LA HABANA, Cuba. – ¿Cómo imaginarnos a un representante de Dios en la tierra, que cierra la puerta de su iglesia a una familia en apuros, sobre todo con niños? Increíblemente, esto ha ocurrido en los últimos días. El arzobispo Emilio Aranguren ha hecho caso omiso a la familia Miranda Leyva, que, desesperada, fue a buscar su amparo con dos hijos menores de edad a la sede del obispado en la provincia de Holguín, luego de que hordas comandadas por la Seguridad del Estado les sometieran a los peores horrores
¿Cómo soportar que el arzobispo sea descendiente de Cristo, cuando ni siquiera salió con un plato de comida para los menores de edad que pernoctaban en el portal de la institución? ¿Acaso él pudo ingerir alimentos mientras se encontraba esa familia en su puerta? ¿Consiguió conciliar el sueño en lo que esos niños dormían sobre la fría losa de su piso, bajo sol, sereno y lluvia? ¿En qué se ha convertido la Iglesia que no solo calla y otorga, sino que ahora también se esconde ante los necesitados? ¿Qué le pudieron enseñar las escrituras sagradas a este arzobispo? No se trata de política ni de religión, hablamos de humanidad. Pocos seres humanos limpios de corazones, aún con toda la miseria que vivimos, le hubieran negado, de una u otra manera, ayuda a los Miranda Leyva.
Algunos, en defensa del padre Aranguren, han dicho que es una buena persona y que la familia usa a los niños. Responderé que quien han usado a los niños ha sido el régimen. Esos niños han sido torturados y la UNICEF debe tomar este asunto como corresponde y no continuar siendo cómplice del régimen castrista.
Y la tortura contra la familia, incluyendo los niños, ha ido más allá de lo sicológico, ha llegado a ser física, pues los menores han recibido golpes de un policía para que gritaran consignas a favor de los dictadores, al peor estilo de los nazis. Han usado a los otros niños de sus aulas para que los agredan. Las maestras fueron cómplices y, supuestamente, nunca se percataron de este bullying. Los han escupido. Y como si fuera poco, los han amenazado de muerte. Por todos estos motivos, los padres se vieron obligados a sacarlos de la escuela, no sin antes apelar a las instituciones gubernamentales, sin recibir respuesta alguna.
Resulta que el arzobispo asegura que no se encontraba en el lugar cuando la familia llegó hasta ese portal; pero fueron más de 48 horas y ni siquiera se les entregó agua. Y, para justificarse, dice incluso que habló con la Seguridad del Estado y que estos les aseguraron que la familia había cometido delitos y que serían juzgados. Es inaceptable que el Monseñor les siga el juego a los represores. De pronto, ellos, los represores, tienen más credibilidad que una familia sufrida. Pero, independientemente de ello, nada tiene que ver con que les asistan con alimentos o frazadas para dormir. Desde mi punto de vista, los intentos de defensa de Aranguren empeoran su falta de asistencia a los que necesitaron de él.
Bajo ningún concepto un ser humano digno debe quedarse callado ante tal ignominia, menos aún alguien que representa a Cristo. Aranguren no puede dar la espalda a las personas necesitadas que acudan en su auxilio. La Casa de Dios es del pueblo, no de quien la habita por designio de la Iglesia.
Jamás el Mons. Emilio debió dejarlos “a la buena de Dios”, porque él es ese Dios que fueron a buscar en la tierra. ¿Cómo se puede decidir cuáles ovejas corresponden a su rebaño y cuáles no? ¿Desde cuándo la Iglesia solo es para los escogidos? ¿Acaso se les ha olvidado cuál es la misión de la Iglesia?
Cuando la resurrección de Jesús, este le dice a Pedro, quien luego fuera el primer Papa: “Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas”, porque para eso ellos son “siervos de los siervos de Dios”. Ése, y no otro, es el papel de la Iglesia. Su mayor misión es la de ayudar a los pobres, a los necesitados. Vivir y morir al lado de su pueblo. No esconderse para no verse comprometido con el régimen dictatorial o perder sus acostumbradas comodidades. Siempre recuerdo al Mons. Siro, quien fuera arzobispo de Pinar del Río por muchos años. No ha existido nadie que lo supere en arrojo y comprometimiento con su pueblo sufrido.
