LA HABANA, Cuba, 6 de marzo de 2013, Augusto César San Martín/ 173.203.82.38.- El 5 de mayo del 2005, nació Diego en el hospital de Baracoa, municipio de la provincia Guantánamo. El parto pudo ser normal de haberle realizado una cesaría a Mayulis, su mamá. La joven que por entonces tenía 20 años tiene estrechez del canal pélvico, lo que provocó que estuviera 10 horas de trabajo de parto.
El médico de guardia, doctor Alcibíades Hernández, que cuenta en su carrera con varios casos de similares consecuencias, abandonó a la paciente. Al siguiente día, el médico de guardia entrante se percató de que el niño llevaba tiempo trabado en el canal de parto. Mediante incisiones y presión abdominal salvó a la criatura.
Diego nació cianótico, con edema pulmonar, hipotsia severa o sufrimiento fetal al nacer y tres convulsiones en menos de 24 horas. Ambos –madre e hijo- estuvieron un mes en terapia intensiva. Diego con oxígeno 100% y un hadgar de 3,2; Mayulis por la fiebre puerperal debido a la deficiente asepsia durante el parto y la anemia provocada por el legrado diagnóstico después de nacer si hijo.
El sufrimiento no opacó la alegría de Mayulis por el nacimiento de su hijo. A Diego le dieron de alta hospitalaria después de controlarle las convulsiones con Fenobarbital. Pero los médicos ocultaron a la mamá las consecuencias de los traumas sufridos durante el parto.
Al cuarto mes de nacido el niño, Mayulis se percató de una protuberancia en la cabeza de Diego. Los médicos no encontraron alteraciones genéticas y lo remitieron al fisiatra, quien diagnosticó un retardo en el desarrollo psicomotor.
Inconforme con el diagnóstico en el hospital de Baracoa, la madre viajó a la capital en busca de la valoración de especialistas del hospital “Julito Díaz”. En este centro dictaminaron que el niño tenía parálisis cerebral tipo atáxica, debido a los traumas provocados durante el parto.
A partir de este momento, Diego ingresa durante tres meses, dos veces, al año en el Centro de Rehabilitación habanero.
Diego tiene siete años. Aún no logra sostenerse en pie en el corral de madera que abarca la sala de la casa y donde pasa la mayor parte del día. Allí intenta identificar dibujos y articular palabras. Su último logro fue sostener un pincel con los dedos del pie y garabatear una hoja.
A través de donaciones internacionales, hace tres años le entregaron un sillón de ruedas que le queda pequeño. Las ruedas de la silla están maltratadas por la loma de piedras que debe vencer Mayulis, todos los días, para llevarlo hasta el hospital. Este Vía Crucis de más de tres kilómetros es el único obstáculo capaz de borrar la sonrisa del rostro de la madre.
Aunque no sepa cómo sobrevivirá cada mes, ella no menciona sus estrecheces económicas. Perdió la ayuda de su papá cuando este quedó excedente en el trabajo. El gobierno le paga 325 pesos (13 dólares) por ser “madre cuidadora”, y le entrega un paquete de 10 pañales desechables al año. Su verdadero sustento está en vender lo que pueda.
La única ayuda que solicitó al gobierno es un apartamento en los edificios que construyen en las cercanías del hospital de Baracoa. Ella convive con cuatro familiares en una casa de madera de dos cuartos con los baños a la intemperie, en forma de letrinas.
Como último recurso, en julio del pasado año Mayulis escribió por tercera vez al Consejo de Estado, pero allí le respondieron que su caso sería atendido por el gobierno local. Debido a los cambios de líderes, sus gestiones se reinician con cada nuevo delegado del Poder Popular de la localidad.
“He visto pasar tres mandatos y ninguno ha resuelto el problema; el último me dijo que los apartamentos de los edificios ya tenían nombres antes de construirse”, comenta Mayulis sin esperanzas pero sin dejar de sonreír.