LA HABANA, Cuba, 28 de agosto (Frank Correa, 173.203.82.38) – Un hombre acompañado de una anciana y una joven con un niño de tres años, violentó el candado del portal de la vivienda situada en la calle 238 y Tercera, en Jaimanitas, que desde hace 15 años ocupan cinco religiosas del Movimiento de los Focolares, de la Iglesia Católica.
Las misionera -dos mexicanas, una argentina y dos italianas que trabajan en la Nunciatura Apostólica evangelizando en Cuba- no se encontraban en el momento de la violación de la morada, ocurrida el pasado miércoles en horas de la tarde.
Jorge, empleado de mantenimiento de la vivienda, llegó en el momento en que el infractor, nombrado “Ariel”, se disponía a violentar un segundo candado para entrar al patio, y corrió a llamar a la policía.
La antigua propietaria de la vivienda de 238 y Tercera, que ocupan desde hace 15 años las religiosas, se llamaba María Panda, fallecida en el año 2010. Panda había entregado en testamento su propiedad al Arzobispado de La Habana en el año 1997, y se retiró a vivir a una casa de Miramar. “Ariel” alegó que antes de morir ella había cambiado el testamento a su favor, colocó un nuevo candado que traía y se sentó con sus acompañantes en los sillones del portal, como si viviese allí.
Dos automóviles marca Lada, con chapas HFE 593 y HDV 287, estuvieron estacionados frente al vivienda desde la irrupción violenta de los supuestos nuevos propietarios, como si conocieran de antemano la situación, lo que ha aumentado las sospechas entre los vecinos de que el incidente es una artimaña de la Seguridad del Estado para crear un conflicto que obligue a las religiosas a abandonar la casa.
Los residentes de la zona que se curioseaban desde la calle para ver el desenlace del suceso, alegaron que a María Panda no se le conocía ningún pariente, pero “Ariel” ripostó que la cuidó durante los últimos años de su vida, y que por eso la anciana había cambiado el testamento antes de morir.
Cuando al fin llegó la policía a las 7 de la noche, dialogaron amigablemente con “Ariel” y le dijeron al jardinero que no existía delito, a pesar haberse roto un candado e intentado violentar otro. Los agentes añadieron que aquel era un asunto civil, que debía ventilarse en los tribunales.
“Ariel” dejó claro que la vivienda era suya y que las misioneras debían recoger sus pertenencias y marcharse a otra parte. Luego se retiró con sus acompañantes, y tras él lo hicieron los policías y los dos autos Ladas.
Cuando regresaron a las nueve de la noche, las predicadoras dijeron que no querían denunciar el incidente a la prensa internacional acreditada en la isla. Sin embargo, dijeron que estaban dispuestas a marcharse si la Nunciatura se lo pedía, aunque ocupan la mansión desde 1997, cuando el Arzobispado de La Habana se las entregó como lugar de residencia.