VILLA, CLARA, Cuba. ─ En medio del ajetreo de una de las arterias más transitadas se ve venir el bulto de hebras parduscas que le cubren totalmente el rostro al portador y que aparecen como objetos anacrónicos al paisaje citadino de la zona. El fardo de güines de castilla está amarrado con un pedazo de tela rasgado al descuido y solo se distingue el brazo arrugado que lo sostiene.
El viejo que lo estiba se dirige al mismo lugar de siempre, a la acera frente a la Iglesia del Buen Viaje, donde suele acomodar sus cañas en el suelo, de tal manera que no se dañen las hilachas y donde logra descansar de su caminata a la espera de los compradores. La propia imagen del anciano, sentado al borde de la calle con su cabeza entre los brazos, sin más posesión valiosa que sus cañas, proyecta cierta compasión en los transeúntes, que se acercan por mera generosidad a indagar por el precio de la mercancía.
Silvio Martínez tiene 78 años y acarrea el mazo compuesto por cien güines desde un reparto periférico conocido popularmente en Santa Clara como callejón de Guamajal. Hasta el punto exacto donde el anciano se posiciona para venderlos a dos pesos cada uno, ha caminado a pie cerca de 5 kilómetros con esa pesada carga para su hombro escuálido. Hace tiempo atrás, Silvio no tenía la necesidad de vender güines. Cuenta que fue barbero durante 22 años en el poblado de Vueltas, pero un incendio acabó con los documentos que certificaban su experiencia laboral a principio de los noventa.
“Si vas a La Habana, te va a costar más el pasaje que lo que te van a dar”, le comunicaron allí y él debió conformarse con saber que jamás percibiría jubilación alguna.
“Yo estoy vivo gracias a dios y a mi hijo que me cuida, a él no le gusta que yo haga esto, pero no puedo estar atenido a los demás. He tenido que guapear duro y ya llevo más de treinta años luchando. Vivo de lo que puedo vender, mijita: caña brava, varas para tender…”.
Las varas que él mismo desmocha en un sembrado silvestre cerca de su vivienda son aún más pesadas que las cañas.“Mira, yo calculo que debo recorrer de dos a tres leguas, para que tú entiendas, cada legua son cuatro kilómetros. Yo he ido hasta la Vigía y José Martí. Tengo que ir por allí porque me han dicho que puede que venda algo”. El segundo de estos repartos se encuentra a la salida de Santa Clara. Para llegar hasta allá, Silvio debe realizar una caminata por toda la circunvalación y retornar por sus propios medios hasta su casa.
Los güines de Castilla, según explica Silvio, son utilizados en Cuba para adornar las casas y se pusieron de moda como elementos decorativos tanto en viviendas modestas como en otras de mayor opulencia. Sin embargo, la mayoría de los compradores los usan para confeccionar papalotes, jaulas para cazar pájaros o polleros pequeños. “Esto se da bien allá atrás donde yo vivo. El viaje lo doy cada dos días. Si dios me da vida y salud lo seguiré haciendo. El problema es que según gane uno, vas gastando más. Me da para sostenerme, al menos para sostenerme”.
Los ojos de Silvio parecen cubiertos de cierta neblina y se achican sobremanera cuando sonríe. Silvio es un ser bastante risueño a pesar de sus tantos achaques, su piel curtida por el sol, su delgadez, o sus manos callosas. Lleva consigo, como única propiedad, un paño blanco para no dañarse los hombros y secarse el sudor de vez en cuando, y un nasobuco en el que aparece el logo de Trust Investing. Si llegara a vender todas las cañas esta mañana pudiera ganarse 200 pesos. Para comprarse un pomo de aceite o un cartón de huevos en el mercado informal, tendría que realizar otro viaje con similar carga para completar el precio de uno de los dos productos.
“Por un lado, no sé si te pudiera decir que soy feliz. Aquí donde tú me ves, a mí me partieron las costillas porque estaba recogiendo mangos para vender y parece que se confundieron con un ladrón. Hace unos días perdí a la madre de mis hijos de un paro respiratorio. Vicios no tengo ninguno: no hay quien me haga fumar, ni tomar. Ahora sí, como cualquier cosa que me den. La semana pasada me sentí mal, con dolor de cabeza y sin fuerza para nada. Gracias a dios me pude levantar hoy para vender. Mi felicidad es regresar a la casa con las manos vacías”.
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