LA HABANA, Cuba. — El sábado pasado en el malecón habanero un grupo de jóvenes protagonizó una bronca con armas blancas que dejó, al menos, un herido, según se aprecia en el video que circula en redes sociales. Tan alarmante como el acto de violencia en sí mismo era la ausencia de policías en una de las áreas urbanas más concurridas y transitadas.
El problema de la violencia en Cuba se le ha ido de las manos a las autoridades. Según el Observatorio Cubano de Auditoría Ciudadana, en el primer semestre de 2023 se reportaron 98 crímenes entre robos, asaltos y asesinatos. Para el segundo semestre, la cifra casi se había duplicado, con 189 hechos violentos, sobre todo tipo de agresiones, siendo las provincias de La Habana, Villa Clara y Guantánamo las más afectadas.
Este registro independiente, que se ocupa de medir la violencia en la Isla, constituye apenas una muestra de la gravedad de la situación. Los delitos aumentan a la par de la crisis, mientras las filas de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), que ha demostrado no servir de mucho ante el avance de la delincuencia, son diezmadas por las bajas y factores demográficos como el envejecimiento poblacional y la imposibilidad de garantizar el reemplazo adecuado en todos los sectores laborales.
Las políticas del régimen se están volviendo en su contra. Nadie quiere ser policía en Cuba, pero cada día más personas parecen dispuestas a convertirse en ladrones o asaltantes de ocasión, si se les presenta la oportunidad.
A machetazos, en la céntrica esquina de 23 y malecón, los jóvenes cubanos se matan entre sí. No hay miedo a la cárcel ni a la muerte. Para ser un sábado en la noche, la zona se hallaba bastante desierta. Pocos carros circulaban por la ancha avenida que ha ido quedándose vacía entre la crisis de combustible, la insolvencia económica de la mayoría, la migración masiva y el temor de la gente a salir en horario nocturno debido a los asaltos.
En los últimos tiempos una parte —no pequeña, por desgracia— de la juventud cubana se dedica a delinquir. Hechos que se creían puntuales y aislados han irrumpido en una cotidianidad dolorosa, donde los padres viven en permanente zozobra cuando sus hijos salen a la calle.
“Imagínate, qué voy a hacer. Son jóvenes, quieren divertirse, no los puedo amarrar. Pero te juro que no duermo”, asegura Odalys, madre de un varón de 19 años y una hembra de 16. Al ver el vídeo quedó estupefacta.
“En mis tiempos, esas broncas sucedían nada más en los carnavales. Ya ni el muro del malecón es un lugar seguro”, agregó.
Llevan razón sus palabras. Ella y otras madres que vieron las imágenes quedaron horrorizadas ante el cuerpo inerte del muchacho sobre el asfalto. “Ni un policía hay por todo eso”, exclamaban. A un par de kilómetros de donde ocurrió el incidente, quizás menos, se ubican los hospitales Ameijeiras y Calixto García. En un país sin ambulancias, ¿cómo habrán llevado a ese muchacho hasta allí? ¿Habrá sobrevivido? ¿Atraparon a sus agresores?
La prensa oficial no habla del tema. Para el régimen no tiene importancia el incremento de la delincuencia juvenil. Los chicos salen armados de sus casas, con predisposición a la violencia. Se desconocen los motivos de la bronca, pero se sabe que la juventud cubana, tan frustrada y carente, sobre todo la que proviene de los estratos más desfavorecidos y que son mayoría, anda con la ira a flor de piel.
El ambiente que se respira en Cuba es tan opresivo que las personas frecuentemente se dejan ganar por la sensación de que nada de lo que hagan será suficiente para salir del hoyo. Cuando se tiene cierta edad, es posible manejar tales sentimientos con madurez; pero los jóvenes se sienten encadenados, la pobreza los rodea dondequiera que van: hogares miserables, barrios semidestruidos, entorno de abandono y suciedad, bienestar familiar y personal cada vez más imposible.
La propaganda del régimen habla de “lugares humildes” para referirse a comunidades donde reina la pobreza extrema y se vive en condiciones inhumanas, que van a contracorriente de los valores necesarios para formar hombres y mujeres de bien. A los que desgobiernan Cuba no les preocupa el presente ni el futuro, y ese mensaje está llegando muy claramente a los jóvenes, obligados a consumirse en un mundo que no les pertenece ni quieren, y del cual solo pueden escapar emigrando.
Pero para emigrar se necesita dinero y la mayoría de ellos no tiene cómo conseguirlo. Ante la perspectiva de una juventud y una vida entera desperdiciadas, la alternativa a menudo suele ser la autodestrucción.
No es de extrañar que padres y madres prefieran ver a sus hijos adolescentes perdiendo el tiempo con el móvil, encamados con la novia a toda hora o jugando dominó todo el día en la liga del barrio, con tal que no reparen en lo fútil de la vida aquí dentro, en la desesperanza que crece como mala hierba.
La inseguridad ciudadana crece a un ritmo jamás visto en la Isla. Cuba avanza de vuelta al medioevo, donde los hombres solo pensaban en fornicar y matarse entre ellos. Así andan muchos cubanitos en pleno siglo XXI: sexo y bronca, que no hay más ná.
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