LA HABANA, Cuba. – La desmedida afición por las “mieles del poder” mostrada durante las últimas semanas en Venezuela por Nicolás Maduro ya tiene réplicas del otro lado del Atlántico. En Argelia, por ejemplo, Abdelaziz Bouteflika acaba de ser inscrito como candidato a un quinto mandato presidencial consecutivo.
El problema no sólo radica en la notable antigüedad que ostenta este personaje en el ejercicio del mando supremo -una friolera de veinte años-, se trata también de sus pésimas condiciones físicas. Bouteflika es un gobernante octogenario que exhibe un deplorable estado de salud a consecuencia de un grave derrame cerebral sufrido en el año 2013. Desde entonces, se encuentra en silla de ruedas y pasa la mayor parte del tiempo fuera del país que supuestamente dirige, recibiendo tratamiento médico en un exclusivo hospital de Ginebra, en Suiza.
Durante las últimas semanas han tenido lugar en Argelia una ola de protestas contra el inmovilismo imperante. Pese a todo lo señalado, en el último día del término establecido para inscribir a los candidatos a la venidera elección presidencial, el nombre de Bouteflika volvió a aparecer en la lista.
El amanuense del mandatario que evacuó ese trámite alega que la legislación electoral del país árabe no exige la presencia física del aspirante al momento de realizar la inscripción. En cualquier caso, el anuncio de la nueva candidatura de Don Abdelaziz fue matizado por una jugarreta politiquera. Soslayando las fundadas dudas sobre su aptitud para asumir y ejercer el alto cargo, el referido portavoz dio a conocer una promesa de su jefe: adelantar las siguientes elecciones presidenciales, proceso comicial al cual él —Bouteflika— no concurriría como candidato.
Tal y como hiciera dictador zimbabuense Robert Mugabe, que al tiempo que cedía al ultimátum de sus generales proclamaba mantener pleno control sobre la nave del Estado, el presidente argelino ha violentado los límites de la racionalidad. Él, que en los últimos dos decenios ha personificado el inmovilismo, anunció muy orondo que “si el pueblo argelino me renueva su confianza, asumiré la responsabilidad histórica de hacer realidad su exigencia fundamental, es decir, el cambio del sistema”.
La guinda de la nueva maniobra fue el ofrecimiento de iniciar un proceso de reforma constitucional. La nueva carta magna —afirmó el mandatario— sería sometida a un referéndum popular, como mismo acaba de suceder en Cuba.
Aunque es de presumir que en el país magrebí, a la hora de elegir a los miembros de la Asamblea Constituyente, haya — a diferencia de la Mayor de las Antillas— diversos partidos y candidatos.
En cualquier caso, los ciudadanos —y en primer término los estudiantes—, al conocer la noticia, han intensificado sus marchas de protesta. Al hacerlo, enarbolan una consigna inobjetable: “Esto es una república y no una monarquía”. Asimismo, advierten al interesado: “Bouteflika, no habrá quinto mandato”.
Es de suponer que, ante semejante escenario, los castristas estén de capa caída. Ellos comprenden cuán endeble es el régimen de su aliado venezolano Maduro y han visto mermar los suministros casi gratuitos de crudo que éste y su mentor Chávez les obsequiaban antaño. Por ello, no pierden la atención sobre el país africano, cuyo petróleo cortejan desde hace bastante tiempo. En ese sentido, no es casualidad que Argelia (estado de muy escasos vínculos culturales con Cuba), haya sido el invitado de honor de la reciente Feria del Internacional del Libro de La Habana.
Mientras el pueblo del país norafricano se manifiesta contra el continuismo, ya el “rojerío” latinoamericano prepara la coartada ideológica que “explicaría” los sucesos que están teniendo lugar: La televisora chavista Telesur ha dedicado un reportaje a los acontecimientos, en el que alerta del “peligro imperialista” y recuerda el abundante “oro negro” existente en ese territorio.
Ya se sabe que estos izquierdistas carnívoros no son melindrosos. Lo mismo se declaran amigos íntimos del Irán teocrático de los ayatolas, que se alían en Argelia con los herederos políticos de quienes instauraron allí el laicismo a ultranza y desconocieron el triunfo electoral de los fundamentalistas musulmanes, a los que después aniquilaron a sangre y fuego.
Para los “socialistas del siglo XXI”, esas diferencias religiosas carecen de importancia. Lo único que merece su atención es el apoyo que en un momento dado pueda brindarles uno u otro país, así como la participación de éste o aquél en la “batalla contra el Gran Satán”, en la cual todos están empeñados.