HOLGUÍN, Cuba. – “En este país la mayoría de la gente no puede comer carne todos los días. Así que con un paquete de las croquetas que vendo, van resolviendo”, dice a CubaNet Manuel Pupo Acosta, un anciano de 77 años residente en la ciudad de Holguín.
Manuel y su esposa venden croquetas para sobrevivir en medio de la crisis que atraviesa el país. “La pensión mensual de mi esposa es de 1.500 pesos y la mía de 1.600. Todo lo gastamos en un paquete de pollo que, ahorrándolo al máximo, rinde una semana. ¿Y qué comemos el resto del mes? También hay que pagar los gastos de corriente, agua, ropa, zapatos y medicamentos. Por eso vendemos croquetas, que no resuelven todos nuestros problemas, pero los alivian”, explica el entrevistado.
Entre Pupo y su esposa sostienen el negocio. “Diariamente ella y yo elaboramos las croquetas y después yo las vendo”, cuenta el anciano. “Vendo entre 20 y 30 paquetes diarios y tienen buena aceptación”, agrega.
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La calidad y la presentación han sido fundamentales para el éxito del emprendimiento de la pareja. “Nos esmeramos en la elaboración; la opinión de los compradores ha sido importante para ir mejorando la calidad del producto. Por eso tenemos una clientela fija y numerosa”, asegura Pupo.
El precio de 50 pesos por cada paquete también ha influido en la venta. “Me han dicho que con mis croquetas se cumple lo de bueno, bonito y barato. Cualquier cosa de comer para los niños es carísimo; y con estas croquetas la familia resuelve. Las madres me compran hasta 10 paquetes para la semana entera; lo ponen en el refrigerador y las croquetas no se echan a perder”.
Pupo se entusiasma cuando habla de la aceptación de su producto. “Hay un cliente que se pone contento cuando me ve, me dice ‘me salvaste’ porque no había encontrado nada de comer para sus dos hijos”, cuenta.
“En este país la mayoría no podemos comer un plato fuerte diario, ni la pensión, ni el salario alcanzan. No se puede ni pensar en los cárnicos: la libra de cerdo está a más de 600 pesos”, lamenta el entrevistado.
Después de años de trabajo, Pupo y su esposa no pueden disfrutar de una vejez tranquila. “Tenemos que vender croquetas; si no lo hacemos nos morimos de hambre. Honradamente nos buscamos el dinero para sobrevivir, pero no es fácil”, finaliza.
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