Si el Mons. Aranguren no quería dejarlos entrar a la Casa de Dios, al menos debió salir él y acostarse a dormir en el portal con ellos. Compartir lo poco o nada, pero de alguna manera llenarle de amor sus corazones. No existe otra manera de asumirlo, sobre todo cuando esos seres humanos tenían perdidas todas las esperanzas.
Algo así hizo el Cardenal Juan de la Caridad cuando la opositora Iliana Hernández estaba siendo asediada en el cementerio, y no tuvo otra opción que pedir asilo en la iglesia. Con una llamada, apareció el Cardenal en su auto con chapa diplomática y la pudo sacar delante de las narices de los represores. Esa es una actitud digna.
Participando en la despedida de un fallecido, vi al Cardenal ofreciendo una misa en la iglesia del cementerio de Colón, la capilla más apartada de la ciudad y donde se encuentran los más desesperados buscando ese difícil consuelo por el familiar sepultado.
Recientemente, una madre fue a entrevistarse con el Cardenal porque su hijo, opositor al régimen, fue asaltado en Francia y le robaron los papeles y el dinero. Se encuentra en un limbo jurídico y sin ninguna posibilidad física ni económica para resolverlo, ya que los asaltantes lo lastimaron bastante y se encuentra hospitalizado. Para concluir, el arzobispo de La Habana, Juan de Dios, ya hizo algunas gestiones en Francia para ayudar a ese cubano que quizá él nunca conozca, pero que siempre le estará agradecido. Esa es la misión de los que representan a Cristo en la tierra y no otra.
Esa es la Institución Católica que respeto. La Iglesia comprometida con su pueblo. Ya bastante sufrimos con el Cardenal Jaime Ortega, y que Dios lo haya ubicado en el lugar que le corresponda. Pero al final, era más un vocero del régimen que de la Iglesia. Se convirtió en embajador de la dictadura y se olvidó de su pueblo. Y así la historia lo recogerá. Esa será su condena, al menos en la tierra.
Al actual Papa Francisco, cuando era Jorge Mario Bergoglio, el arzobispo de Buenos Aires, le mataron a varios curas en la dictadura de Argentina. Quizá en aquel entonces no estaba preparado sicológicamente para enfrentar un sistema tan abusivo. Lo cierto es que la historia ha recogido ese momento como un estado de debilidad porque no los supo defender como correspondía y bajó la cabeza por temor, y no hizo las denuncias públicas que necesitaba el momento sangriento. Hay actos en la vida que se arrastran para siempre. Y supongo que el Mons. Aranguren tendrá que dar cuentas en la tierra o en el cielo; pero ante tal cobardía, su nombre y su obra han sido mancilladas por su incorrecto desempeño, en este caso en particular, aun cuando en otros servicios merezca la exaltación.
Todos tenemos derecho a equivocarnos. Y también tenemos la obligación de pedir perdón y mostrar nuestra humildad. Una explicación para que se cerrara las puertas de la Casa de Dios a una familia necesitada que acudió a él clamando el decoro que le falta a la justicia y al “gobierno” de Cuba.
Los cubanos necesitamos una Iglesia justa, comprometida con Cuba y su libertad, que no es nada especial, es algo natural que se nos ha arrancado por 61 años. La Iglesia Católica tiene que crecerse, y valga este pedido para hacerlo extensivo a las otras congregaciones religiosas y fraternales. La Iglesia tiene que avanzar hacia el decoro, salir de la oscuridad donde se ha mantenido en las últimas décadas. El silencio es cómplice de la maldad. La fe debe ser lo último que pierde un pueblo. Y perdiendo aún más la confianza en su Iglesia, es el camino en el que comienza esa lejanía que gran parte del pueblo emprendió desde 1959, por miedo, falta de educación y oportunismo.
Sólo pido que oren por ustedes mismos, y que Dios los ayude, porque de esa manera, lo estarán haciendo por la nación cubana.
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