MIAMI, Estados Unidos. — En enero de 1969, en el centro de Praga, un estudiante universitario empapó su cuerpo con nafta y se prendió fuego en protesta contra la ocupación soviética en Checoslovaquia. Su nombre era Jan Palach y había nacido el 11 de agosto de 1948. Un año antes, las tropas de la Unión Soviética habían invadido el país para aplastar las reformas de corte liberal que había aplicado el presidente Alexander Dubček. La población había intentado resistir de forma pacífica, pero varios grupos organizaron manifestaciones y sabotajes. En la Universidad de Carolina, en Praga, radicó uno de los focos de resistencia, al cual pertenecía Palach.
La tarde en que Jan decidió inmolarse como una forma extrema de oposición al comunismo, la Plaza Wenceslao estaba repleta de personas que lo vieron arder y correr.
Un operario del tranvía lo vio venir. En lugar de huir despavorido, se quitó su abrigo e intentó apagar las llamas que habían devorado casi totalmente aquella frágil humanidad de solo veintiún años. Poco después llegó la ambulancia y el joven fue trasladado al hospital, donde murió tres días después a causa de las quemaduras.
Su protesta no pudo ser silenciada. La noticia de que un estudiante de la Facultad de Filosofía se había prendido fuego para expresar su rechazo al régimen soviético dio la vuelta al mundo. Era la respuesta ciudadana y política a la represión violenta contra la Primavera de Praga, un “No” contundente que retumba hasta nuestros días.
El entierro de Jan Palach revivió la brutalidad de los tanques y los miles de efectivos invadiendo el pequeño país que resistía heroicamente. Se produjo una nueva protesta contra la ocupación y, un mes más tarde, otro estudiante se prendió fuego también en la Plaza Wenceslao. Dos meses después, en abril, un tercer estudiante se suicidó de la misma forma en la pequeña ciudad de Jihlava.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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