LA HABANA, Cuba -Apenas un par de años atrás nadie hubiese imaginado que varios actores, de esos que gozan de gran popularidad y reconocimiento entre el público cubano y que a menudo aparecen en los más conocidos programas de la televisión cubana, asistirían junto a los opositores, miembros de la sociedad civil y representantes de la prensa independiente a la residencia del más alto representante de la Oficina de Intereses de EE.UU en La Habana, como invitados a la tradicional celebración del 4 de julio.
Sin embargo, tal ha sido el caso en esta ocasión. Allí estuvieron el muy famoso Luis Silva (Pánfilo), protagonista del programa humorístico que se transmite los lunes, “Vivir del cuento”, y célebre por sus descarnadas críticas a múltiples aspectos de la realidad cubana actual; y también una consagrada de la pantalla y las tablas cubanas, la actriz Luisa María Jiménez, entre otros, compartiendo cordialmente con los funcionarios estadounidenses y con los disidentes cubanos que habitualmente asisten a la conmemoración. La sorpresa ha sido tal que rápidamente la noticia trascendió a los medios, publicada como primicia por 14ymedio.com.
Hasta ahí, lo insólito del hecho. Ahora cabría especular sobre la significación de semejante audacia por parte de figuras reconocidas del ámbito cultural cubano, en especial cuando la festividad se celebró coincidiendo con la publicación en la prensa oficial de una Declaración del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, denunciando un nuevo “atropello” del gobierno estadounidense, al imponer los Departamentos del Tesoro y de Justicia “una multa récord de 8 mil 970 millones de dólares al banco francés BNP Paribas”, por “haber procesado miles de transacciones con entidades cubanas, que totalizan más de mil 700 millones de dólares”.
Por hechos menos relevantes, años atrás los trabajadores del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), artistas incluidos, hubiesen sido convocados a acudir a un acto de repudio contra el Imperio. Hoy, en cambio, estaban celebrando una fiesta con “el enemigo”.
No faltarán quienes digan que el hecho carece de importancia, habida cuenta que ya desde hace algún tiempo se ha tornado común que nuestros artistas viajen a EE.UU y hasta celebren giras por ese país. Incluso, menudean las presentaciones en escenarios tan controvertidos como Miami. Pero hay que convenir en que no es lo mismo que un artista se presente ante un público anónimo en el extranjero a que desafíe la opinión oficial aquí, en la misma boca del lobo, y decida dialogar amigablemente, no solo con los representantes del gobierno elegido como “adversario” por el discurso del poder, sino –especialmente– con la oposición nativa, la misma que ha sido acusada de traidora, apátrida, mercenaria y otros epítetos descalificativos desde esos propios medios en los que se ganan la vida esos artistas.
Tampoco han faltado los recelos de quienes, desde las antípodas del gobierno, prefieren, como éste, los atrincheramientos y la desconfianza: “si vinieron es porque les dieron permiso”, o el tema infaltable, “esos lo que quieren es congraciarse para ver si les dan una visa USA”; pero lo cierto es que la mayoría de los opositores ha visto con buenos ojos la presencia entre ellos de figuras del arte tan conocidas por los cubanos comunes.
Es, sin dudas, un signo positivo; quizás la muestra palpable de que, más allá de los marcos de la disidencia, hay quienes piensan y actúan por cuenta propia, de que los cubanos van ganando en autonomía de conciencia y en el ejercicio de libertades individuales, y de que van quedando atrás temores y prejuicios que por décadas han mantenido a los “desafectos” al régimen en un estado de marginalidad social.
Habrá que seguir atentamente la saga de este suceso, aparentemente baladí. Si los artistas asistentes a la residencia del jefe de la SINA no sufren represalias por su audacia, o si comienzan a producirse otros encuentros de esta naturaleza, donde coincidan y compartan los cubanos, con independencia de sus tendencias ideológicas o sus posiciones políticas, habrá que asumir que –contrario a lo que pregonan los sectores más radicales y resabiosos de la oposición– las cosas en Cuba están cambiando. Se respiran nuevos tiempos, y de seguro no es por la buena voluntad política del gobierno.
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