LA HABANA, Cuba – La reanudación de las relaciones diplomáticas entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba, ha perdido mucho del entusiasmo que ilusionó a los cubanos durante el proceso de las conversaciones.
Hombres y mujeres; adolescentes, jóvenes y adultos recibieron la noticia animados por la fe en un futuro de mayores libertades y prosperidad económica.
Sara Riquelme, una enfermera de 36 años, nos dice que “no creo que las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos nos vaya a sacar de la crisis que nos está asfixiando. Las autoridades cubanas han repetido hasta el cansancio que no aceptarán condiciones del gobierno norteamericano; y yo, la verdad, no entiendo cómo se puede negociar sin que se produzca un intercambio de demandas, y acuerdos de cumplimiento, donde ambas partes alcancen propósitos que satisfagan sus intereses”.
Muchos ciudadanos no se han cortado un pelo a la hora de comentar: “¿A dónde vamos a parar, si Estados Unidos les retira el apoyo a los defensores de los derechos humanos? El gobierno cubano sigue con la cantaleta del ‘respeto a la soberanía y a la auto determinación’, como si el resto de los ciudadanos no existiéramos y no tuviéramos derecho a ese mismo respeto por parte de los que nos gobiernan”.
“Yo creo que es una burla patética –nos dice Francisco Domínguez, un jubilado de 69 años-, que el gobierno cubano reanude relaciones con el gobierno norteamericano, al que cataloga de imperialista y acusa de querer destruir la ‘revolución’, y no sea capaz de entenderse y negociar con sus propios ciudadanos, solo porque piensan diferente”.
Por su parte, Librada González, una trabajadora por cuenta propia de 42 años, expresó: “Mira, yo sé que muchos cubanos están ilusionados con el tema de las relaciones con Estados Unidos. A mí también me gustaría creer que las cosas van a mejorar; pero los problemas objetivos y concretos de una nación no se pueden resolver a través de la fe, y por más de 50 años hemos soportado la mentira del régimen.
“Este país –continúa diciendo González-, se pasó 30 años amamantado por la ayuda soviética y los países del campo socialista, y el gobierno cubano no fue capaz de arreglar una calle o reparar un edificio, ni tuvo la capacidad (o la voluntad) de crear fuentes sostenibles de empleo para desarrollar una economía medianamente decorosa. Se pasó más de medio siglo malgastando recursos, exportando su ideología y atemorizando al pueblo con la inminente invasión del imperialismo yanqui. El gobierno cubano tiene que empezar por construir buenas relaciones con el pueblo que está gobernando y dejar que la gente recupere su derecho a la libre expresión; entonces, se podrían entender las relaciones con Estados Unidos como la consecuencia de un cambio de mentalidad”.
Un joven estudiante de derecho, que prefirió no ser identificado por temor a ser expulsado de la universidad, considera que “es difícil creer que la decisión del gobierno cubano de reanudar relaciones con los Estados Unidos responda a una política de entendimiento y respeto. Por una parte, vemos a Raúl Castro reconciliándose con su enemigo histórico, y por la otra, vemos a ese mismo Raúl Castro ordenando el constante acoso y represión contra los ciudadanos que se atreven a cuestionar la política oficial. Creo que no puede hablarse de relaciones entre países, sino de un intercambio de favores políticos entre dos presidentes que, por distintas razones, pretenden cambiar el modo en que van a ser recordados por la historia”.
“En mi opinión –concluyó el estudiante de derecho-, Cuba se ha convertido en un país de esperanzas sin futuro. Una pasarela siniestra de cadáveres rebeldes, que se aferran a cualquier alternativa para no ser sepultados en la misma fosa donde yacen los restos de la ideología que los condenó al fracaso. La isla es una esposa abandonada, que se desgasta entre los paliativos de astutas filantropías y la desesperación de una nación secuestrada; abatida por la fatiga del subdesarrollo, el acoso de los fusiles y las promesas que no se cumplen”.
La opinión de otros entrevistados, aunque menos marcada por el desaliento y la falta de fe, estuvo matizada por el escepticismo de los que están cansados de las palabras que no se traducen en hechos concretos, y piensan que “puede ser que esta vez las cosas sean diferentes; pero, como dice Santo Tomás, ver, para creer”.