GIJÓN, España, marzo, 173.203.82.38 -La visita de Benedicto XVI a Cuba despierta muchas más expectativas que si llegara a cualquier otro país. La razón radica en que su presencia en Cuba no solo incluye lo que es habitual y propio de la máxima autoridad de la Iglesia Católica, es decir, la acción evangelizadora, sino que, en este caso, por las peculiaridades políticas del país caribeño, se considera que el mensaje oral debe llevar incluido un impulso hacia las libertades, el respeto a los derechos humanos, la pluralidad de partidos y el cambio político en la Isla. Pero, puede suceder lo mismo que ocurrió con su antecesor en 1998, Juan Pablo II, que con la frase “que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba”, todo se quedó en eso, una frase a secas. Todavía no tenemos la frase periodística de esta visita, salvo la declaración del Papa en vuelo hacia Méjico: “hoy es evidente que la ideología marxista en la forma en que fue concebida ya no corresponde a la realidad”. Que tal parece el máximo punto a que va a llegar el Papa en su solicitud de cambios profundos, y que también se va a quedar en frase a secas.
Si hubiera habido una preparación diplomática anterior al encuentro de Raúl Castro con el Papa con la intención de dar un atisbo de cambio en la isla, el régimen cubano no hubiera llevado a cabo una verdadera batalla carcelaria de encierro de todo aquello que sonara a disidencia, encerrando a unos doscientos opositores, y que se prolongó durante días, y especialmente en las horas anteriores a la misa del Papa en la plaza de la Revolución en compañía del Cardenal de La Habana, Jaime Ortega, con el asedio a la casa de Oswaldo Payá, fundador del Movimiento Cristiano de Liberación, y propuesto a Premio Nobel de la Paz, 2012, para impedir, sin conseguirlo, la asistencia de este a esa misa matutina. La represión sobre el médico activista Óscar Elías Biscet, al que telefoneó el expresidente de los EE.UU. George W. Bush para expresarle su adhesión en la fe. O la detención a primera hora de la madruga del miércoles de Laura Labrada, hija de la fallecida Laura Pollán, que fuera líder de las Damas de Blanco, e incluso a la actual líder, Bertha Soler. Además del encierro de otros muchos cubanos luchadores por las libertades y el respeto a los derechos humanos y no tan afines a los postulados católicos.
El Papa dijo en Cuba que “el espacio para la Iglesia Católica en la Isla es esencial”. Y que “Cuba y el mundo necesitan cambios”. Y “que se permitan libertades fundamentales”. Que es como no decir nada a efectos de lo que los cubanos desean para un país enquistado en el inmovilismo político. Pero el Gobierno cubano sabe que la visita de un Papa a la isla es como una gripe que se presenta cada cierto tiempo; hay que pasarla y se acabó. Se trata ese resfriado silenciando a la oposición pacífica. Se baja la fiebre acordonando al mandatario vaticano con un dispositivo policial que evite todo contagio de protesta. Se pone buena cara con salmos y bendiciones papales en la propia sede oficial del régimen, como es la Plaza de la Revolución. Se adereza con la presencia multitudinaria de habaneros inocuos con cierres de escuelas, comercios y cualquier resquicio que signifique disculpa para no acudir al acto sin voz ni voto. Y pasado el sofocón todo seguirá como siempre.
En el sentimiento de la población cubana seguro que se han manifestado dos emociones paralelas con esta cita papal. Aunque nunca confesadas por la gente en medios de comunicación. Una, la de los creyentes y no practicantes de la Iglesia Católica, cuya existencia no se puede negar, y que se mantiene igual en toda America Latina desde la llegada de Colón con los portadores de la cruz, cuya fe se soporta sobre la marginalidad y la pobreza, y que en Cuba enseña ese mismo vínculo, pero, además, muestra otra emoción coincidente, y que tiene forma de flotador urgente y puntual llamado Benedicto XVI, que les llega ahora para agarrarse a él y poder emerger de las aguas envenenadas de absolutismo, enfangadas de carencias vitales e invasoras de las más elementales muestras de compasión con aquellos que no son afines al sistema.
La visita vespertina, hora española, del Papa a un Fidel Castro debilitado, excomulgado por Juan XXIII en 1962, más parecía un intercambio de pareceres entre dos jubilados de la misma generación que un encuentro con fines políticos. Hasta el punto de que Fidel le preguntó al Papa a “qué se dedicaba”. Como aclarando que él, tras la jubilación por enfermedad, se dedicaba a escribir “reflexiones” en la prensa del Estado. De ese modo se cerró un periplo evangelizador de Benedicto XVI, solicitando más espacio para la práctica religiosa en la calle, los colegios y los templos. Donde ya había conseguido el nuevo Seminario de San Carlos y San Ambrosio en las afueras de la Capital. Una labor pastoral que, a fin de cuentas, es su misión y su trabajo. Al cabo, para el pueblo sin más quedará todo un rosario de aspiraciones frustradas y una cadena de anhelos hechos añicos.
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