MADRID, España.- La torre Manaca-Iznaga, símbolo de Trinidad y gran mirador, se alza en una de las mayores regiones azucareras de Cuba entre los siglos XVIII y XIX, el Valle de los Ingenios, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
La torre fue mandada a construir por Alejo María del Carmen Iznaga y Borrell para el antiguo ingenio San Alejo de Manaca. Aunque hay imprecisiones en la fecha de edificación, la historiografía sí coincide en enmarcarla en las primeras décadas del siglo XIX; se registra en un inventario de haciendas que al morir Alejo María del Carmen Iznaga y Borrell, en 1845, solicitó su viuda Juana Nepomuceno.
Del origen de la atalaya todavía se discute. Algunos aseguran que se erigió por la fiebre edificadora de los integrantes de la familia Iznaga con el propósito de ser recordados. Otras versiones se refieren a la apuesta entre Don Alejo y su hermano; este último buscando celebridad mediante la profundidad del pozo que cavaba y el primero por la altura de su torre.
Otras fuentes le atribuyen un fin utilitario para distinguir los barcos piratas por la costa sur y vigilar las plantaciones de los incendios que solían producirse y las fugas de esclavos; también para llamar a estos una vez concluidas las labores agrícolas.
Con más de 43 metros de altura, siete pisos o niveles de formas geométricas, que van del cuadrado al octógono, y 137 escalones que le imprimen solidez y elegancia, el tañer de las campanas de la Manaca-Iznaga revelaba, además, los días festivos, las horas de oración y de trabajo esclavo.
La reliquia histórica, arquitectónica y cultural, declarada Monumento Nacional en 1978, emblema de la vigía y el poder económico de los latifundistas criollos, ha escapado a las inclemencias atmosféricas. Décadas atrás recibió una restauración que restituyó la seguridad de la esclarea, las barandas y de los pisos de madera.