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Cuba, una isla sin pescado ni sal

¡Si es que ni los mismos cubanos lo entendemos! Porque es insólito que teniendo Cuba 2 500 kilómetros de costa haya que importar la sal y el pescado.

LA HABANA, Cuba. — “¿Aquí en Cuba no hay pescado?”,  me preguntaron asombrados luego de leer el menú de un restaurant dos turistas italianos a quienes guiaba por la Habana Vieja y que estaban antojados de comer pescado del trópico.

“Ni pescado ni sal”, fue mi respuesta. Y debido al poco español que sabían, lo más seguro es que se hayan quedado sin entender lo que traté de explicarles.

¡Si es que ni los mismos cubanos lo entendemos! Porque es insólito que teniendo Cuba 2 500 kilómetros de costa haya que importar la sal y el pescado.

Las pescaderías llamadas Mar y Tierra, cuando no tienen alimentos del mar, venden croquetas, picadillo y embutidos. El poco pescado que hay en esos lugares es casi siempre de agua dulce y de poca calidad, como la claria y la tenca, con muchas espinas y cuyo sabor no es grato al paladar.

Cuando hay pescado de mar es más caro. Por ejemplo, el kilogramo de macabí cuesta 235 pesos. El kilogramo de sardina, que es lo más barato, vale 225 pesos.

Hace poco, en la pescadería de La Lisa, cita en la avenida 51, vendieron pargo, a 900 pesos el kilogramo. La mayoría de las personas que entraban al sitio, miraban y se iban sin comprar, diciendo horrores.

No todas las pescaderías son abastecidas de modo parejo. Las hay que pocas veces son surtidas.

A finales de la década de 1970, el gobierno cubano compró en Argentina unas tiendas de estructura metálica con equipamiento para la venta de pescado. La mayoría de ellas ya no existe. Algunas las desarmaron y convirtieron en chatarra. Otras se usan como puestos de vender productos agrícolas o fueron convertidas en viviendas.

Antes de 1959 se podía adquirir pescado fresco en varios sitios de La Habana, sobre todo en poblaciones costeras como Cojímar y Santa Fe, o en el Mercado Único (Plaza de los Cuatro Caminos) y los supermercados Minimax.

También el pescado fresco lo traían de puertos cercanos a la capital, como Batabanó, Mariel y Santa Cruz del Norte. Y otros puertos del interior del país enviaban pescado a La Habana en camiones refrigerados.

Hoy lucen fantasmagóricos puertos pesqueros ayer tan activos como Batabanó (Mayabeque), La Coloma (Pinar del Río), Sagua La Grande y Caibarién (Villa Clara) y Manzanillo (Granma).

En los años 60 y 70, Cuba tuvo una flota de barcos pesqueros de gran tamaño que eran capaces de procesar la captura en el mar. Aquella flota garantizaba el pescado que se exportaba y el que consumíamos aquí. Pero los barcos se fueron deteriorando debido al excesivo uso y la falta de mantenimiento. Hubo que desactivarlos y no los reemplazaron.

Hoy, las langostas y los camarones se exportan. En Cuba solo se ven mariscos en algunos restaurantes (estatales o de cuentapropistas) para consumo de turistas que pagan con tarjetas en divisa o con precios inaccesibles para el cubano promedio.

En la isla caribeña existen leyes que imponen fuertes multas y hasta penas de prisión a los pescadores sin licencia que sean sorprendidos vendiendo sus presas. Ellos están obligados a venderle al Estado, al precio que este disponga.

En cuanto a la sal, también escasea y está racionada por la Libreta de Abastecimiento. Se supone que cada tres meses vendan un paquete de un kilogramo de sal por núcleo familiar, pero la cuota no viene a las bodegas con regularidad.

El precio oficial del paquete de sal es siete pesos. En el mercado negro oscila entre 100 y 200 pesos, pero cuesta trabajo encontrarla. Por ello, es común que entre vecinos se maneje aquello de “un poquito de sal que no tengo”.

La mayor salina de Cuba está en Guantánamo y tiene capacidad para abastecer a todo el país. Pero, según explican las autoridades, el equipamiento técnico para refinar la sal está en mal estado y no hay las piezas necesarias para las reparaciones por “culpa del bloqueo”. Y en las tiendas en moneda libremente convertible (MLC) la sal que se vende es importada y cara.

Agudiza la escasez el número de negocios de cuentapropistas que usan la sal para elaborar sus productos. Como en los mercados mayoristas no venden sal, los cuentapropistas, para no tener que pagarla en las tiendas en moneda libremente convertible, la compran por sacos en el mercado negro. Y esa sal que se vende en el mercado negro es, a su vez, la que roban en bodegas y almacenes.

Jorge Luis González Suárez

Periodista independiente

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