EL COBRE, Cuba, 9 de septiembre (Alberto Méndez Castelló, Especial para 173.203.82.38) – El sábado 8 de septiembre, y a unos 30 minutos de comenzar la peregrinación, en la capilla del arzobispado apenas si había 15 o 20 fieles ante la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre.
Pero a las 8 y 12 minutos de la noche, en medio de una oleada de jóvenes, viejos y niños, no se podía dar un paso. Cachita, Virgen María de la Caridad del Cobre, ya no estaba en capilla sino sobre el techo de la camioneta en la que había viajado por toda Cuba.
“Que la Virgen de la Caridad salga y comience a recorrer nuestros hogares”, dijo monseñor Dionisio García Ibáñez, arzobispo de Santiago de Cuba.
Santiago comenzó a caminar detrás de Cachita. Decenas, cientos de luces de velas iluminaron la noche por el centro de las calles y aceras santiagueras, haciendo como si los balcones se movieran al compás de cánticos y peticiones.
En la intersección de las calles Paraíso y Enramada la procesión se detuvo. “Recemos por la familia, la primera célula de la sociedad, para que se amen”, dijo monseñor Ibáñez, nombrando cada uno de los barrios circundantes.
Cuatro policías uniformados y otros tantos vestidos de civil, dotados con telefonía móvil e intercomunicadores, iban delante abriendo la procesión.
El arzobispo de Santiago también pidió a la virgen por todos los que cuidan el orden “para que sean generosos y respeten a las personas en su dignidad y sus derechos”, subrayó.
En la esquina de Enramada y San Agustín la procesión se detuvo por segunda vez. “Pidamos por nuestros niños y adolescentes, por nuestros jóvenes, y porque los padres se dediquen a educar a sus hijos para que sean personas honestas y pidamos por una familia fundada en un papá y una mamá que siempre permanezcan”, agregó monseñor García Ibáñez.
“Por los que más sufren, pidamos por los ancianos que viven solos, por los presos, por las madres que sufren por sus hijos. Dios no quiere que el hombre sufra. Pidamos por los servicios de salud, para que puedan hacer por todos los enfermos como lo están haciendo”, indicó el arzobispo cuando por tercera vez se detuvo la procesión.
“¡Ay señor, ayuda a mi madre!”, exclamó una mujer desde la acera.
A lo largo de dos cuadras una multitud compacta caminaba tras la virgen María. Cuando la procesión se detuvo por cuarta ocasión, el arzobispo pidió orar por los barrios del extremo norte de la ciudad y por la unidad de todos los cristianos.
“Es un deber de los cristianos unirnos solidariamente. El deber nuestro es fijarnos en los que nos une y no en lo que nos divide”, aseguró monseñor García Ibáñez.
La procesión prosiguió su marcha entre cánticos y oraciones. Los escuchaba el repicar de las campanas en la catedral, cuando en Santo Tomás y Enramada se detuvo por quinta vez.
“Vamos a pedir por todos los que componen nuestra sociedad: los trabajadores, las amas de casa, los trabajadores por cuenta propia, los campesinos, los desempleados. Pidamos para que todos los jefes de familias, hombres y mujeres, tengan un trabajo honesto que les permita un salario digno y justo para poder sostener a sus familias con dignidad (…) Pidamos que las leyes sean de tal manera que todos los talentos, todos los que habitan esta tierra tan hermosa y tan fecunda, puedan desarrollarse sin trabas ningunas y que cada uno pueda aportar lo mejor de sí para crear riquezas para nuestro pueblo. Oremos por los que mantienen el orden, para que en el orden podamos vivir en paz, con respeto a las personas en su dignidad y sus derechos, para que consideren a cada hombre y a cada mujer una persona a la que hay que respetar y tratar con dignidad. Oremos por todos los médicos y maestros, y por los que no pueden estar aquí”, clamó el arzobispo de Santiago de Cuba.
Eran las 9 y 20 de la noche cuando la camioneta que transportaba a la Virgen de la Caridad aparcó junto a la escalinata de la catedral.
La imagen fue llevada hasta el balcón en el más absoluto silencio, hasta que ya colocada en su sitio, la gente que desbordaba el parque Céspedes y las calles aledañas rompió en un prolongado y nutrido aplauso. Era una verdadera fiesta.
Desde el balcón de la catedral, monseñor Dionisio prosiguió pidiendo por todos los cubanos. Cuando este corresponsal le preguntó cómo la Virgen María podría convertirse en la verdadera protectora del pueblo de Cuba, contestó:
“Respetándonos. Que cada uno respete al otro en su dignidad. Todos somos hijos de Dios, todos somos iguales y nadie tiene derecho a ponerse por encima de otros”.
Cuando el arzobispo de Santiago de Cuba descendía por la escalinata de la catedral, comenzaba su ascenso una anciana menesterosa.
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