CAIBARIÉN.- Cuando oímos hablar en Cuba de evento climatológico, se nos erizan el alma y el cuerpo, porque no hemos padecido aún el horror vacui adscrito a bruscos terremotos. La inminencia de la muerte (ajena o propia, de cualquier naturaleza viva) nos llena de incertidumbre y empuja hasta el paroxismo.
Porque un ciclón hace menos daño que un huracán, y a veces resuelve el problema de los trastornosque sufrimos los humanos por igual. No es lo mismo cuando acecha un monstruo que una depresión (sea local y momentánea, o personal y profunda).
La gente se dispone siempre a hacer planes de ajuste anti-contingencias.
Las empresas del gobierno –y el gobierno mismo- tienen ante sí la excusa perfecta para achacarle al fenómeno sus “actualizadas” ineficiencias y divinos manejos, las carencias interminables, sus disciplinas antieconómicas, pifias solubles y cadena de autoengaños no atribuibles al cataclismo pasado reciente.
Así como al descuido, sacan de circulación perenes hurtos, que una vez finiquitado el espinoso proceso de evaluación de daños, recomenzará sin falta su ciclo de estragos continuados. Porque a aquel que cruzara por el patio –aún en lontananza–, le serán imputados.
Por ejemplo, los almaceneros, en su entidades, ven los cielos abiertos (literalmente con la voladura de los techos) para “informar” a las alturas sobre lo que el viento se llevó (y con él, lo ausente de sus masacrados inventarios) antes de que la próxima contraloría/auditoría emita ruidosos edictos carcelarios.
Cada minuto post ciclón constituye un siglo de pérdidas materiales, el Estado lo sabe y manda tropas.
Este mes de setiembre hubo aquí hechos vergonzosos en que dejaron la piel sus mayores. Pero al cabo (y no al capitán), solo el cuero se exhibió cual vellocino de chivitos expiatorios.
El Director de una empresa mixtoide –Comunales– radicada en la zona del inextricable turismo, tan pronto se restableció el tránsito hacia el cayerío por los puentes rotos, se volvió loco de contento y llevaba a casa varios kilos de carne de res, tubos de jamones, quesos, cajas de bebidas y otras minucias gustativas en una carga que paró de puntas al automóvil, chillándole gomas. Fue detenido en el peaje por guarapitos sedientos/sofocados, y no pudo ofrecer con la turbación explicación creíble.
Se recupera del mal momento en una celda provisional del aparato con el cual colaboró –¿quién no?–, esperando el proceloso proceso (o la aclaración oportuna).
Otro Gerente de regio Hotel binacional (Meliá/Royalton), fue interceptado llevando en su vehículo también una ingente masa de pollos congelados que extraviaron su brújula, quien al ser requisado en el mismo sitio que el anterior, se excusó diciendo: “estoy comiendo mierda, me pasé el comedor y olvidé dejarlos con la factura”. Y enseguida mostró papel de su autoría
(El colega es mejor conocido por ser “Hijo de la Patria”, porque sus parientes murieron tempranamente cumpliendo misión internacionalista).
La Tenería Patricio Lumumba, que perdió algunas tejas y no sufrió significativos desmoronamientos, aparece entre los informes de prensa como “una de las entidades económicas más dañadas” por el paso de la tétrica huracana. Porque con esa información pertinente, el Seguro Estatal –seguramente– cubrirá todo el desastre en que haya incurrido la curia tenera durante medio siglo.
El seguro mismo fue aprovechado en esta revuelta por muchas mentes brillantes, y se dedicaron a reparar instalaciones divisables como el ServiCupet (Cimex, SA), que restaba indemne, cambiándole los pisos de impostadas baldosas que nada extraordinario tenían, a manos de una brigada especial enviada desde el oriente por el ex jefe local Lázaro Expósito, ahora secretario santiaguero.
Uno se pregunta si los oligarcas de estos organismos no son todos revolucionarios probados, consensuados fidelistas y defensores de la misma causa que el seguro al que extorsionan sin piedad. Ya quisiera verlos el pueblo pinchando a inferiores cuando una visita suprema anuncia venida látigo en mano, o haya que organizar marchas patrioteras.
Hablando de fidelidades demostradas, una cederista destacada –y sin casa porque fue volatilizada– en fechas de silencio sepulcral por el 28 de setiembre, fue entrevistada el pasado domingo 17 para el Canal Habana, relatando al reportero “que me salvé de Irma gracias a una foto que guardo desde el Kate (1985), porque tuve a (san) Fidel alumbrado toda la noche ¡con una vela!
Evidentemente esa calidad de cera a prueba de tormentas, debe ser obra del socio Maduro (o de la rufiana NASA), porque bien podría encender otra para que le reaparezca el tejamen.
Para dejar constancia de la movilización y entusiasmos participativos en las labores de limpieza y “sanea-miento”, un camarógrafo de la TV grabó a un grupo de reclutas junto a la estatua de Martí levantando escombros con la ayuda de un tractor, quienes fueron desembarcados de unos camiones verdinegros minutos antes. Una vez finalizado el rodaje, devolvieron a los vecinos las escobas prestadas, la basura quedó a medias, y partió el camión bramando con el ejército encima. (Fin del performance).
Por otro lado, los albergados que perdieron moradas, se resisten a ser trasladados a zonas rurales –en improvisadas ex escuelas en el campo– desde las urbanas aulas donde dormitan a pierna suelta, comen de gratis y son atendidos gloriosamente por la salud pública, pues las ofertas que les hacen para reconstruirse ranchitos de troncos y techumbre de cartón embreado, no les tienta demasiado, y cuando la policía ha intentado desalojarlos por la fuerza para reiniciar las clases en esos locales ocupados, se ha armado la gorda.
Algunos son unos descarados de marca mayor, quienes aprovecharon a Irma para liquidarse espacios ya derruidos, portándose en talla comparable a los dirigentes –de palabra altiva– que azuzan al imperialismo y defienden cacofónicos “su socialismo” cubano.