GUANTÁNAMO, Cuba.- Desconozco cuántos días duró el viaje, pero intuyo que varias veces sus ojos escudriñaron el horizonte en busca del verde azul de la costa de la patria, cada vez más cercana.
Tampoco sé si entró a Cuba por el puerto de La Habana o el de su Matanzas natal aunque seguramente en todos los puertos cubanos habría visto la misma imagen que laceró su alma.
Cada vez que leo su famoso poema, escrito en 1899 luego de un exilio de tres años en los EE.UU, percibo su dolor y el sentimiento de frustración que acompañó a no pocos cubanos entonces.
Hay poetas que publican numerosos libros y luego el pueblo no recuerda uno solo de sus versos. Otros no tan prolíficos perduran en la memoria colectiva porque sus versos, a pesar de la manipulación de que pueden ser objeto, reflejan los valores más nobles de un pueblo en determinado momento.
Ese es el caso de Bonifacio Byrne y su poema Mi bandera.
Un poeta de su tiempo
Byrne nació en Matanzas el 3 de marzo de 1861 y murió el 5 de julio de 1936, hace hoy ochenta años.
Desde joven mostró inclinación hacia la literatura, aunque inicialmente ejerció el periodismo. En 1890 fundó en su ciudad natal los periódicos “La Mañana” y “La juventud liberal” junto con Manuel de los Santos Carballo y Gumersindo Moreno.
Su primer libro de poemas, titulado “Excéntricas”, al que críticos como Nicolás Heredia y Manuel Sanguily señalaron una fuerte influencia de la poesía nórdica, impactó al gremio literario matancero y sus resonancias llegaron hasta Julián del Casal, quien elogió el texto. También lo hizo Pedro Henríquez Ureña pero destacando “la imaginación amable y versátil, a ratos delicadamente humorística”.
Al reiniciarse la lucha independentista el 24 de febrero de 1895, la poesía de Byrne se desprendió de su estética inicial para apropiarse de un fuerte aliento épico. En 1895 escribió un soneto dedicado al patriota Domingo Mujica, fusilado en Matanzas por el gobierno colonial. Ello, unido a sus ideas independentistas, lo obligaron a salir hacia los EE.UU.
En 1897 publicó en Filadelfia un libro de sonetos patrióticos titulado “Efigies”, donde dedicó poemas a Carlos Manuel de Céspedes, Agramonte, los Maceo, Calixto García y otros próceres. Las ganancias por la venta del libro las donó íntegramente al Ejército Libertador.
Byrne ha quedado para siempre en la historia literaria cubana gracias a su poema “Mi bandera”, cuyo éxito se debió a que el poeta resumió magistralmente el sentimiento de frustración colectiva de muchos cubanos y logró insuflarle un hondo sentimiento patriótico.
Si el poeta viviera hoy
Si Byrne viviera hoy quedaría estupefacto ante la reiterada presencia de la bandera de las barras y las estrellas en numerosos ámbitos sociales cubanos.
El fenómeno es interesante y su análisis detenido desborda las posibilidades de este artículo. Me limito a afirmar que en la Cuba republicana, calificada por el castrismo y sus testaferros como “seudo república corrupta y dependiente de los yanquis”, a pesar de las magníficas relaciones que existieron entre los gobiernos cubanos y los norteamericanos, jamás la bandera norteña tuvo una relevancia semejante a la que hoy tiene en nuestra cotidianidad, donde se muestra sin recato en ropas, gorras, autos y numerosos espacios públicos.
Al parecer todo ha ocurrido como un efecto boomerang. Desde 1959 hasta la fecha, los líderes del castrismo y sus ideólogos no han hecho más que atizar la crítica y el odio hacia EE.UU, pero contradictoriamente no se cansaron de transmitir por la televisión miles de películas y series norteñas donde los criollos aprendieron más de la realidad de ese país que en los cansinos y manipuladores discursos oficialistas.
Jamás he usado una prenda de vestir con la bandera norteamericana. No se trata de una posición patriotera que asume un nacionalismo a ultranza. Sencillamente creo que si uso alguna prenda de vestir con una bandera, esa debe ser la de mi patria.
Sin embargo no practico un orgullo aldeano desconocedor de los méritos de la patria de Lincoln y Whitman, y los enormes aportes que EE.UU. ha hecho al mundo en materia de cultura, ciencia, tecnología y democracia. Todos los pueblos llevan en sí hondas reservas de nobleza. Por eso en mi biblioteca, entrelazada con la cubana, hay una pequeña bandera americana que me regaló un sacerdote de Chicago. Ni el fanatismo ni la manipulación me obnubilan. Estamos en el 2016, no en 1899.