LA HABANA, Cuba.- “Ya el día del maestro no es la fiesta que era”, contó a Cubanet una maestra jubilada, que tiene tanto miedo a hablar, que prefiere no decir su nombre ni la escuela donde trabajó por más de 30 años. Alguien le dijo que podía “ir presa si hablaba mal de la revolución”, pero aun así no se resiste a contar su historia.
“No alfabeticé, pero ni falta que me hizo porque he vivido en Educación muchas angustias y unas cuantas alegrías”, afirma.
Nos contó que, pese a que se enfermó de las cuerdas vocales por el polvo de la tiza y terminó de secretaria docente, “me seguí sintiendo maestra, aunque el último año salí corriendo, agotada y con mucho miedo porque los maestros no sabemos hacer más nada que dar clases”, dijo, y pidió que le llamemos Silvia, la maestra.
“Llegué a sentirme como una vieja bruja que estaba en contra de que todos se divirtieran”. Por eso se jubiló aun cuando se siente con fuerzas, “yo no digo que la gente haga en su casa lo que quiera, pero en el aula hay que tener un control”, narró Silvia sobre lo que cree que fueron “fenómenos” para los que no estaba preparada.
Lo mismo “tenía que caerle detrás a la maestra de 2do grado, que tiene 21 años, para que no metiera al novio en el aula, pues era él el que les ponía correctivos a los niños; que tenía que vigilar que los alumnos no fueran con los celulares con pornografía; o revisar que la maestra de 4to grado viniera a dar clases, yo sé que tenía problemas, pero el aula no se me podía quedar vacía todo el año; o simplemente lidiar con una madre chusma que siempre creía que su hijo tenía la razón. Yo para eso ya no tenía salud, ¡Que va!”.
“Eso que dicen que hay maestros a los que hay que pagarles para que aprueben a los alumnos es verdad, lo viví también, pero sabes qué pasa si los denuncias, quedas mal tú, porque te cuestionan en el municipio y te preguntan dónde estabas cuando pasó. Y también hay maestros que tratan a sus alumnos por lo que tienen o por lo que les dan, pero cómo pruebas eso. Si les llamaba la atención me convertía en la chivata, en la traidora de la escuela porque todos tenemos que vivir”, y esgrime el argumento más recurrente del cubano.
“Las alegrías han sido siempre mis alumnos, y las angustias los metodólogos, la directora, las envidias de mis compañeras, la incomprensión de los padres y de la gente en general, porque nos exigen más que a nadie. Al final el dinero que nunca me alcanzó, no tenía ropa ni zapatos, y mis alumnos vivían mejor que yo”, pero asegura que eso no es lo peor que ha vivido.
Para Silvia lo más juzgado en el sistema de educación cubano es “un profesor gusano. No sobrevives, te acaban la vida, y tus mismas compañeras te eliminan o te delatan si descubren que no eres revolucionaria, aunque sepan menos que tú o tengan menos años de experiencia que tú. Por eso parece que todas las maestras pensamos igual”, confiesa, y dice que tiene tanto miedo a hablar porque ha llevado toda una vida tratando de que no se le note que “no estoy de acuerdo en todo lo que dice la revolución”.
“A veces llegué a pensar que las buscaban muy brutas a propósito, o que el hecho de que no nos dieran tiempo ni para leernos un libro era intencional”, y recuerda un video que circuló hace unos años donde las maestras rehuían a la cámara o “decían disparates sobre la caída del muro de Berlín, y la frontera entre Australia y los Estados Unidos. Pero desgraciadamente es así, esa sigue siendo la realidad del magisterio cubano, porque las que te ponen en el noticiero no son la mayoría, eso te lo aseguro”.
“Hace unos años alguien se desayunó que había diferencias sociales en las escuelas, lo que yo venía viendo desde hacía años”.
Silvia contó que a partir de entonces comenzaron a limitar más en las escuelas cubanas, “primero los niños no podían llevar refresco de lata, después no se podía recoger dinero para nada. Ahora mismo en la escuela de mi nieta mandaron un anónimo diciendo que alguien estaba recogiendo dinero para la fiesta del educador y prohibieron la fiesta. Nadie piensa en lo que da uno como maestro, nadie reconoce que no hay dinero que pague lo que hacemos, y con ese discurso nos han estado mal pagando toda la vida; y cuando se tiene hambre es muy difícil ser buena persona, y más si te das cuenta de que nunca nadie va a estar de parte tuya. Una siempre termina siendo la mala de esta película, en la cual, no sé cómo, se las han arreglado para que los maestros seamos la última carta de la baraja”. Silvia termina más deprimida y temerosa.