LA HABANA, Cuba. – No faltan opiniones, casi siempre despachadas desde algunas de las zonas confortables del primer mundo, que denotan una supina ignorancia o uno de esos arranques emocionales que sirven para curar el dolor de la nostalgia por el terruño, al menos por un determinado espacio de tiempo.
Me refiero a las voces que claman por una protesta masiva que se riegue como pólvora por toda la Isla como preámbulo al descalabro final de la dictadura, encaramada en el poder hace seis décadas y con la voluntad de continuar por los caminos del exclusivismo político, el monopolio estatal de producción y la total sumisión de los casi doce millones de habitantes a los dictados del partido comunista y sus instituciones afines.
También existen otras alusiones más delirantes que sueñan con invasiones armadas que obligarían a la capitulación de los mandamases y el retorno de la democracia o de no ser así, pues a depositar las esperanzas en la proliferación de focos guerrilleros, en las montañas y en el llano, para alcanzar el mismo objetivo.
Si bien el descontento generalizado no es una falsedad, las posibilidades de que se convierta en el factor desencadenante de una revolución popular con una fuerza capaz de poner en jaque a las estructuras de poder, siguen siendo bajas.
Eso debe quedar claro, más allá de ilusiones y planteos sin el debido rigor conceptual y por tanto condenados a diluirse en la arrogancia e impunidad del régimen, cada vez más acentuadas y protegidas por los tibios posicionamientos, algunas veces más fríos que un témpano, de entidades de la ONU y de la mayoría de las democracias europeas.
No es que el pueblo cubano sea el más cobarde de la tierra, como lo tildan muchos que postean sus opiniones en las redes sociales.
El asunto estriba en la naturaleza de un modelo creado para doblegar la voluntad del ser humano por medio de un amplio surtido de estrategias que incluyen el adoctrinamiento en las escuelas, la codificación de la miseria, el exhaustivo control de los medios de prensa, la exaltación del nacionalismo mediante el uso de la figura de un enemigo externo, la autoridad suprema del Estado en el mercado laboral, el desamparo jurídico ante las abusivas políticas autoritarias, la creación de un sistema de vigilancia a nivel de cuadra y la existencia de una desproporcionada red carcelaria y de campos de trabajo a lo largo y ancho del país.
Convertirse en huésped de algunos de esos sitios por cualquier nimiedad es puro trámite. Y si la vida es difícil en los vecindarios, ni que decir tras los muros de una prisión o en los límites de un campamento donde se trabaja como una bestia, en condiciones de semiesclavitud.
Tanto la pasividad como esas manifestaciones que culminan en pocos minutos, por la escasez de agua, algún desalojo, un acto de violencia policial u otras razones de índole social, que han tenido lugar en varios municipios capitalinos, son dos actitudes muy comunes y que responden al instinto de conservación en el caso de la inercia generalizada y a la provisionalidad de la catarsis ante un fenómeno que finalmente las autoridades alivian, al menos parcialmente, sin dejar de mencionar la eficiente labor represiva, ejercida por policías uniformados y encubiertos, y personas que se encargan de delatar a los promotores de las protestas para los respectivos escarmientos.
La desconfianza entre vecinos e incluso familias es otro motivo a agregar a la extensa lista de factores que explican el silencio y los acomodos a una situación agobiante de penurias, miedos e incertidumbre.
Los informantes pululan como moscas. Vigilantes y vigilados se intercambian los roles constantemente. En fin, Cuba es una prisión con membrete de país y para colmo rodeada de agua.
Terminar con una pesadilla que les ha arruinado la vida a cuatro generaciones, continúa entre los asuntos pendientes. No es fácil el reto. El totalitarismo insular no es eterno, pero nadie puede predecir su caída o su transformación. El punto de giro o las exequias son parte del enigma. Particularmente, sigo sin creer en una revolución de las masas como motor de cambio. Va y aparece un émulo de Gorbachov en los próximos años. ¿Será ese el principio del fin? La historia se encargará de develar el misterio.
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