ESTADOS UNIDOS. – Como individuos sabemos poco del mundo y sus poblaciones. Sin embargo, tenemos firmes opiniones sobre qué debería hacerse para resolver la mayoría de los problemas. “Sabemos” qué debería hacerse en Iraq, aunque seamos incapaces de localizarlo en el mapa. Además, muchos consideran que su propia cultura es privilegiada y central en la historia humana. Pregúntenos a nosotros los cubanos. (Estoy siendo cortés mencionando a mi propia tribu, pero el lector puede aplicárselo a su propia cultura).
Hasta temprano en el siglo 20 se creía que la raza blanca era innatamente superior a las otras. El racismo era entonces biológicamente racionalizado. A media centuria, sin embargo, los científicos produjeron amplia evidencia de que las diferencias biológicas entre razas eran insignificantes. Al mismo tiempo, la comunidad científica reconocía significativas diferencias entre las culturas humanas, abarcando cocina, costumbres sexuales, actitudes políticas y mucho más.
Fue un cambio de la biología a la cultura; y mientras el racismo biológicamente basado ha disminuido, ha sido reemplazado por un incremento en el “culturalismo”. Por ejemplo, ya no decimos que otras personas (por ejemplo, hispanos, negros) tienden a comportarse antisocialmente porque tienen genes inferiores; ahora decimos que tales conductas resultan de sus culturas disfuncionales. El lenguaje ofensivo ahora es sociológico más que biológico.
Importante, como el cientista social israelí Yuval Noah Harari ha señalado, “… el culturalismo tiene una base científica mucho más firme que el racismo, y los profesores de ciencias sociales no pueden negar la existencia e importancia de diferencias culturales”. A diferencia del racismo, que es anticientífico, los argumentos culturalistas tienden a ser válidos.
Culturalismo no equivale a racismo. El cambio de racismo a culturalismo ofrece al menos una buena consecuencia práctica. La cultura es más adaptable que la biología, y los culturalistas de hoy están más dispuestos que los racistas históricos a aceptar a otros si estos abrazan su cultura. Esto no es defender o criticar el culturalismo. El punto es que el racismo biológicamente basado y el culturalismo tienen fundamentos diferentes. La cuestión sociopolítica relevante es: ¿cómo debemos tratar las diferencias culturales?
Los temas sociopolíticos más urgentes referentes al culturalismo se centran en inmigración. El Dr. Harari enmarca su discusión sobre inmigración en una pregunta pivote: cuando un país acoge inmigrantes, ¿debe verse esto como una obligación o un favor? “¿El país anfitrión está obligado a abrir sus puertas a todos, o tiene derecho de seleccionar a quiénes, e incluso detener totalmente la inmigración?”
Expresado así, sospecho que muchos rechazamos que permitir inmigrantes es una obligación. Culturalmente vemos la inmigración más como favor que como obligación. Los antiinmigración claman que, excepto en casos de refugiados huyendo de persecución, un país nunca está obligado a recibir inmigrantes. Enfatizan que cada país debe tener las políticas de inmigración que decida. Y sobre este aspecto probablemente tengan razón.
Por otra parte, los proinmigrantes destacan nuestro código ético que consagra los valores de la compasión, y hace una obligación moral abrir nuestras fronteras a aquellos que lo necesitan. Los antiinmigrantes no niegan el argumento compasivo, pero consideran que la compasión se expresa mejor ayudando en sus propios países a quienes quisieran ser inmigrantes.
En dos columnas anteriores, “La migración como derecho individual” y “Defensa ética de la migración”, he defendido políticas de inmigración abierta siguiendo principios libertarios de compromiso con la igualdad moral de las personas y un respeto supremo por la dignidad y derechos del individuo. Sin embargo, he definido cuidadosamente inmigración abierta como el derecho de las personas circunscrito a libertad de movimiento y entrar a un país por puntos de control establecidos donde se realicen escrutinios para proteger a la nación de enfermedades, enemigos y criminalidad. Las personas tienen derecho a poner un pie delante de otro, pero las fronteras significan algo.
Filosóficamente tenemos por resolver si permitir inmigrantes es obligación o favor. El Dr. Harari cita una fábula que parodia nuestro enigma en inmigración y culturalismo: A un sabio viejo le preguntan qué ha aprendido sobre el significado de la vida. Respondió: “Bueno, he aprendido que estoy en la Tierra para ayudar a los demás. Pero aun no comprendo para qué están aquí los demás”.