LA HABANA, Cuba. -Un dueño de un camión de Ranchuelo, municipio de Villa Clara, invirtió todo su dinero en cebolla y viajó hasta La Habana con su hijo de 15 años a vender la carga. La aventura que vivió llena de percances me la cuenta para que la haga pública, pero me ruega no publique sus nombres por temor a represalias.
Lo encontré sentado en la orilla de la playa, en Jaimanitas, refrescando la pelazón de la entrepierna causada por el calor, el trajín de la venta, el sobre peso que lo aqueja y dos días que llevaban sin bañarse. Su hijo también padecía lo mismo y al entrar al agua chilló de dolor, al contacto con la sal. Habían conseguido un alquiler en un cuartucho, pensaban bañarse y dormir, para regresar a su provincia por la mañana.
¨La cosecha de cebolla en Ranchuelo este año fue como nunca antes y los precios se abarataron. Invertí mi dinero y en vez de contratar un ayudante traje a mi chamaco, además del ahorro lo voy preparando para la labor. Cuando entré en La Habana fui hasta El Trigal, a coger vista y sondear los precios, pero lo que encontré fue una verdadera mafia. Vino un tipo gordo con muchas cadenas de oro que intentó comprarme el camión completo, es decir toda la carga, pero a un precio menor del que me costó en Villa Clara. Le di el bate (lo rechacé).”
“Me fui al área de los carretilleros, un gentío de hombres que daban pena, pujando por comprar barato, pero era imposible, los intermediarios controlaban el negocio y no permitían que los camioneros hicieran tratos directamente con ellos. Se formó un lío tremendo en un camión cercano al nuestro, sacaron machetes y se amenazaban, entonces decidí vender mi cebolla en la calle¨.
El Trigal es el centro de acopio y venta al por mayor, situado en las afueras de La Habana. Es único de su tipo en la capital y allí se fijan los precios, que se duplican o triplican cuando llegan a la gente: el mazo de cebollas veinte pesos, un ajo siete, la naranja agria a cinco, solo por citar tres ejemplos de productos con precios de escándalo, entre un listado largo de absurdos. Cuenta nuestro protagonista que El Trigal no le gustó. Se fue a vender a la esquina de Zanja y Manrique, en un agromercado con un área libre donde sábados y domingos se permite la venta.
¨Cuando anuncié cebolla a siete pesos el mazo, la cola que se formó en el camión fue de película. No dábamos abasto mi hijo de aquí para para allá, vendiendo y cobrando, pero la felicidad en casa del pobre dura poco, dos inspectores se presentaron en el lugar, detuvieron la cola y me pidieron los papeles de la carga. La reacción de la gente cuando pararon la cola fue de ‘ampanga’. Les dijeron a los inspectores desde perro muerto hasta que no mandaban ni en sus casas, en cambio querían disponer allí, aplastando a la gente y a quienes venden barato. No encontraron nada anormal, pero siguieron allí, durante un rato, con la cola parada y simulando una inspección. A las claras esperaban que les soltara algo, pero se jodieron, porque no les di un peso, ni siquiera una cebolla. Cuando al fin se largaron continuamos la venta, con las entrepiernas en carne viva, pero sin importarnos porque cumplíamos un objetivo, hasta que llegaron un par de señoronas perfumadas y en tacones, se presentaron como inspectoras de la ONAT, detuvieron otra vez la cola y volvió a armarse las de San Quintín.”
“La gente les gritó que fueran a buscarse un trabajo de verdad en vez de estar molestando a quienes vendían barato. Tuvieron que irse con el rabo entre las patas, porque aquella gente de Centro Habana estaba que mordían. Creo que los mismos vendedores del agromercado nos echaban a los inspectores para arriba, ya que le ‘jodíamos’ el negocio con nuestros precios. Deben haber sentido un gran alivio cuando vendí el último mazo, que no fue vendido, se lo regalé a una anciana que hizo una colecta junto a la cola rato para juntar los siete pesos. Algo bien triste, de verdad. Por favor, no me retrate, que pienso volver la semana que viene con más cebolla. Y con ajo. Tal vez si pones mi nombre cuando vuelva me saquen por el techo, no por vender caro como los habaneros, sino por vender barato. Ahora lo que más quiero es bañarme y conseguir alguna crema para estos pelados que no nos dejan caminar. Mi hijo también aprendió mucho en este viaje. Sobre todo que en La Habana no se le ha perdido nada¨.