LA HABANA, Cuba. — Ha causado estupor, ante tamaña ridiculez, la noticia —publicada en el periódico Granma— de que una de las emblemáticas escuelas secundarias básicas en el campo (ESBEC) creadas por Fidel Castro en la década de 1970 sería convertida en un criadero de codornices que, según se anuncia, darán un millón de huevos al año.
Hasta donde sabemos, el difunto Máximo Líder convirtió cuarteles en escuelas, como ocurrió con el Moncada, y viceversa, escuelas en cuarteles, como en el caso de Villa Maristas, convertida en cuartel general de la policía política. Pero nunca se le ocurrió convertir escuelas —y menos las escuelas en el campo, que fueron de sus más preciados planes— en albergues, prisiones o criaderos de aves.
Allá por 1971, el trovador de mayor blasón entre los adulones de la corte de los milagros castrista, Silvio Rodríguez, compuso una canción con texto laudatorio sobre las escuelas en el campo que fue utilizada para el documental de Rogelio París No tenemos derecho a esperar. En aquella canción, Silvio anunciaba que aquellas escuelas serían “la nueva casa” y “el semillero” donde se formaría el hombre nuevo soñado por el Che Guevara.
Construidas en medio de los campos, aquellas escuelas que se proponían cumplir la idea martiana de vincular el estudio con el trabajo, se suponía que darían un vuelco al sistema educativo cubano, que, junto a la salud, era exhibido como el principal logro de la Revolución.
Diseminadas por el país, aquellas descomunales escuelas que se erguían como molinos de viento en campos de poco verdor, empezaron a caer en picada después del retiro por enfermedad de Fidel Castro.
La vinculación del estudio con el trabajo no funcionó. No era posible. La falta de recursos, de transportación y alimentación, formaron parte de la crisis que se generó. En un sistema de internamiento que alejaba a los educandos de sus padres y de su entorno habitual, los actos de bullying, las riñas, el alcoholismo, las drogas, las relaciones sexuales entre alumnas y profesores y los embarazos precoces degradaron al máximo aquel modelo educativo.
Las ESBEC fueron convertidas en albergues para personas sin casa, o en cárceles, como ocurrió por ejemplo, en Veguitas, en la provincia Granma, donde varias escuelas pasaron a ser ocupadas por presos de la cárcel Las Mangas, de Bayamo, donde ya no cabía un recluso más; y también en las escuelas Bongo 1, 2 y 3, de Contramaestre, en la provincia Santiago de Cuba, transformadas igualmente en centros de reclusión.
Otras escuelas han sido convertidas en almacenes, talleres o cualquier otra cosa para fingir que sirven para algo útil. Pero peor son las que han sido convertidas en gallineros. Son patéticos monumentos al fracaso de lo que un día llamaron la Nueva Escuela.
¿Cantará ahora Silvio a los criaderos de codornices? ¿Despertarán su musa verde olivo y fusil contra fusil al hombro? ¿Se inspirará si en las abandonadas escuelas el comandante Guillermo García logra concretar su delirante idea de criar avestruces, Tapia Fonseca instala estanques para criar clarias y el ministro de Alimentación, Manuel Sobrino, utiliza los laboratorios y las cocinas para el lavado de tripas y el sacrificio de gallinas decrépitas?
Como Silvio asegura que se muere como vivió, o sea, cantándole al castrismo, no dudo que pronto entonará sin el menor pudor: Esta es su nueva cárcel/ Este su gallinero/ estos sus alevines.