CAIBARIÉN.- El joven informático Roberto Ferrer Castro, pareja estable de Lisbany Pérez Carvajal, su par inmolado, explicó en la funeraria municipal a familiares, amigos y colegas de trabajo de la subsede universitaria donde labora desde hace varios años, que no sabe por qué su exmarido decidió quitarse la vida dentro de la casa que ambos compartían alrededor de las 7:00 p.m. de este 14 de febrero, sin que mediara incidente previo alguno ni dejara a la vista el occiso nota aclaratoria o inculpatoria.
Tenían la misma edad, 31 años, y llevaban más de seis juntos.
Aunque Lisbany trabajaba ininterrumpidamente como un cautivo en el próspero cayerío circundante de esta ciudad, y antes lo hiciera para la firma de servicios al turismo denominada Geyser, no se conocen antecedentes serios suyos que puedan apuntar a un desequilibrio mental u otras razones atribuibles al rango punitivo.
Tampoco existen pruebas públicas de profundas divergencias entre los esposos, las que gravitasen en su fuero existencial negativamente hasta el extremo de explicar pérdida tan temprana, independientemente del desespero y la zozobra que ha ocasionado en Roberto, transido y manifiesto.
Ambos convivían con la familia de Ferrer Castro sin grandes conflictos interpersonales en áreas colindantes de la ciudad, pues Lisbany provenía del campo y aquí encontró, con el amor, cobijo.
Al padre del primero (suegro no reconocido del difunto por la ausencia de una Ley que legitime a este tipo de pareja LGBTIHQ, en un país que brama a los cuatro vientos haber cambiado pareceres y disponer de líneas de auxilio constatables y anónimas, más un centro de educación sexual nacional que apenas rinde frutos para esa comunidad) le tocó correr y dar la voz cuando halló el cuerpo inerte de su incierto yerno oscilando en el aire.
El creciente índice de suicidios del país continúa confinado bajo llave cual secreto estatal desde la época de Fidel Castro, sean de la naturaleza o el cariz que sean.