LA HABANA, Cuba. –Ahora, como te digo una cosa te digo la otra –me decía Hermes, el antiguo funcionario que ve en la desesperación de quienes viven en casas apuntaladas o que han sido ya albergados, la garantía de la futura democracia en Cuba.
A Batista le cayó encima de los zapatos una granada y no le explotó. Se la tiró un revolucionario ya difunto, amigo de Hermes, el 13 de marzo de 1957 cuando los muchachos del Directorio asaltaron Palacio. La granada que no pudo rectificar el disparate cometido por Chibás al suicidarse. Disparate, porque sin ese suicidio, ni Batista hubiera conseguido meterse en el campamento militar de Columbia el 10 de marzo de 1952, ni Fidel en el Moncada al año siguiente.
Pero la granada no explotó. Batista huyó por una puerta secreta en su despacho, frustrando la oportunidad que al porvenir cubano pareció por un momento ofrecérsele aquella tarde heroica para poner las cosas donde las dejara el suicidio de Eduardo Chibás en agosto de 1961. Al mando del país los revolucionarios del Directorio en su posición de vencedores, Fidel en ese gobierno de facto no habría pasado de ministro ni de senador en las elecciones democráticas que seguirán al restablecimiento del orden constitucional, y nadie en este país habría oído hablar de Socialismo. Ni los muchachos del Directorio eran de esa estirpe, ni eso estaba en nuestras tradiciones.
Pero la misteriosa granada de aquella tarde, insiste Hermes, no explotó. Lo cual permitiría pensar que si bien las leyes de los cambios sociales no son las que rigen en el mundo divino, tal vez los dioses, como en el tiempo de Homero, siguen inmiscuyéndose en los asuntos humanos, en cuyo caso el suicidio de Chibás pudo no ser un disparate sino el riguroso cumplimiento de un misterioso programa.
Como Hermes tiene acceso a Internet, me lee; a veces está de acuerdo, y en general me aconseja hasta donde puede, pues por lo que sospecho sabe más de lo que podría decirme.
Fidel, enumera, ha escapado a cientos de atentados, tiene la suerte de fracasar cuando lo del Moncada, aquel momento más caliente de la Guerra Fría cuando la URSS no habría podido enviarle ni el saludo de Stalin detrás de un sello de correos, Kennedy mira para otro lado cuando lo de Girón y, en el colmo de su buena suerte, Kruschev mete la pata y le manda los misiles que le proveerán de los quince años de gracia otorgados por USA que le permitieron blindarse en todo sentido y abrirle a USA, como parte de ese blindaje, tantos fuegos en Tierra Firme que pronto dejaría él de ser para el otorgador de ayer un objetivo militar.
Cuando años más tarde se le acaba al barbudo el mecenazgo de la URSS, se le aparece Chávez como Moisés en el desierto. Ha prohibido creer en Dios, hace de la homofobia un culto, divide a la familia, prohíja a los tiburones, le sube el precio a los víveres, al ron, a los cigarros, devalúa la moneda, paga el peor salario, hace ruinas de una Habana nueva, y el pueblo, encantado, o por los misterios del estado policial, le sigue como los niños al maestro en las filas para entrar en el aula. Se cae de sus pies pero no muere, lo operan de cuidado varias veces pero sobrevive, y desde su silla de invalido sigue enterrando a sus compañeros; don éste que ha llevado a Hermes a temer que pueda el otrora Comandante en Jefe sobrevivir a Raúl, pues no siendo ya el hombre que era, y reacio como ha sido siempre a dejarse enmendar la plana…, bueno, Hermes no quisiera ni pensar en ese escenario.
Tampoco lo teme. Esa granada caída ahí, en la punta misma de los zapatos de Batista, con que los muchachos del Directorio pretendieron cambiar lo que pudo ser el programa de Dios, y que Dios, caso de no estar Hermes imaginando demasiado, debió de mirarla muerto de risa sin dejarla explotar, esa granadita podría estar diciendo mucho. Por eso, resume, no obstante haber apostado a los que tienen problemas con la casa o que no tienen casa, comparte las ideas de la anciana maestra jubilada que vende empanadillas en la puerta de los hospitales cuando dijo que “Aquí sucederá lo que quiera Dios.” Por lo pronto, él se ha apuntado en las dos listas.