien se les cruce cual gato negro, y en el mejor de los casos vociferando pestes o rumiando rancheras camino a los vecindarios mientras patean depósitos de basura.
La localidad, que amanece día a día bajo el sobresalto de orales esquelas funerarias, continúa enfrentando el espanto de ver morir a sus oriundos en las únicas instalaciones habilitadas para el “disfrute” por divisas la mayor parte del tiempo. Pues las correctísimas actividades culturales retribuidas en papel del otro, apenas se ofertan ya en las deterioradas pistas para la famosa “pipa de cerveza”, las furtivas noches marineras o los desaparecidos clubes juveniles, de modo que el mocerío apetece ostentar ahorros de sus parientes en lugares donde les toquen con cierta supremacía económica. En razón de exhibir pírricos triunfos sobre eternos rivales.
La policía, como siempre, no se alcanza ni a pedacitos, entre arrestos por escándalos de corrupción, robos continuados, abusos a menores, prostitución, etc., exceptuando el ocasional/fructífero decomiso a callejeros revendedores de carísimas especias.
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