LAS TUNAS, Cuba.- La represión ejercida por el castrismo contra la prensa independiente durante la visita del Presidente Barack Obama a Cuba, puso en peligro la vida de mi madre, una anciana de 85 años de edad, aquejada de una enfermedad respiratoria crónica y de Alzheimer.
Conducida en la noche de ayer al cuerpo de guardia de la policlínica de esta ciudad, por falta de aire y desvanecimiento, la doctora que la atendió, luego de examinarla y escuchar los antecedentes aportados por mi familia y por mí, descartó un agravamiento de la afección respiratoria crónica (bronquiectasia), y diagnosticó un caso de intoxicación; pero así y todo, indicó una radiografía de tórax, pospuesta hasta la mañana de hoy “pues ese servicio no lo presta el policlínico en horario nocturno”, me dijeron en el cuerpo de guardia.
Pregunté al Dr. Balmaceda, del área de Salud donde residimos, presente anoche en el diagnóstico de mi madre en el cuerpo de guardia del policlínico: “¿Por qué una doble fumigación con líquido insecticida en nuestra casa?”, y el médico de la comunidad me respondió con otra pregunta: “¿Qué fumigaron dos veces seguidas su casa?”, diciéndome “desconocer” lo sucedido.
La intoxicación por saturación con plaguicidas del medio ambiente domiciliario de una persona postrada como mi madre, suceso del que todavía se desconoce cuáles serán las consecuencias, ocurrió cuando su habitación fue rociada con veneno durante dos días consecutivos, en menos de 24 horas, con el presumible fin encubierto de conocer si yo me encontraba dentro de la vivienda o fuera de ella: la (in)seguridad del Estado desconocía mi destino, y en lugar de averiguarlo de forma legal, haciéndome comparecer mediante citación oficial, optó por hacerlo mediante subterfugios.
Yo no me encontraba en mi casa desde la semana pasada. Pero así y todo la policía política situó frente a ella una guardia compuesta por personas vestidas de civil día y noche, desde antes del Presidente Obama llegar a Cuba y hasta que salió de ella, como ocurrió con otros comunicadores e integrantes de la sociedad civil cubana crítica del régimen.
Me cuenta mi esposa, que en estos días, por nuestra vivienda desfiló una ristra de gente dispares preguntando por mí, a saber: Alfredo, el mecánico del tractor de mi difunto padre; Roberto, el que me arregla los espejuelos; un sereno, que vigila el almacén colindante y al propio tiempo a nuestra casa; un inspector de asuntos urbanos, a fin de tratar cosas de la vivienda de Madre; e incluso, el capitán Keitel, un instructor de policía que sin hacer valer su autoridad jurídica mediante citación oficial, empleado como un simple recadero, fue enviado a mi casa para conocer de mi paradero.
Como mi ubicación resultó infructuosa, aunque parezca una película de Cantinflas, a alguien se le ocurrió una combinación que tiene más de premeditación criminal que de operativo encubierto.
La fumigación contra los mosquitos transmisores del virus del Zika, correspondía en la zona de la ciudad de Puerto Padre donde resido este martes. Pero sin previo aviso, me cuentan mi mujer y mi hijo, sorpresivamente, fue realizada pasado el mediodía del lunes.
Vecinos hubo, me dicen ellos, que debieron ser localizados en sus centros de trabajo para fumigar sus casas, mientras otros, dentro de ellas, protestaban ante la inesperada interrupción de sus tareas domésticas. Pero los operadores dijeron que la fumigación del martes se mantenía, que la de este lunes era “por un problemita que había en esta zona,” especificaron a mi mujer cuando ella preguntó ante cambio tan brusco.
Pero este martes no reiteraron la fumigación en las casas asperjadas el lunes; hacerlo hubiera sido correr el riesgo de intoxicar a ancianos y niños de toda una manzana de la ciudad, luego un delito de estragos.
Sólo mi casa fue rociada otra vez el martes. Dice mi esposa que la recorrieron habitación por habitación, y empleando una moto-mochila, los operarios la pulverizaron con líquido plaguicida como la primera vez: sorpresiva y concienzudamente.
