LAS TUNAS, Cuba. — Cuba, cual carruaje trepidante llevado por las riendas del general Raúl Castro y de Miguel Díaz-Canel, está viviendo momentos de intranquilidad ciudadana, sin la debida respuesta de seguridad pública por parte del Estado, como pocas veces antes en su historia, ya fuere en la etapa de administración del colonialismo español, de las intervenciones estadounidenses, de los gobiernos republicanos, e, incluso, del propio régimen totalitario de Fidel Castro.
Eufemísticamente, la prensa oficial llama “indisciplinas sociales” a las decenas de actos vandálicos que cada día se producen a lo largo y ancho de todo el archipiélago cubano. Se trata de “indisciplinas” que, por su peligrosidad, daños a la propiedad, connotaciones sociales, perversidad de las personas que las cometen, y por su nocividad a las buenas costumbres, la vida, la integridad física, psíquica y las relaciones humanas que se derivan de esos sucesos criminosos, constituyen delitos conceptuados y penados por el Código Penal.
No obstante, pese a esos hechos estar tipificados como delitos o contravenciones, no existe o es escasa la acción de los órganos del Estado encargados de su respuesta, impunidad que da lugar a la proliferación de esas transgresiones y a la agresividad de quienes las cometen (valga decir, las ciudades en junglas donde sólo podrá salvarse el más fuerte).
La desidia gubernamental que conlleva la abulia y el masoquismo social, aunque férrea contra las disidencias y la oposición política, parece que, para no colmar la copa totalitaria, hace que la permisibilidad del Estado frente a las “indisciplinas sociales” funcione cual válvula de escape, y así, ante la inopia de orden, vemos las ciudades convertidas en basureros, el vecino en agresor, el bosque en calvero, el campo en erial, las escuelas en chillidos de “estudiantes”, los profesionales en tenedores de títulos mientras escriben con faltas de ortografía y la cultura nacional en mero choteo. Tal estado de menosprecio entre los mismos cubanos me hace recordar una teoría criminológica, la de las ventanas rotas.
Antes de ir a la teoría de las ventanas rotas, recuérdese que, como ciencia interdisciplinaria que es, la criminología, a diferencia de la criminalística, que es una ciencia técnica cuyo objeto es el proceso de investigación, en interacción con ciencias como la medicina, antropología, psicología, sociología, derecho y otras, la criminología tiene por objeto de investigación cuatro puntos cardinales que son: el delito, la persona delincuente, la víctima y el control social de la criminalidad. Salvado ese escollo, digamos entonces que, Ventanas rotas, un artículo periodístico escrito allá por los años 80 del pasado siglo por los criminólogos estadounidenses James Quinn Wilson y George Lee Kelling, dio origen a políticas públicas de seguridad publicas en beneficio de la ciudadanía, no sólo en Estados Unidos, sino en otros lugares, pues los autores hacían un símil entre el delito, sus causas y condiciones, con un edificio al que se le estropea una ventana, o dicho de otro modo: el delito se adueñará de una sociedad si no es capaz de afrontar sus fisuras a tiempo.
Y como a una edificación sin mantenimiento, a la que hoy se le rompe una ventana pero luego se quebrará otra, y otra, bien puede que ese inmueble sea ocupado por intrusos y que los vándalos, hagan valer sus costumbres, no importa cuán malas sean esas costumbres ni cuánto daño hagan a la de los vecinos contiguos. Y así vivimos en Cuba hoy, con constantes ventanas rotas: rotas las ventanas de la moral, las de la decencia, las de la familia, las de la intimidad. Y no solamente dentro del archipiélago, también van muchos cubanos por el mundo sembrando, o pretendiendo sembrar sus envalentonamientos, que no son tales valores y sí solo sus cobardías —salvo honrosas excepciones—, la de utilizarse de peldaños unos a otros, mientras permanecen callados frente a la dictadura. ¡Pobre Cuba! ¡Pobre los cubanos!
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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