LA HABANA, Cuba.- Asfixia, contención, miedo, ira. Una hora de función basta para provocar el sobrecogimiento y la reflexión entre un público heterogéneo que tiene en común la preferencia por la vasta creación literaria de Virgilio Piñera. El pasado viernes 6 de mayo, el grupo de teatro Punto Azul estrenó en el Bertolt Brecht la obra “Nadar en seco”, un cuidadoso montaje de cinco piezas del connotado dramaturgo: “La Isla en peso”, “La Caída”, “La maldita circunstancia del agua por todas partes”, “Cirugía plástica” y aquella que pone título a la puesta en escena.
Un elenco joven dirigido por la bailarina y coreógrafa Lynet Rivero, integrado por las actrices Yaité Ruiz y Arianna Tejeda, el actor George Abreu y los estudiantes de danza del Instituto Superior de Arte (ISA) Diana Cano y Eglier Morales, asumieron el enorme desafío de expresar, mediante el lenguaje físico, esa peculiar manera de hurgar en la naturaleza humana, consustancial a la poética virgiliana. Probablemente lo más difícil de este ejercicio, que se sustenta mayormente en la improvisación, haya sido eslabonar dentro de un orden lógico textos diversos –en cuanto a forma y naturaleza– que apuntan a sentimientos, aspiraciones y contextos propios, pero también universales.
El motivo central de la obra es la insularidad; pero no solo como cuestión de identidad nacional. El discurso trasciende la condición de aislamiento inmanente al espacio geográfico para referirse a la fragilidad ontológica del ser humano. “Todos somos islas”, sería una acertada interpretación de la inquietud global contenida en la yuxtaposición de ideas canalizadas a través del cuerpo humano paciente y vencido.
Varios momentos álgidos tuvo la puesta en escena. Estallidos de ira, desesperación, rendición al peso y la circunstancia; sentimientos todos que hallaron acertada correspondencia en un constante movimiento escénico, fragmentado y asimétrico que convergía –durante agónicos segundos– en el grito contenido, o liberado para no perecer.
Quizás el acto más emotivo y arriesgado fue la narración/representación del cuento “La caída”, protagonizado por la actriz Yaité Ruiz (“Matrimonio Blanco”, “Rent”) y un hombre del público –elegido al azar– que conmovió al auditorio con su docilidad, tanto como la experimentada actriz con su capacidad para prever y aprovechar las reacciones del neófito.
El otro pico emocional de la puesta en escena estuvo a cargo del actor George Abreu, quien interpretó el discurso de Virgilio Piñera sobre los propósitos y contradicciones del arte, cuya autonomía es satanizada y amenazada hoy como hace cincuenta años; aunque los mecanismos sean más sofisticados, seductores o sibilinos.
La intervención audiovisual del actor Waldo Franco, encarnando al escritor en la declamación del poema “Cirugía plástica”, fungió como apoyatura a la escena en que se hilvanaban la ficcional solución y final confrontación a uno de los mayores conflictos del ser humano: la mortalidad.
Desde luego, toda obra humana es perfectible. Nadar en seco podría ser reordenada en función de un cierre más pausado y, a la vez, categórico. La escena final dejó a muchos de los asistentes la impresión de que vendría un segundo acto. Demasiado abierto, como si terminar con la idea que corresponde fuera demasiado para el público. Toda vez que la preocupación medular es la insularidad geográfica y existencial, no hay razón para no asestar el último golpe. Cuba ha de hundirse, en términos geológicos y en un futuro todavía lejano. Pero una poderosa metáfora visual circunda a esa Isla humana que el mar deglute en su presente. La maldita circunstancia no es un oscuro presagio en el horizonte; es un cataclismo agitándose bajo nuestros pies, sobre nuestras cabezas.