LA HABANA, Cuba. – Este jueves publiqué en este mismo diario una crónica sobre los escandalosos sucesos del pasado miércoles ante la sede del Ministerio de Cultura (MINCULT) en La Habana. Pero lo sucedido resulta tan grotesco que no basta un solo trabajo periodístico para abordar todas las facetas de esta nueva brutalidad del régimen castrista.
En los órganos de prensa se suceden las informaciones y comentarios sobre lo acaecido. En los de la Isla se describe a los manifestantes como elementos provocadores. A los agentes actuantes —tanto de la policía como del propio MINCULT— tratan de presentarlos como una especie de víctimas que —se supone— trataron de evitar cualquier enfrentamiento, pero no tuvieron éxito debido a la belicosidad de sus adversarios.
La prensa independiente muestra mayor objetividad. En numerosos videos, fotos y comentarios, ofrece la versión de los reprimidos, que la prensa oficialista aspira a silenciar. También recoge la “historia oficial”, que pretende presentar a las víctimas —insisto— como elementos de “actitud provocadora” relacionados con “medios pagados por agencias federales estadounidenses”.
Y hacen lo anterior, aunque resulta forzoso reconocer una cosa: para un medio que se ajuste a los principios de la ética periodística y se esfuerce por reflejar la verdad de manera objetiva, “no es fácil” (nunca más apropiada la frase popular cubana) hacerse eco de las afirmaciones que se hacen en diarios y noticieros castristas.
Estos últimos se han empleado a fondo (¡y de qué modo!) para justificar a las autoridades y agentes del régimen. La serie de programas consagrada a denostar a los valientes artistas jóvenes del Movimiento San Isidro acuartelados en Damas 955 resultó grotesca. Pero la que acaban de iniciar con el fin fusilar la reputación de los muchachos del 27 de enero no se queda atrás.
En esa sucia labor, los agentes de la difamación se han repartido los papeles que le corresponden a cada uno. Pasa con ellos lo mismo que en una cadena alimentaria, donde los depredadores tienen la preeminencia sobre sus presas. En este caso, los burócratas del tenebroso Departamento Ideológico del Comité Central prevalecen sobre nuestros colegas con títulos de periodistas.
Los primeros son los estrategas y los grandes jefes. Ellos deciden qué debe decirse, y cómo hay que hacerlo. Trazan las consignas (en la pedestre neolengua castrista —más bien una jerga— se diría “bajan las orientaciones”). Pero esos encumbrados burócratas actúan como la conocida “gatica de María Ramos, que tira la piedra y esconde la mano”.
El pueblo ni siquiera los conoce. Aunque sus rostros fuesen publicados, nada dirían a quienes los vieran. Escondidos en el anonimato, buscan las pequeñas verdades destinadas a ser infladas hasta la deformación. También las medias verdades. Pero, sobre todo, las mentiras cuyo objetivo es ser repetidas hasta que, en los oídos de los incautos, se conviertan en grandes verdades…
Quienes ponen la cara son otros. Allí “hay de todo, como en botica”: vejetes de bigotones obscenos, jóvenes parlanchines, señoras “envuelticas en carne”. También hombres maduros de rostros sebosos y granujientos, que parecieran haber sido marcados por malvados “agentes del imperialismo”. Pero aun así, pese a la nula simpatía que inspiran, se les mantiene en pantalla, porque son los que se prestan a decir cualquier cosa que les manden.
Son estos los que, como el cura de Oficio de difuntos, la novela del gran venezolano Arturo Úslar Pietri, aparecen a la vista de todos y hacen el panegírico del tirano fallecido. Lo loan de manera abyecta, mientras los otros —más comprometidos con la moribunda dictadura, pero también más elusivos y taimados— se esconden entre la multitud.
A los mayimbes del Departamento Ideológico, a los que diseñan estrategias, trazan planes e imparten órdenes, nadie les reclama. Sólo los iniciados imaginan la gran magnitud de su responsabilidad en las campañas de descrédito que se perpetran. Incluso su jefe, Víctor Gaute, cuando habla en público, lo hace para decir generalidades o hacer planteamientos teóricos o políticos. Son actos adecuados a su elevada investidura como Secretario del Comité Central en el único partido.
Además, cuando circula por la ciudad, lo hace en un veloz auto con chofer, y custodiado por guardaespaldas. Los que dicen las mentiras no. A estos no es raro verlos deambulando por las calles. Y son estos los que, al ser reconocidos, son increpados a veces, tal vez de forma anónima desde un ómnibus repleto que pasa frente a ellos. Son ellos quienes se ven forzados a escuchar, junto a su nombre o su apellido conocidos por todos, calificativos fuertes: “¡descarado!”; “¡apapipio!”; “¡mentirosa!”.
Son esos personajillos quienes padecen un destino como el del presentador Randy Alonso. Este, por su fea costumbre de asentir constantemente ante los jefes que entrevista, ha logrado que, en Cuba, su inusual nombre de pila se convierta en sobrenombre genérico de esos perritos de juguete que mueven la cabeza sin cesar.
Pero, ante los sucesos del Ministerio de Cultura, ahora son los altos funcionarios de ese organismo quienes ocupan los primeros planos, comenzando por el ministro Alpidio Alonso Grau. Se trata del mismo que se negó a dar la cara el 27 de noviembre pasado, pero que ahora salió de su refrigerado despacho y se dirigió hacia los manifestantes escoltado por guardaespaldas con aspecto de mastodontes. Fue él quien, en gesto nada ministerial, lanzó un manotazo contra un periodista independiente con el propósito de despojarlo de su teléfono móvil. El locuaz Humberto López asegura que… ¡el mayimbe fue agredido, pues eso (y no otra cosa) —dice él— representa el hecho de filmarlo sin su consentimiento!
La aseveración es harto discutible. Tal vez pueda afirmarse algo semejante de un simple hijo de vecino. ¡Pero de una figura pública!… En cualquier caso, lo que no dijo el cotorrón es que tampoco nadie tiene derecho a realizar arrebatones (un acto con características de delito: robo con violencia en las personas).
En cualquier caso, los sucesos de este 27 de enero reflejan el grado de la desesperación que reina en el Palacio de la Revolución. Será menester permanecer atentos a las ulteriores incidencias de ese nuevo zarpazo del castrismo.
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