LA HABANA, Cuba. – Con fecha sábado 6 de febrero de 2020, la Embajada de Cuba en Colombia confeccionó un memorando dirigido a las autoridades del país sudamericano sobre presuntas actividades del denominado “Ejército de Liberación Nacional” (ELN). En él se hace eco de una “información, cuya verosimilitud no podemos evaluar, acerca de un supuesto ataque militar del Frente Oriental de Guerra del ELN para los próximos días en Bogotá”.
Acto seguido, el papel alude a los representantes de la referida organización que se encuentran en la capital cubana con el supuesto fin de negociar el fin de las hostilidades entre dicha guerrilla y el gobierno colombiano. Al respecto, el documento informa: “Hemos advertido a la Delegación de Paz del ELN en La Habana, la cual expresó total desconocimiento y reiteró la garantía de que no tiene ningún involucramiento en las decisiones militares u operaciones de la organización”.
La información ha dado pie a diversos comentarios, especialmente en la misma Colombia, país que ha sufrido durante decenios el accionar despiadado de diversos grupos guerrilleros, de los que el ELN sería el último en plena actividad. Actos terroristas, sabotajes, secuestros, narcotráfico, violaciones y reclutamiento forzoso de niños han sido algunas de las acciones perpetradas por esas bandas durante lustros.
Esos comentarios coinciden en varios planteamientos, pero en todos ellos echo de menos una alusión o comentario a la frase que usa el memorando para referirse al peligro que —si creemos a los diplomáticos cubanos— se cerniría sobre la capital del país sudamericano: el de “un supuesto ataque militar”.
Es cierto que entre las fechorías de todo tipo que han solido perpetrar las bandas subversivas ha habido acciones bélicas. También es verdad que ellas se han limitado mayormente a fugaces emboscadas contra algún pequeño destacamento castrense que se adentre en las zonas que los sediciosos consideran como “suyas”. ¿Un “ataque militar”! ¿Y nada menos que “en Bogotá”! Parece harto inverosímil.
Lo más probable —con mucho— es que si hay algo de cierto en la información sobre el hipotético “ataque”, se trataría de algún sabotaje de envergadura menor que el perpetrado por el mismo ELN hace poco más de un año contra la Academia de la Policía en la misma Bogotá. Una verdadera salvajada que dejó nueve muertos y 54 heridos, y que provocó el cese de las negociaciones de paz en La Habana.
El uso de esa frase eufemística —“ataque militar”— para referirse a actos brutales como el mencionado, retrata de cuerpo entero al régimen castrista. Este actúa del mismo modo que un proxeneta (en buen cubano, “chulo”) que, para aludir a la gabela que cobra a una de sus pupilas, utilizara el término “auxilio económico”.
Otro detalle que salta a la vista al leer el breve documento (y que parece contraproducente cuando lo que se quiere destacar —supuestamente— es la disposición a colaborar con las autoridades colombianas) es que la primera “advertencia” se haya dirigido no a estas últimas, sino a “la Delegación de Paz del ELN en La Habana”.
Claro que esta alusión no es gratuita. Con ella se quiere hacer ver (aunque con menos palabras) que al gobierno castrista le preocupa que estén involucrados en el “ataque militar” supuestamente planificado en Bogotá. Los delegados del grupo subversivo permanecen en la capital cubana, ¡y lo hacen con el supuesto propósito de participar en unas negociaciones de paz interrumpidas hace más de un año y cuya reanudación no está prevista y parece harto inverosímil!
Como se ha informado, el gobierno colombiano —con toda la razón del mundo— reclama a su homólogo de La Habana la entrega de los miembros del “Ejército de Liberación Nacional”, que gozan en la capital de la Isla de la hospitalidad que le brindan generosamente los castristas por cuenta del famélico “Liborio Pérez”, personificación del pueblo cubano.
Las autoridades antillanas han rechazado esa pertinente solicitud. Y desde luego que lo planteado en el flamante memorando vendría a constituir una “demostración” adicional de que los “negociadores de paz” están totalmente ajenos a las múltiples fechorías que continúan perpetrando en el sufrido suelo colombiano sus compinches y superiores, a quienes representan en La Habana.
Desde luego que no resulta posible saber a ciencia cierta todas las manipulaciones que se esconden tras el escueto texto del memorando. ¿Se tratará de una mera patraña ideada en La Habana? ¿Habrá surgido la información de la jefatura del ELN, como forma de congraciarse con sus “compañeros” de la Isla y hacerles un favor?
En estos momentos no resulta fácil adelantar una respuesta a esas preguntas. Lo que sí resulta innegable es el grado de desintegración política y moral alcanzado por el régimen castrista. ¿A alguien se le ocurriría que algo remotamente parecido a esto hubiese podido ocurrir en sus tiempos de esplendor, cuando el fundador de la dinastía adoctrinaba, entrenaba y financiaba guerrilleros provenientes de todos los países de América!
Parece evidente que el “regalo de despedida” hecho por Donald Trump al régimen de La Habana (su reinclusión en la lista de países promotores del terrorismo) provoca escozor en el seno de la burocracia comunista criolla. Los jerarcas castristas ansían verse fuera de esa reducidísima relación. Y están más que dispuestos a hacer lo que sea con tal de verse fuera de ella y mejorar sus relaciones con los Estados Unidos.
¡Aunque para ello tengan que olvidarse de su añeja retórica de “internacionalismo revolucionario” y de solidaridad con los subversivos latinoamericanos, que antes campeaban por sus respetos en todo el continente, y que ahora, felizmente, se hallan reducidos a la fraterna Colombia.
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