LA HABANA, Cuba — El pasado lunes 21, un trabajo del colega José Antonio Fornaris publicado en CubaNet alertaba sobre la alarmante desaparición de una recién nacida en el Hospital “Enrique Cabrera”, de La Habana. El título, en su sencillez, refleja de modo certero todo el dolor y el desconcierto que embargan a la joven pareja de progenitores: “¿Dónde está mi bebé?”
En la nota informativa, el periodista independiente relata las incidencias del traslado de la parturienta hacia el centro asistencial, mientras la criatura, con sus movimientos dentro del vientre materno, daba evidentes señales de vida. Después, describe el maltrato que sufrió la joven madre, así como la inesperada afirmación de los médicos: “La niña nació muerta”.
Las autoridades hospitalarias argumentaron la necesidad de que la bebé pasara por el Departamento de Anatomía Patológica. Esto es comprensible, para determinar lo ocurrido. Lo que no se entiende es la supuesta imposibilidad de mostrar y entregar el cadáver a los padres, y ello en virtud de una fantasmagórica “resolución ministerial”, cuyo número y texto no fueron revelados a los familiares.
Este trágico incidente me hizo recordar la denuncia de mi colega agramontista Vicente Padrón Casas —en la actualidad ya fallecido—, por una situación similar ocurrida con su nieta Lía Francisca Padrón Izaguirre. Esta niña y su hermana gemela Mía nacieron el 29 de agosto de 2011 en el Hospital “Eusebio Hernández”, conocido como Maternidad Obrera, en el municipio de Marianao.
En sendas noticias publicadas los días 28 y 30 de noviembre del propio año, Ana Margarita Perdigón, de la Agencia Yayabo Press, se hizo eco de la insólita desaparición de la bebé, a quien su progenitora no volvió a ver después del parto, ni viva ni muerta. El referido órgano de prensa recogió la denuncia que el jurista alternativo formuló al cabo de tres meses sin recibir alguna información o explicación de las autoridades.
Lo anterior —por cierto— dio lugar a la inevitable visita de los ubicuos oficiales de la policía política. A los “segurosos” les preocupaba no el desvergonzado escamoteo de la niña, sino la información transmitida por internet, que puso en entredicho la supuesta imposibilidad de que en Cuba se produjeran sucesos de esa naturaleza, que el régimen castrista critica y divulga con satisfacción cuando ellos tienen lugar en otros países.
El mismo 30 de noviembre de 2011 se publicó una Declaración de la Corriente Agramontista, suscrita por quince miembros de esa agrupación de abogados independientes. En ese documento se condena la desaparición de la menor, suceso que es descrito como “atropello incalificable”, y se exige el inmediato esclarecimiento de “esta escandalosa desaparición de la recién nacida”.
Las justificadas protestas sólo sirvieron para que las autoridades, un par de meses más tarde, entregaran a la atribulada familia un cadáver desmembrado y putrefacto que, según ellos afirmaron, era la menor Lía Francisca. Los oficialistas aseguraron también que la identidad de los pequeños despojos había sido comprobada por los antropólogos forenses y mediante exámenes de ADN.
Como suele suceder en nuestra Cuba, la soga quebró por lo más delgado. En aquella oportunidad, al abuelo denunciante se le informó que la responsable de todo era “la empleada de Admisión y Registro del hospital”. Según la misma fuente, todo se limitaba a que esta burócrata de bajo rango había realizado un “mal trabajo”.
Mi colega Vicente no quedó convencido por la “explicación” recibida, pero no tenía más alternativa que aceptarla. Como se sabe, en nuestro país un ciudadano no puede acudir ante una entidad independiente para solicitar la realización de exámenes alternativos. En definitiva, el licenciado Padrón Casas falleció sin conocer la suerte corrida por su nieta desaparecida. Pero siempre confió en que un día alguien, en algún lugar, vería a una niña idéntica a Mía, y todo quedaría esclarecido.
Según me expresó Vicente más de una vez, él abrigaba el convencimiento de que, en medio de la corrupción generalizada imperante, la bebé fue objeto de alguna negociación ilícita. Estaba seguro de que, en opinión de los escamoteadores, el anuncio de la supuesta muerte de una de las dos gemelas paridas sería recibido por su hija —una madre soltera— con un suspiro de alivio.
El suceso que narra ahora Fornaris recuerda de modo alarmante esa otra situación anterior. Es por eso que me he sentido en el deber de recordar la pérdida sufrida por mi colega difunto y por su familia. Lo peor es que ambos hechos tuvieron lugar en centros asistenciales distintos. ¿Acaso estas bochornosas desapariciones de niños se convertirán en algo habitual en los hospitales cubanos!
Relacionado: