MIAMI, Estados Unidos. – Una de las primeras medidas que tomó Fidel Castro para implantar en Cuba un régimen comunista fue el cierre de la mayoría de los medios y el control de los que quedaron en funcionamiento. La prensa, la televisión y la radio fueron censurados, intervenidos y posteriormente controlados por el poder del Estado en los albores de una revolución que, poco tiempo después, proclamaría su carácter socialista, definiendo el rumbo ideológico que sostenemos sin enmienda desde el 16 de abril de 1961.
Con la desaparición de la libertad de prensa desaparecieron también la crónica social y la crónica roja. La primera se consideraría una frivolidad burguesa y, la segunda, una expresión del sensacionalismo que solo beneficiaba a los enemigos de la Revolución. La llamada crónica roja, además, no tenía sentido en el paraíso comunista, ese lugar donde la alta conciencia revolucionaria no daría lugar a los lugares comunes del crimen pasional y la delincuencia. Esas también eran lacras burguesas que dejarían de existir al filo de la consigna y el trabajo voluntario.
Ante la avalancha de sucesos violentos que conmueven a la ciudadanía en la actualidad, la prensa independiente ha rescatado del olvido a la crónica roja o de sucesos, esa parte de la realidad que nunca dejó de existir pero que fue eliminada de los medios de comunicación social revolucionarios, que tuvieron durante décadas una absoluta hegemonía de la información. Ahora, con abrumadora frecuencia, los medios independientes reportan los hechos violentos que forman parte de la mísera existencia de los cubanos en su día a día. Un infeliz ejemplo de esta realidad fue la pelea a machetazos que aconteció en la llamada Finca de los Monos el pasado 9 de junio, y que dejó un saldo indeterminado de heridos porque las cifras reales han sido escamoteadas por el Gobierno cubano en un nuevo intento de desacreditar a los medios independientes que reportaron esta noticia. Resulta paradójico que el escenario de esta aterradora reyerta también fuera conocido como Quinta Las Delicias, que fue propiedad de la villareña Rosalía Abreu, una millonaria filántropa, amante de la naturaleza, que se destacó, entre otras cosas, por su compromiso con la educación en la sociedad de la época.
La violencia que invade a la sociedad cubana ya se mira en el espejo de las maras y los cárteles, presagiando el peor de los escenarios para el inevitable final de esa dictadura. Aunque los dirigentes cubanos insistan en dibujar una realidad paralela, ayudándose con la tradicional opacidad del régimen al ocultar estadísticas que no avalan su relato, lo cierto es que el país no está en un buen puesto en el Ranking de Paz Global, uno de los indicadores internacionales de obligada consulta. Según este indicador, la Isla ocupa en la actualidad el puesto 99 de 163, considerándose por tanto un país peligroso. Sin contar que en el índice de criminalidad por países ostentamos un oneroso puesto 108.
Las mipymes, el aparente restablecimiento del derecho a la herencia para los exiliados y la supuesta relajación de algunos controles migratorios no pasan de ser placebos para una sociedad colapsada por la ineficiencia crónica del comunismo y su obsesivo desprecio por la libertad. Que nadie se haga ilusiones: para revertir la actual situación económica y social hacen falta mucho más que ensoñaciones, discursos y patentes de corso para empresarios “amigos” de la Revolución.
Los asesinatos diarios, las reyertas que terminan con la muerte de los más jóvenes, la desaparición de personas, la irrupción de las anfetaminas y la violencia sobre los opositores políticos seguirán marcando, de un modo creciente, la realidad de los cubanos. La irracionalidad sangrienta que se apodera de lo cotidiano es el último acto de esa obra del absurdo que se ha mantenido en escena por 65 años. Todo parece indicar que la Revolución, que se presentó al mundo “verde como las palmas”, tendrá, a nuestro pesar, un final de crónica roja.
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