GIJÓN, España, abril, 173.203.82.38 -Tras el acuerdo entre el gobierno cubano y el español de 2010 para liberar presos político y ser acogidos en España, han llegado a la Península, entre excarcelados y sus familias unas 700 personas. En un principio recibían ayudas del Estado hasta que encontraran una situación económica estable. Pero esa situación no llegó y los cubanos ahora están en un momento de desamparo y desespero. Han elegido salir de prisión para recuperar la libertad, para mantener unida a la familia y para dar un giro positivo a sus vidas, pero ahora notan que todo eso se les viene abajo. El momento emocional de algunos es difícil de analizar, pero, los síntomas, con el suicidio de Alberto Santiago Du Bouchet en Las Palmas de Gran Canaria, y la acampada de una veintena de ellos ante el Ministerio de Asuntos Exteriores en Madrid para solicitar soluciones, da señales de cómo están los ánimos. En su desengaño solicitan cualquier tipo de trabajo a pesar de su alta capacitación laboral: periodistas, economistas, técnicos, pero es que ya no queda ni siquiera “cualquier tipo de trabajo”. Ya no es la época de hace seis o siete años cuando llegó el periodista y poeta Raúl Rivero, a quien conocí en su casa habanera el día después de su liberación, como detenido que fue en la Primavera Negra de 2003, y que ahora es columnista del diario El Mundo.
En este momento, inmersos en la crisis económica de Europa, a la que España no es ajena, encontrar empleo es una tarea poco menos que imposible. El tiempo en que llegaban miles de extranjeros a España, saliendo de sus países de origen para mejorar su vida, se ha acabado. Incluso la ocupación de muchas mujeres latinas en el cuidado de ancianos, una labor casi exclusiva de ellas, se paga ahora mucho menos que hace tres años. Los cubanos, podríamos decir que deportados legalmente a España, ahora tienen la duda de si el precio de la libertad es mendigar para comer y acampar en la vía pública, o si hubiera sido mejor sobrevivir en las cárceles cubanas privados de libertad y acosados por el sistema.
La enorme deuda española se extiende como una mancha de aceite y acaba empapando a todo lo que le queda cerca. Las prebendas de que disfrutaban los extranjeros empiezan a resquebrajarse porque lo que hay disponible apenas alcanza siquiera para los naturales. De los cinco millones de parados que hay en España casi un millón no tiene ningún tipo de asistencia económica, y sobrevive con ayudas de familiares después de haber rebajado al mínimo su calida de vida. La subida del IVA, que afecta a todos los pagos de consumo, de la luz, de los transportes, de la sanidad. La merma de otros servicios, que antes formaban parte del estado de bienestar, aparecen de improviso para ir enterrando poco a poco un tipo de vida cómodo, divertido y satisfecho de una gran mayoría de la población. Las casas de comida gratuita de las instituciones religiosas, que antes acogían a los desarrapados que los gobiernos nunca son capaces de recuperar para la vida digna, ahora son refugio de trajeados ejecutivos en paro, de pequeños empresarios sin negocio o de empleados despedidos de sus trabajos.
Los cubanos recibidos en España se encuentran entre dos fuegos. Por un lado el Gobierno cubano que no quiere saber nada de ellos, porque en cuanto les pone la marca de “gusanos”, como un tatuaje de campo de concentración nazi, y los “expulsa” de la Isla, es como si ya no existieran para su País. Y por el otro el nuevo terreno patrio en que han caído, cuyo gobierno ha finalizado las ayudas acordadas y les ha convertido en otros españoles, aunque con pasaporte cubano, pero incluyéndolos en el grupo de los que padecen las peores condiciones sociales y el desamparo del Estado.
Cuando hace un par de años España exhibió ante el mundo su empeño exitoso, liberando a un centenar de presos políticos cubanos, mostrando, de paso, la malicia del régimen caribeño, que encierra a quienes no piensan igual que lo hace el partido único, daba la impresión de que el calvario que habían sufrido estas personas, tras encarcelamientos excesivos y traumáticos, se había acabado, porque nadie sospechaba entonces, que, tras la “adopción”, estaba agazapada una crisis que preparaba su envoltorio de hambre para enseñar de nuevo al mundo a una gente, rescatada de la miseria carcelaria, pero inmersa ahora en el abandono de aquellos que les habían tirado un salvavidas en medio de un oleaje de represión y encierro.
Podríamos decir, sin miedo a error, que los tentáculos del régimen castrista son muy largos, pero esto no nos resolvería el problema de estos ciudadanos que han venido a España como vía de escape a ese régimen, y que ahora necesitan normalizar su vida de la mejor forma posible.
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