MIAMI, Estados Unidos. — Uno de los mejores exponentes de la segunda vanguardia artística cubana del siglo XX fue, sin dudas, René Portocarrero.
Nacido en el barrio habanero de El Cerro, tomó varios cursos en la Academia de Bellas Artes San Alejandro, pero su formación fue mayormente autodidacta. Su estilo particular, el vibrante colorido de sus obras y el modo en que solía apropiarse de elementos comunes y unitarios dentro de la tradición arquitectónica cubana, le ganaron un espacio entre los grandes pintores de la modernidad.
El 1934 realizó su primera muestra personal en el Lyceum de La Habana y, tres años después, se enroló como orientador en el Estudio Libre de Pintura y Escultura, un proyecto impulsado por Eduardo Abela, que también contó con el apoyo de otros creadores, entre ellos Rita Longa, Jorge Arche, Domingo Ravenet, Alfredo Lozano y Mariano Rodríguez.
Colaboró con la revista Verbum, introduciéndose así en el círculo de importantes artistas e intelectuales nucleados en torno a la figura de Lezama Lima, a quien acompañaría igualmente como ilustrador para las revistas Espuela de plata y Orígenes.
En la década de 1940 realizó importantes series en las que se definieron los rasgos distintivos de su obra, rebosante de un criollismo abigarrado, alegre y lleno de detalles. Pintó paisajes rurales y urbanos, sumergiéndose en la arquitectura abierta de solares y casonas de su Cerro natal. Representó las fiestas populares y trabajó la temática del retrato, haciendo gala de un barroquismo insular que hasta hoy atrae poderosamente a los espectadores.
En 1951 recibió el Premio Nacional de Pintura por su cuadro Homenaje a Trinidad, y se sucedieron trabajos magníficos, como la serie Máscaras, una colección de doce dibujos inspirados en el Carnaval de Cienfuegos. Le siguió el compendio titulado Color de Cuba, donde mezcló íremes (diablitos), santos populares, figuras de carnaval y paisajes de La Habana.
Siempre fiel a su estilo, Portocarrero cultivó varias técnicas y se interesó por el arte de la cerámica y el muralismo. A lo largo de su carrera realizó hermosos murales para instituciones importantes, como la Escuela Normal de Maestros de Santa Clara, la Iglesia Parroquial de Bauta, la sala Covarrubias del Teatro Nacional, y también para el hotel Habana Libre.
Varias de sus obras más emblemáticas se encuentran en la exposición permanente del edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes; entre ellas Interior del Cerro, Homenaje a Trinidad, Retrato de Flora No.23 y Catedral.