LA HABANA, Cuba. — El concepto de “descolonización cultural” enarbolado por el castrismo oficia como una barrera contra las influencias provenientes del exterior. A veinticinco años de la visita a Cuba del papa Juan Pablo II —que se cumplirán el próximo 25 de enero— los gobernantes castristas continúan ignorando uno de los consejos del Sumo Pontífice para que la isla se integrara satisfactoriamente al concierto internacional de naciones.
El entonces jefe de la Iglesia Católica pidió que el mundo se abriera a Cuba, pero también sugirió que Cuba se abriese al mundo. Esto último nunca ha sido cumplido por las autoridades cubanas.
Por aquellos años finales de la década de 1990, la democracia liberal y la economía de mercado se extendían por los cinco continentes tras el fracaso del modelo de partido único y economía centralizada en las naciones que se propusieron edificar el denominado “socialismo real”. Sin embargo, el castrismo no siguió el ejemplo que se abría paso en las antiguas repúblicas soviéticas. Por el contrario, mantuvo la tiranía del Partido Comunista, continuó con las violaciones a las libertades individuales, redujo los espacios del mercado en la economía, y a partir del ascenso al poder del chavismo en Venezuela, se dio a la tarea de alentar el surgimiento de regímenes antioccidentales en América Latina.
Ahora, en momentos en que el discurso oficialista insiste en que el “enemigo” arrecia la guerra cultural contra Cuba, los gobernantes de la isla se cierran cada vez más a las influencias provenientes del exterior. El término “descolonización cultural”, enarbolado entre otros por el combativo presidente de Casa de las Américas, Abel Prieto, se emplea para deslegitimar cualquier manifestación cultural que se considere no compatible con la idiosincrasia nacional.
Una muestra de lo anterior la tuvimos hace poco, cuando un grupo de jóvenes celebraron una versión cubana de Halloween, y de inmediato apareció la condena de las autoridades castristas, alegando que se trataba de una actividad que nada tiene que ver con los fundamentos de la cubanía.
Un reciente artículo aparecido en el periódico Granma (“Hacer del arte militancia”, edición del 9 de enero) refuerza esta cerrazón cultural del castrismo. Mediante el uso de un lenguaje beligerante, en el que sobresalen conceptos como “hacer de los museos un nido de conspiración anticolonizadora”, y “hacer combatir al arte metiéndolo en las escuelas con sentido de batalla”, el articulista llega a considerar como colonizadora la relación comercial que se establece entre una nación tercermundista, productora de materias primas, y otra desarrollada que oferta productos terminados.
Aquí se ignora que semejante relación obedece al principio de complementariedad económica que rige buena parte del comercio internacional, y que esa producción de materias primas ha proporcionado apreciables niveles de crecimiento económico a las naciones que la desarrollan, como sucedió, por ejemplo, con varios países latinoamericanos en los años iniciales de la presente centuria.
Casi al final del referido artículo se lee que “El Halloween del norte no se combate de manera efectiva con la queja impotente, se combate haciendo militar en toda la geografía nacional la Fiesta del Fuego”.
Esta reducción de lo cubano a la Fiesta del Fuego, que prepondera la relación cultural de Cuba con las pequeñas naciones del Caribe insular, y por tanto resalta el componente africano de nuestra cultura, nos hace pensar que en cualquier momento el castrismo desdeñe la otra raíz del ajiaco cultural cubano: lo español. Como proviene de una nación occidental, la línea dura de la maquinaria del poder la podría considerar colonizadora.
De cualquier forma, esta estrategia oficialista de cerrarse al mundo estaría igualmente impidiendo, de cierta manera, que el mundo se abra a Cuba, tal como lo pidió también aquel ilustre Papa de origen polaco.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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