VILLA CLARA, Cuba. – En horas de la mañana de este lunes tuvo lugar el sepelio del gran trompetista, profesor y director de la Banda Municipal de Conciertos Marcos Urbay Serafín (91), quien deja una profunda impronta en las enseñanzas musicales y de apreciación en las academias artísticas de toda Cuba.
Su inmensa obra didáctica se vio multiplicada en los manuales escritos por él cuando fungió como profesor en la Escuela Nacional de Instructores y en el Instituto Superior de Arte, en La Habana, los cuales aún son utilizados para el aprendizaje de la trompeta, su instrumento favorito.
Marcos también fue, por casi cuatro décadas, solista de orquestas como la Riverside y la Sinfónica Nacional.
El 7 de diciembre del pasado año, tanto Urbay como el director del Museo Nacional de la Música, Jesús Evaristo Gómez Cairo, recibieron el Premio Nacional de la Música por los múltiples aportes de ambos al universo del pentagrama en la Isla.
Sirvió el tardío reconocimiento por parte de las autoridades, para fomentar el desconcierto que nace como un cardo entre muchísimos premiados, al recibirse lauro cuando la vida acaba, y cuando a duras penas se puede disfrutar de él. En ese sentido, cada premio de esa naturaleza puede considerarse ya un presagio funesto. Podemos recordar a Humberto Arenal, tantas veces en las listas, quien murió progresivamente en vida en el plazo de un lustro tras recibir el de Literatura. O a Lina de Feria, muriendo en vida.
Muchos cubanos que no han sido siquiera tomados en cuenta a la hora de los homenajes —tamizados por el envés ideológico y de afinidad demostrada para con la obra considerada como “revolucionaria”—, pueden morirse tranquilos en esa espera.
Marcos fomentó su talento entre obras universales de los períodos prerrevolucionarios, y otorgó instrucción y formato de jazz band netamente norteamericano a muchos de sus arreglos, creaciones e interpretaciones públicas, por los cuales recibió congratulaciones de gente sencilla a quienes coadyuvó amoldarles el oído y gusto estético, en cada jueves o domingo cuando asistieron a sus retretas.
Al unísono los extremistas cebaron su desdén por su labor. Por eso murió batuta en mano.
No obstante, el legado de Urbay desborda cualquier precariedad momentánea de un sistema anquilosado de valores verdaderos, como puede serlo la triste calidad del mísero ataúd en el que se le sepultó.
A la muerte de Marcos, los músicos jóvenes y viejos de la banda local, quienes prescindirán en lo delante de una dirección profesional como lo fue la de los Urbay. Alumnos y cuantiosos admiradores rindieron tributo presencial y de respeto al que acaba de ser inhumado en la necrópolis de esta villa.
Termina con su vida otro ciclo de glorias vernáculas de este expuerto del centro de la Isla, sitial donde nació, creó y reposa —junto a él— otro grande del pentagrama mundial, el compositor de canciones inmortales: Manuel Corona Raimundo (1880-1950).