LA HABANA, Cuba. — Hace pocos días escuché, en boca de una amiga, la exclamación más sorprendente e inesperada que quepa imaginar. Eran alrededor de las diez y pico de la mañana; o sea, una etapa del día que absolutamente nada tiene que ver con la llamada “hora-pico” (la cual justifica —o, al menos, explica en parte— los irritantes apagones).
Pero en esta sucursal terráquea del Infierno en que los comunistas han convertido a la que antaño llamaban —llamábamos— “Perla de las Antillas”, la falta del fluido eléctrico ya no depende (al menos, no necesariamente) del incremento de la demanda que se produce cuando los ciudadanos, en masa, encienden las luces de sus casas.
Pues bien, mi amiga, al observar a eso de las diez y pico de la mañana que en su hogar se apagaban de modo simultáneo lámparas y equipos electrodomésticos, exclamó: “¡Qué bueno que ya empezó el apagón!”.
Antes de explicar los motivos de un comentario tan sorprendente, resulta oportuno incursionar en el tema de los agobiantes apagones. Como ya he dicho, en los tiempos actuales ellos no se relacionan de manera indisoluble con el concepto de “pico eléctrico”. Cualquier hora del día es adecuada para que la corriente se ausente de los cables domésticos.
Los teóricos del marxismo leninista suelen ufanarse a menudo de las grandes ventajas que la planificación centralizada posee sobre lo que ellos llaman “la anarquía de la producción” consustancial al sistema de libre empresa. ¡Razón de más para que nos asombremos de la tremenda omisión en la que han incurrido al no prevenir esta carencia sistémica de fluido eléctrico!
Los burócratas que antes pertenecían a la Junta Central de Planificación (JUCEPLAN) y ahora al Ministerio de Economía —que en lo de cambiar nombres no hay quien les ponga un pie delante a estos comunistas— se han revelado impotentes. En los decenios de los que han dispuesto para ordenar todo el tema de la producción de electricidad, ese hatajo de incapaces (y los grandes jefes que los mandan) no han podido ordenar esta rama del proceso productivo.
Ante el carácter inevitable que han adquirido los cortes del vital fluido, el régimen castrista ha recurrido a un arma manida y aburrida: sus medios de propaganda. En cada noticiario —y son varios cada día—, un segmento que hoy resulta inevitable es el de la información sobre los previsibles apagones. Todo ello envuelto en un blablablá de porcentajes, kilowatts-hora, mantenimientos y roturas, que quiere ser técnico.
El escogido para esos trajines ha sido Bernardo Espinosa, un locutor incoloro, pero que en sus peroratas proyecta cierta imagen de objetividad y dominio del tema. ¿Qué interés puede tener el cubano de a pie en esa información de índole esencialmente técnica? ¿De verdad que resulta tan importante para nuestros compatriotas saber a cuánto asciende el déficit previsible en la generación de un día determinado?
En realidad, la imagen que se pretende proyectar con ese segmento incluido en cada uno de los numerosos noticiarios, con pocas horas de diferencia entre cada uno y el siguiente, es una: la tremenda preocupación que embarga a los mayimbes; el inmenso interés que ellos (quienes, como todo el mundo sabe, no sufren los apagones en sus propias personas ni en las de sus familiares) le prestan al tema.
Algo parecido puede decirse de la reciente defenestración (“truene” en lenguaje coloquial cubano) del ministro de Energía y Minas, Liván Arronte Cruz. En este punto creo que le asiste toda la razón del mundo a Ernesto Pérez Chang, en un artículo publicado en este mismo diario digital el pasado martes.
Dice el colega: “La destitución es la fórmula que han usado los comunistas cubanos para simular que hacen algo. (…) Hasta se pudiera decir que es la única”. Y más adelante: “Destituciones que solo buscan ponerle un nombre humano a una incapacidad que no es de nadie más que del propio sistema”. Y concluye: “Aquí en esta obra mal escrita llamada ‘socialismo a la cubana’ nadie es inocente”.
¡Pero volvamos a la sorprendente exclamación de mi amiga! ¿Cómo es posible que ella —siendo una persona normal— se haya alegrado del inicio de un apagón! Esto obedece a otra de las triquiñuelas ideadas por los castristas: un cambio en la programación televisiva que pretende convertir en algo normal lo que es una aberración derivada de las carencias que genera el mismo sistema inviable.
Es el caso que, en medio del desolador panorama nacional de hoy, las telenovelas representan un ansiado oasis de normalidad y colorido. Hay que decir que las dos que se alternan en los tiempos actuales —una autóctona y otra brasileña— son de buena calidad.
El horario habitual de esos culebrones es el estelar de la noche. No es raro que los televidentes deseosos de verlos sufran un apagón. Los que padezcan esa frustración pueden ver su ansiada novela a partir de las once y media de la mañana siguiente. Pero esas interrupciones del suministro eléctrico son tantas y tan frecuentes que no es raro que tampoco puedan verla en esa oportunidad.
Para ellos, el próvido Estado socialista ha cambiado también la programación de los lunes, miércoles y viernes tras el Noticiero del Mediodía. Cada uno de esos días, vuelven a retransmitirse ambos culebrones. Y eso explica la alegría de mi amiga: el apagón a media mañana le hacía concebir esperanzas razonables de ver restablecido el servicio antes de las dos de la tarde. Esto a su vez, le permitiría ver el codiciado programa.
Por esta vez, la historia tuvo un final feliz. Pero no está de más señalar que, en esta Gran Antilla, la “desconflautación” ha llegado a un extremo tal, que no es raro que haya televidentes a quienes el apagón les impida por tercera vez ver su ansiado culebrón. ¡Así andan hoy las cosas en nuestra Cubita bella!
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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