LA HABANA, Cuba, 22 de agosto (Augusto Cesar San Martin Albistur, 173.203.82.38) – Las alertas de las autoridades sobre el peligro de contagio con el virus del dengue a través del mosquito Aedes aegypti han sido infructuosas y, a pesar del riesgo, muchos enfermos rehúsan ingresar en los hospitales por las pobres condiciones higiénicas en esas instalaciones.
El incremento de las cifras de contagiados con dengue en la capital obligó al Ministerio de Salud Pública a destinar hospitales como el Freyre de Andrade, en Centro Habana y La Covadonga, en el Cerro, para el aislamiento de los enfermos. Pero las insuficientes condiciones sanitarias en esos centros hacen que los enfermos ingresen con reticencia o incluso prefieran regresar a sus casas.
En el Freyre de Andrade, también conocido como Emergencias, hay custodios que vigilan el acceso al segundo piso, donde están aislados los pacientes con dengue. La dirección del hospital prohibió los acompañantes y las visitas a los cerca de cien enfermos hospitalizados allí.
No es el estilo de los hospitales cubanos dedicar una atención esmerada a los pacientes o proporcionarles una dieta adecuada, algo que tienen que garantizar los familiares del enfermo, y esta no es una excepción, a pesar de que el brote de dengue se ha convertido en una situación crítica para la salud pública en Cuba.
La deteriorada estructura interior del edificio y las bandejas de comidas abandonadas en los pasillos en el Freyre de Andrade llaman la atención de cualquier visitante que haya podido eludir a los centinelas.
Las bandejas con desperdicios de alimentos, merodeadas por una multitud de gatos que a duras penas consumen los restos, confunden el lugar con una clínica veterinaria. Con más frecuencia que el personal médico, los felinos entran y salen de las salas como parte de la rutina del hospital. Los pacientes afirman que en las noches, cuando los gatos husmean en las pertenencias de los ingresados, ocasionan no pocos sobresaltos entre los enfermos.
Al entrar a la primera sala se tiene la impresión de llegar a una morgue. Las camas, tapadas con calurosos mosquiteros, asemejan depósitos de cadáveres. La deformidad de la mayoría de las ventanas, tapiadas de forma grotesca con maderas, produce la sensación de asfixia. La temperatura asciende a los 30 grados Celsius, un poco menos para los pacientes con posibilidad de tener un ventilador, que alguien les ha traído de su casa.
La suciedad de los alrededores se deja ver desde las salas a través de las pocas ventanas aun abiertas, y propicia la idea de estar dentro de un basurero. Mientras, las cucarachas pasean sobre los alimentos de los pacientes con la misma impunidad que los gatos.
Un señor pugnaba por llevarse a casa a su esposa enferma y le recordaba al médico de guardia que desde que su señora ingresó no le habían proporcionado sabanas. El hombre se refirió a la contaminación de los alimentos y a la cantidad de cucarachas que hay en la sala.
El personal médico dio su versión del asunto: las cucarachas no llegan en la comida, ya están en los muebles de la sala, de donde resulta difícil eliminarlas.
Contrariado por las protestas del esposo acompañante, el médico de guardia comenzó los trámites de rutina con el paciente que abandonaba la sala. Debía firmar una declaración en la historia clínica donde se aclara que el enfermo abandona el hospital por “voluntad propia”.
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