LA HABANA, Cuba.- El 17 de diciembre es una fecha de especial connotación para la religiosidad de los cubanos que viven dentro y fuera de la Isla. Es el día de San Lázaro, el hacedor de milagros; pero es también la fecha en que se produjo la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Muchos piensan que dicho acercamiento nació bendecido por haberse verificado en el día de un santo tan poderoso. Desde entonces, un doble estímulo condiciona la peregrinación al Rincón, el camino de las promesas donde se es testigo del fervor que sienten los cubanos por San Lázaro.
No hay mejor manera de comprender lo que allí sucede que haciendo la caminata de 8 km (ida y regreso) junto a personas tan anhelantes o agradecidas, que se imponen cargas sobrehumanas y se someten a un grado de autoflagelación proporcional a la dimensión de las bendiciones recibidas, o que se espera obtener gracias a la mediación del santo. Algunos avanzan a rastras, bajo un sol que cae a plomo, con el añadido de tener que soportar el inoportuno proselitismo de los cristianos.
La crisis de valores ha hecho mella en la religiosidad popular. Personas mayores, muy verticales en sus creencias, sostienen que todo se ha perdido, desde la urbanidad hasta la fe, y que mucha gente no va al Rincón por devoción, sino por librarse de una carga o no dejar una deuda pendiente. No faltan, incluso, quienes aprovechan la ocasión para satisfacer necesidades propias a costa de la caridad de los fieles.
Entre los caminantes iba una joven sola que dijo llamarse Isabel Román. Aunque no quiso que le tomaran una foto, aceptó compartir su historia con CubaNet. Isabel no es una mujer especialmente religiosa. Nada en su vestimenta revela inclinación por un credo o deidad determinado. Sin embargo, marchaba al Rincón para cumplir un voto hecho a la Virgen de Regla. Una vez pagada su promesa, contó a CubaNet que hace un par de años se sintió tan perdida que decidió ir a la Iglesia de Regla.
“Necesitaba un cambio en mi vida. Fui ante la Virgen, desesperada y con poca fe, y pedí sin prometerle nada a cambio; pero se cumplió mi deseo con generosidad y mi vida cambió para bien aunque tuve que asumir nuevos riesgos (…) Así que fui al año siguiente y le pedí por la salud de un ser muy amado…”
La Virgen concedió su gracia, una vez más, a Isabel; por ello la muchacha había emprendido la marcha al Rincón, repartiendo mil pesos en limosnas a los mendigos o pagadores de promesas que hallara en su camino. Debía hacerlo con billetes de 20 pesos, de los azules, como tributo a la santa y, una vez llegada a la iglesia, dedicarle en su altar una estola color turquesa.
Lo extraño de su historia es que eligiera la iglesia de otra deidad para cumplir su voto. “Yo quería sentir que verdaderamente estaba ofreciendo algo —explica— y también quería pagar mi promesa contribuyendo a que otros, más devotos y merecedores que yo, pagaran la suya”.
La humilde fe de Isabel contrastaba con el oportunismo de varios “religiosos habituales” que, en la misma puerta de la iglesia y vestidos con los colores del santo, prácticamente exigían las limosnas a los contribuyentes. Y es que el día de San Lázaro también hace ocasión para que muchas personas, entre ellas ancianas y discapacitados, resuelvan momentáneamente carencias materiales y alimentarias.
Pero por encima de los “buscavida” irradiaba la devoción de aquellos hombres y mujeres que llegaron a los pies de San Lázaro a rastras o sobre sus rodillas, remolcando un pesado pedrusco y exhibiendo llagas ensangrentadas; desfallecidos de fatiga, hambre, sed y dolor. Les acompañaban lazarillos que barrían el camino de piedras para que llegaran lo menos lastimados posible.
En medio del despliegue policial y el espíritu mercantil que opacaban la sacralidad de la fecha, un hombre acudió de rodillas, rodeado por acompañantes que lo protegían del sol con una manta, mientras vertían cera caliente sobre su espalda. Desde un pago tan violento como el suyo, hasta la modesta ofrenda de Isabel, la peregrinación al Rincón es el retrato de una nación enferma, empobrecida, fragmentada, oprimida y violentada en sus ideales prístinos.
Cada 17 de diciembre los cubanos se aferran, a través de la fe, al derecho elemental —escamoteado— de la esperanza.