LAS TUNAS, Cuba. — Una de estas noches de verano salí a caminar un rato y, en ese andar errante, me encontré con un conocido que me preguntó por mis hijos y mis nietos, lamentándose él de sus dificultades para crear hábitos de lectura en su hijo de 14 años, porque “ya nadie lee”, dijo. “¿Y qué deporte practica el muchacho?”, pregunté, pero como hablábamos del ya casi extinguido apego por libros y lecturas en cada vez más personas, ante mi pregunta tan dispar con la conversación, el hombre se quedó mirándome como si yo hubiera perdido la memoria por una temprana enfermedad de Alzheimer, para sólo entonces, mohíno, decir, “ …a mi hijo lo que le gustan son las artes marciales”, a lo que respondí, “pues consíguele una buena novela de ese tema y verás como la lee de un tirón y luego te pide otra”.
Y como en este sitio por estos días mucho se ha escrito y comentado sobre los llamados “agentes de influencia”, traigo la anécdota de mi conversación “disparatada” de la otra noche, porque ella muestra, de forma simple —como al muchacho llevado a la lectura por la novela de artes marciales— como, indirectamente, los órganos operativos, entiéndase de trabajo secreto, ya sean de inteligencia, de contrainteligencia o de investigación criminal de todo el mundo, hacen para ejercer influencia en Estados, legisladores, corporaciones, poblaciones, gremios o personas, haciéndolos mover hacia la ejecución de un fin o a la disuasión para que determinado propósito no se lleve a cabo.
En lo que a mí respecta, pese leer montones de libros, manuales, reglamentos, órdenes y disposiciones de dirección y trabajo operativo, no recuerdo que existiera la categoría o denominación de “agente de influencia” en la llamada “agentura”, aunque desde tiempos bíblicos los que luego, en argot profesional, serían llamados “agentes de penetración” (que son las personas reclutadas, instruidas y entrenadas para el control y modificación de una situación operativa adversa) no dejaran ni un instante de ejercer influencia para cumplir con sus misiones.
Esa “influencia” tampoco es ajena a quienes en la jerga profesional se les conoce como “personas de confianza” (PC), que no son reclutados ni dirigidos a una misión específica, sino individuos confiables y multipropósito a quienes los oficiales operativos, indistintamente, pueden confiar tareas de observación, escuchar comentarios o difundirlos, con lo que ya estarían ejerciendo influencia sobre una persona o un grupo.
Incluso en Estados Unidos, y principalmente en Florida, hay cientos de cubanos que, sin ser dirigidos por oficiales del régimen, hacen las veces de PC “inconscientemente” en favor del castrismo cuando se refieren a “mi Cuba” como una Cuba ideal, que ya sabemos no existe, y no sólo por las carencias materiales y la falta de libertades civiles, sino por las carencias del propio ciudadano a la hora de comportarse como tal.
Preguntarán los lectores: ¿Se necesita ser una persona importante para ejercer influencia operativa? La respuesta es: depende del nivel de la misión propuesta y de la caracterización psicológica del objetivo a influir. Y aquí cabe un ejemplo. En agosto de 1994, pretendiendo influir sobre el presidente Bill Clinton para tratar de solucionar la llamada crisis de los balseros y a la vez conseguir un nuevo enfoque de la política de Washington hacia La Habana, Fidel Castro utilizó como agente de influencia a una PC, en este caso, su amigo personal, el Premio Nobel Gabriel García Márquez. Queriendo emboscar al propio Clinton, cuatro años después, Fidel Castro envió otra vez a García Márquez sobre Clinton, ahora no a una cena entre literatos en la vivienda del escritor William Styron, sino en la mismísima Casa Blanca. Pretendía el mandamás que el Presidente recibiera en sus manos un sobre sellado con información secreta obtenida por la Red Avispa, y así establecer cooperación antiterrorista con el FBI, pero Clinton no mordió el anzuelo y, en su lugar, el mensaje fue recibido por sus asesores.
Vale la pena decir que, por su configuración totalitaria, el régimen castrocomunista es un hacedor perenne de agentes de influencia. Estos comienzan a formarse desde niños, cuando son pioneros, luego maduran como trasmisores del discurso oficial en la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), a su vez cantera del Partido Comunista de Cuba (PCC), auto designado como fuerza dirigente política superior de la sociedad y del Estado. Así, campesinos, mujeres, gremios de profesionales (la sociedad toda) reciben una carga de influencia política que en no pocos casos llevarán con ellas a Estados Unidos, a España, a cualquier lugar del mundo, y así los vemos reunidos con los jerarcas cuando visitan esos países o cuando ellos vienen a Cuba, haciéndolos recaderos de la dictadura con mensajes supuestamente democráticos.
Que el término “agente de influencia”, aunque peyorativamente policial, encaje más en la literatura sociológica que en el glosario del trabajo operativo es lo que menos importa: importan sus resultados, sus objetivos aviesos, que son la deformación de la realidad. Y no puede existir ningún tipo de comunión ni económica ni jurídica con una dictadura por la “mejoría de los cubanos”, como fraudulentamente alegan algunos.
El bienestar de los cubanos no llegará con ómnibus, automóviles, camiones, tractores, comida ni ningún bien de consumo; con piensos, agua, medicamentos y establos se satisfacen las necesidades del ganado, no de los seres humanos carentes de libertad. Y de esa categoría humana, la de independencia, es de la que está necesitada Cuba.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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