LA HABANA, Cuba.- Pese a los malos augurios y peores interpretaciones que los detractores de la nueva política de diálogo entre EE.UU. y Cuba han dado a la visita del Presidente Barack Obama a la capital cubana, lo cierto es que ésta ha causado un impacto sin precedentes en el habitualmente abúlico escenario nacional.
No hubiese podido ser de otra manera. En 57 años de autoritarismo jamás los cubanos comunes habían disfrutado el espectáculo de una actitud y un discurso que retó en pocas palabras todo el catecismo castrista. Obama se saltó el protocolo diplomático y la anunciada agenda oficial en varias ocasiones desde su primeras horas en La Habana, al acudir sin previo aviso a un restaurante privado, en pleno corazón del popular –y populoso– municipio de Centro Habana, provocando inmediatamente la espontánea aglomeración de lugareños que le expresaban su admiración y simpatía.
Iguales manifestaciones recibió en cada escenario en que se presentó, pese al cuidadoso control que hicieron las autoridades cubanas, que habían organizado una meticulosa selección de sus fieles para colmar los auditorios. En vano. El éxito de escena del presidente estadounidense fue arrollador, influyendo incluso sobre una buena parte de esos fieles. Sin ánimo de exagerar, nunca antes en el último medio siglo quedó una huella tan profunda tras un paso tan breve.
Un gesto audaz que evidencia el compromiso político de Barack Obama con el tema de los derechos humanos y del reconocimiento a la sociedad civil independiente de la Isla fue el encuentro que sostuvo con activistas y periodistas independientes durante una hora y cuarenta minutos en la Embajada de EE.UU., donde se produjo un diálogo franco con los invitados a la reunión, que devino una lección magistral de política para los presentes. Gesto que constituye un claro mensaje a las autoridades cubanas y una legitimación de la lucha prodemocracia en la Isla.
Pero sin dudas, lo más relevante de esta visita fue el discurso pronunciado por Obama para el pueblo cubano en el Gran Teatro de La Habana, frente a un auditorio “políticamente correcto”, formado fundamentalmente por militantes del PCC y otros obedientes corderos del rebaño, y en presencia del General-Presidente, su hijo, su Canciller y otros simpatizantes de sangre azul de la casta –como la primerísima bailarina Alicia Alonso–, quienes ocupaban un palco a prudencial distancia de la disciplinada plebe. Todo lo cual no fue óbice para la ovación que acogió la entrada de Obama en el escenario hasta el podio desde el que hizo su alocución.
Un discurso que evidencia la existencia de un movimiento oculto tras bambalinas. Quizás los cambios que han comenzado a producirse lentamente en los últimos años y que no se han traducido en una mejoría para los cubanos, podrían estarse acumulando para –en un lapso de tiempo indefinido– desembocar en un escenario muy diferente al actual, aunque aún no alcancemos a vislumbrarlo. Un discurso, en fin, que pocos años atrás –y especialmente bajo la égida de Castro I– hubiera sido tan imposible como impensable.
“He venido aquí para enterrar el último resquicio de la Guerra Fría en el continente americano. He venido aquí para extender una mano de amistad al pueblo cubano”, expresó el Presidente del Imperio enemigo, casi al inicio de un discurso que duró 34 breves minutos y mantuvo atrapada la atención de todos los cubanos.
A lo largo de su presentación, Obama colocó frases e ideas tan subversivas para los oídos nacionales como “derechos individuales”, “no debemos temer al cambio”, “creo en el pueblo cubano”.
A nadie, que no fuera el Presidente estadounidense en el marco de las nuevas relaciones, le hubiese sido posible declarar ante los micrófonos y televisado directamente por los medios oficiales de la dictadura: “… aunque levantáramos el embargo mañana, los cubanos no podrían alcanzar su potencial sin hacer los cambios necesarios aquí, en Cuba”, y dejó claro que los límites a la prosperidad de los cubanos –como el monopolio de la fuerza de trabajo, la doble moneda, la falta de acceso a Internet– no los impone EE.UU.
Obviamente, para entender el calado del discurso de Barack Obama en el espíritu de los cubanos es preciso conocer antes cuánta frustración y desesperanza se ha acumulado en décadas de carencias materiales justificadas en virtud de estériles batallas ideológicas. Obama ha ofrecido a los cubanos un capital valioso: Esperanza. No una esperanza en abstracto o basada en quimeras ni falsas promesas, sino sobre “una base en el futuro que ustedes pueden elegir; que ustedes pueden moldear; que ustedes pueden construir para su país”.
Miles de luchadores por la democracia han sido encarcelados en Cuba por defender ideas como estas, ahora pronunciadas con toda impunidad en presencia de un tolerante y mudo General Gris: “Yo creo que los ciudadanos deberían ser libres de expresar sus ideas sin miedo, de organizarse, y de criticar a su gobierno y protestar pacíficamente, y que el estado de derecho no debería incluir detenciones aleatorias de las personas que hacen uso de esos derechos (…) yo creo que los votantes deberían de elegir sus gobiernos en elecciones libres y democráticas”.
No faltó el reto dirigido al propio Castro II, utilizando los mismos argumentos que éste opone para justificar su tozuda renuencia a una apertura política: “Teniendo en cuenta su compromiso con la soberanía y la autodeterminación de Cuba, también estoy seguro de que no tiene que temer las diferentes voces del pueblo cubano y su capacidad para hablar, y reunirse, y votar por sus líderes (…) Tengo la esperanza para el futuro porque confío en que el pueblo cubano tomará las decisiones correctas”.
No por casualidad, inmediatamente tras la partida de Barack Obama hacia Argentina en la tarde del martes 22 de marzo, los medios oficiales del régimen se lanzaron a tratar de minimizar los posibles daños causados por los discursos y presentaciones públicas del carismático visitante sobre la conciencia revolucionaria del pueblo.
La visita de Obama a Cuba fue una “demostración de marketing político” con todo el montaje de un escenario y discursos cuidadosamente calculados para llegar a todos los públicos, afirmó el alabardero de turno, Oliver Zamora, en la emisión del noticiero de TV del mediodía; mientras la emisión estelar (nocturna) se esforzaba en contrarrestar el “efecto Obama” a través de un patético reportaje que mostraba imágenes del ex Invicto en Jefe, Castro I, durante sus cinco viajes a EE.UU. Nada más pueril y contraproducente que intentar sepultar un presente deseado por los cubanos apelando al pasado que rechazan.
Mientras, el “paquete semanal”, con varios materiales audiovisuales sobre Barack Obama, ha comenzado circular profusamente por la capital habanera: muchos quieren prolongar el placer alimentando la esperanza.
Con seguridad, en los días venideros, la vida en La Habana retornará a sus cauces y seguirá la lucha de la gente humilde por la subsistencia cotidiana, pero los cubanos estarán atentos a las señales. No habrá mejorías en el corto plazo, es cierto; pero cuando miremos en retrospectiva lo acontecido en estos dos días, en la memoria popular cubana quedará jalonado el hito, y comprobaremos que hubo un antes y un después de esta histórica visita de Barack Obama.