El Código Penal cubano conceptúa y penaliza el delito de lesiones según este enunciado: “El que cause lesiones corporales graves, o dañe gravemente la salud de otro, incurre en sanción de privación de libertad de dos a cinco años”. También reza que “se consideran lesiones graves las que ponen en peligro inminente la vida de la víctima, o dejan deformidad, incapacidad o cualquiera otra secuela anatómica, fisiológica o síquica”.
Si en Cuba viviéramos en un Estado de Derecho y no en un estado policíaco, bastaría a un Fiscal la publicación de esta crónica para acogerla como denuncia, y como tal, investigarla.
Pero ha sido el mismo general Raúl Castro, en presencia del presidente Obama, quien este lunes ha negado el presidio político en Cuba, precisamente el mismo día y casi a la misma hora en que, para acallarme, simulando una campaña de higienización, alguien hizo enrarecer con venenos la habitación de mi anciana madre, poniendo en peligro su vida; y más en peligro aún cuando en esta ciudad los servicios de salud son ineptos hasta para tomar una radiografía.
El policlínico comunitario Romarico Oro, donde anoche llevamos a mi madre, y el hospital intermunicipal Guillermo Domínguez, donde murió mi padre, hoy se encuentran sin servicios de rayos X.
Como ayer nos dijeron que de noche no, que de mañana sí, en la mañana de hoy, llevamos otra vez a Madre al policlínico para que le hicieran la radiografía de tórax anoche indicada por antecedentes de “bronquiectasia con manifestaciones catarrales hace dos días”. Esto es: falta de aire, tos y secreciones, pero según me dijeron en la recepción, y luego la misma técnica de laboratorio me reiteró dolida, “ay, no es posible hacer RX, no hay con qué revelar las placas, aunque se la haga no saldría”.
“¿Ni en el hospital?”, pregunté. “Ni en el hospital,” confirmó la técnica y también la empleada acompañante de la recepcionista quien dijo: “Y no la podemos mandar para el hospital porque allá tampoco hay líquido (revelador) para las placas”. A lo que alguien que presenciaba la escena comentó: “Lleven a la viejita para Venezuela, allá es donde Cuba tiene con qué tirar placas y hacer de todo”.
Y yo lo creo: el pasado 25 de febrero mi padre sufrió una fractura de fémur, y trayéndolo a este mismo policlínico donde ahora no hay con qué hacerle una radiografía a mi madre, su traslado al hospital fue demorado, no había ambulancia en la cual conducirlo; hasta que al fin, esta misma empleada que ahora tengo delante diciéndome que no hay RX, luego de muchas gestiones, consiguió la ambulancia de las mujeres embarazadas para llevar a mi padre al hospital.
“Mi padre murió aquel mismo día, trombo embolismo pulmonar”, digo a la empleada, enfatizando con que “y después dicen que yo soy demasiado crítico: aquel día sin ambulancia y hoy sin RX”.
“No, usted lo que es realista”, me dijo la empleada con la mirada húmeda. Y pensar que ayer, de visita en Cuba, el Presidente estadounidense Barack Obama coincidió con el general Raúl Castro y alabó los grandes éxitos del sistema de Salud cubano.
La salud de mi madre está ya de por sí muy delicada tras meses de postración. Pero si en las próximas horas se agravara producto de la intoxicación sufrida, cabe incoar un proceso judicial por un delito de lesiones graves, quiera Dios que no por homicidio, contra los que saturaron su habitación con plaguicidas.
Cierto es que esas personas sólo son cómplices del crimen por cooperación. Pero llegado el caso, ya los operadores de las moto-fumigadoras deberán indicar quién ordenó volver sobre donde ya habían aplicado venenos en nuestra casa, y estos ordenadores, ya tendrán que declarar quién o quiénes, simulando un plan de fumigación para salvaguardar la vida humana, en realidad mandaron la ejecución de un plan de búsqueda policial del que resultó víctima una mujer inocente.