LA HABANA, Cuba.- Carlos Gardel fue un extraordinario cantante de tangos, un compositor de éxito, un actor que despegó en el cine mudo, hizo escala en el cortometraje sonoro y continuó rumbo hacia la Paramount Pictures, donde firmó varios contratos y consolidó su fama.
Triunfó en buena lid. Le sobraba el talento y la constancia.
En una de sus famosas creaciones musicales, decía que “veinte años no es nada” y si bien metafóricamente la frase fue aceptada con gusto, desde una perspectiva, digamos que más terrenal y permeada por circunstancias, en este caso, distantes de las posibilidades reales de alcanzar la felicidad y vivir dignamente, la frase adquiere un matiz burlesco que alienta el rechazo sin medias tintas.
Para el Morocho del Abasto, uno de los motes que identificaba al barítono rioplatense, según la popular tonada que sus fans repetían hasta la saciedad, dos décadas eran tan efímeras como un abrir y cerrar de ojos.
Personalmente, tengo motivos para cuestionar esa prodigiosa contracción del tiempo.
Mi estancia en una celda de aislamiento, durante mi cautiverio por razones políticas, en la cárcel de Guantánamo, situada a casi mil kilómetros de donde resido, en La Habana… el amago reduccionista lo recibo como una patada de Jean Claude Van Damme en la entrepierna.
En esos ámbitos los días extienden su duración a 72 horas y los meses se petrifican a la usanza de las momias egipcias.
Cuando recuerdo aquellas noches infestadas de mosquitos, los engrudos pestilentes que servían como alimento y las ratas saliendo del orificio donde hacia mis necesidades fisiológicas, tengo que cuestionar la ensoñadora visión del Rey del Tango.
Los casi dos años que estuve tras las rejas, de acuerdo a mi unidad de medida, rozaron el infinito y no exagero.
Hay que padecerlo para entender el porqué de esta grandilocuencia conceptual.
En esos antros, la vida vale menos que un comino. Salir vivo o intelectualmente sano es un privilegio.
Otra razón para fruncir el ceño al escuchar el enunciado gardeliano es el próximo aniversario de la revolución cubana.
Seis décadas bajo el imperio del partido único, con sus interminables racionamientos, prohibiciones y castigos por transgredir algunos de los mandamientos cincelados con la hoz y el martillo, ofrecen la sensación de estar en la órbita de lo imperecedero.
Son cuatro las generaciones que han sobrevivido a puro sobresalto, con los ripios de las ilusiones, en un futuro mejor, colgando de una espera que desespera y en muchos casos de las cabezas pobladas de canas.
Ese período de tiempo entre agobios y carencias sin fin, invita a repensar la categorización lírica del artista.
“Volver”, es el título de la canción en la que se relativiza el aplastante e irreversible transcurso de los años.
Ciertamente, la obra musical encierra valores inestimables. No por gusto trascendió a la prematura muerte de sus dos autores.
Gardel y Alfredo Le Pera, murieron en un accidente aéreo, en 1935. Apenas un año después del debut.
A la potencia figurativa del verso se añadió una voz magistral, melódicamente contagiosa y espléndida en su tesitura, pero en la vida concreta y desde las coordenadas de la desesperanza y el tedio, veinte años, e incluso menos, causan el mismo efecto que un cuchillo lacerando un tramo de nuestro cuerpo. Algo así como la muerte en vida.