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MIAMI, Estados Unidos.- Ernesto Pinto-Bazurco Rittler era el embajador de Perú en La Habana cuando en 1980 unos 10 000 cubanos penetraron en la sede consular exigiendo salir del país que hasta ese entonces era, casi sin ninguna duda, “el paraíso socialista” que Fidel Castro les había regalado gracias a su revolución en 1959.
El exembajador ha esperado casi cuatro décadas para revelar los detalles de las intensas negociaciones que mantuvo entonces con Fidel Castro para decidir el destino de los miles que invadieron la residencia ubicada en el municipio Playa, donde se hallaba la embajada. El libro Democracia y libertad contará la historia de ese episodio, ocurrido en el mismo año del éxodo de Mariel, cuando 125 000 cubanos partieron hacia Florida.
Según contó Pinto-Bazurco al diario El Comercio, uno de los momentos que más lo impactó en las conversaciones con Castro, que se extendieron durante horas, fue cuando el líder cubano le dijo: “Yo sé matar, tú no”.
“Antes del 4 de abril de 1980 (cuando el primer grupo de cubanos invadió la embajada) ya habíamos dado protección a 34 personas”, confiesa el embajador. Luego, el día mencionado, entraron 10 834. “Había cinco personas por metro cuadrado”, señala el exembajador.
“Ello era una señal de que había una enorme presión social y una enorme necesidad por salir del país”, indica Pinto-Bazurco.
Fidel Castro estaba pidiendo castigar a parte de la embajada. “La exigencia era entregar a algunos. Curiosamente, la exigencia era más de su entorno”, contó el exdiplomático, añadiendo que “en las dictaduras son los entornos los que quieren ser fuertes, hacen méritos. Yo los escuchaba con paciencia, pero ya nos habíamos entendido con Castro. Le dije: ‘Mire, este no es problema mío, ni del Perú, yo me voy mañana y ustedes se quedan con el problema, acá hay que tratar de solucionar’”.
Castro habría presionado al embajador con el hecho de que en la sede diplomática no había capacidad para mantener a tanta gente, pero aquel le respondió que el comandante sería responsable por las muertes.
Trató de hablar de nuevo con Fidel Castro en la madrugada del día 5 de abril. “Yo lo estaba buscando”, contó el embajador a El Comercio. “La escena fue dramática, porque se apagaron todas las luces del sector (de la embajada). Pensé que venía la fuerza a atacar o venía Castro”.
“De pronto se acercó sigiloso para que no lo vieran, lo invité a pasar, pero no aceptó. ‘Más seguro es mi auto’, dijo. Nos fuimos a dar vueltas en el malecón”, añade el exfuncionario peruano. “Fue una conversación seria, profunda, por momentos dramática. Pero se solucionó porque hubo la garantía de que a esta gente no le iba a pasar nada”.
A la parte cubana le interesaba que no se les llamara asilados ni refugiados a quienes estaban en la embajada. “Ingresantes” sería la palabra. Cada uno de ellos saldría con un salvoconducto.
Todos, describe Pinto-Bazurco, menos tres: “Un policía de tránsito que se llamaba Ángel Gálvez, quien ingresó a la embajada simulando que traía una correspondencia y no salió. Entonces, el gobierno lo calificó como desertor y miembro del Ministerio del Interior y le correspondía la pena de muerte. No calificaba para el salvoconducto”.
“Los otros dos, uno fue el chofer del autobús que estrellaron contra la embajada para ingresar. A él lo habían acusado de ser el responsable indirecto de la muerte de uno de los custodios que falleció cerca del lugar. La otra persona se quedó por miedo. Posiblemente era un agente del Ministerio del Interior”.